Juan Pablo II: ambivalencias de una canonización
Juan Pablo II ostentó el título de “sucesor de Pedro” durante 26 años, un período de tiempo en que la humanidad vivió profundas transformaciones políticas. Heredó un pontificado envuelto en polémica por la repentina muerte de Juan Pablo I y una iglesia que aún tiraba líneas hacia la apertura propuesta por el Concilio Vaticano II. Su “plan de gobierno” se evidenció en los años siguientes donde su mano de hierro regentó el orbe católico y puso en claro varios aspectos: 1) A nivel doctrinal, levantó paredes inexpugnables entre creencia-increencia, ortodoxia-heterodoxia; 2) A nivel de moral sexual, no dejó posibilidad para la discusión (anticoncepción artificial, por ejemplo); 3) A nivel político, siempre guio a los católicos hacia programas conservadores (Tamayo, 2011, p. 25-26); 4) A nivel eclesial, centralizó el poder en la iglesia jerárquica para, ya cercano al año 1992 (Beozzo, 1992, p. 13), colocarle un importante freno a la reforma propuesta por el Concilio: en palabras de Ratzinger, para “descubrir de nuevo el Concilio” (Ratzinger - Messori, 1985, p. 32).
En otro momento hemos evaluado ya su figura ambivalente: uno es el Juan Pablo II “ad extra”, aquél que abre la puertas al diálogo con las otras iglesias cristianas y con las otras religiones: sus reuniones constantes y viajes tendieron lazos que hoy son invaluables para propiciar esa ética global de la que muchos han hablado pues no es posible lograr paz militar sin diálogo entre religiones (Küng, 2006, p. 161); pero otro es Juan Pablo II “ad intra”, el administrador que cambió la política en el nombramiento de obispos para llevar a cabo la centralización que hemos mencionado (Tamayo, 2011, p. 10); aquél que sancionó corrientes teológicas como el modernismo (corriente ya condenada en el Vaticano I y en el Syllabus), casi cualquier forma de la teología de la liberación (Boff y Sobrino podrían narrar sus experiencias), la teología del pluralismo religioso (Dupuis podría contarnos cómo fue su retiro de la Gregoriana), las teologías feministas condenándolas de “ideologías”, etc. Se trata del mismo Juan Pablo II que apoyaba las causas asistenciales (Madre Teresa, por ejemplo) y señalaba con recelo otras causas sociales que ponían el dedo en la llaga al criticar el sistema socioeconómico imperante. Se trata del mismo Juan Pablo II que defendía con fuerza el celibato sacerdotal pero que sabía que muchos de sus sacerdotes vivían (y viven) un psicodrama idealizado porque en la vida real pocos se contienen y logran “sublimar”, no sin crear patologías (Drewermann, 1995, p. 512), y otro sector (pequeño ciertamente, pero demasiado notorio por su crimen) se vio implicado en casos de pederastia conocidos desde hacía mucho por las altas esferas vaticanas.
Todos estos detalles nos hacen ahora repensar su canonización. No me fue sorpresiva la decisión de ascenderlo a los altares tan pronto, buscando un “milagro”, primero en Europa (la religiosa francesa sanada del mal de Parkinson) y luego en Latinoamérica, en mi país, que tanto le sirvió de hotel en medio de un ambiente centroamericano convulso (el papa, durante su visita a Centroamérica, solamente durmió en Rohrmoser, San José, un barrio de clase alta donde está ubicada la Nunciatura Apostólica).
El evento que se realizará este próximo 27 de abril siguió siendo presagiado cuando Benedicto XVI aceleró la maquinaria de la Congregación para la Causa de los Santos pues canonizar a su predecesor y mentor, la persona que lo sacó del anonimato eclesial (no académico, como es evidente) colocándolo como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es canonizar el modelo de iglesia que representa: un modelo clerical y auto-suficiente, en mucho “papolátrico”. Un ejemplo de dicha auto-suficiencia es el apologético “Cristo sí, Iglesia también” que tanto repetía el papa polaco. Creo que no haya sido la apología irracional –una forma de fundamentalismo– su intención original pero, de rebote y sin corrección posterior, se ha llegado a considerar la iglesia como objeto de fe, cuando es imposible equipararla al Dios trino, único objeto de fe:
“El católico normal acostumbrado a recitar cada domingo esas profesiones de fe tiene la impresión de que los católicos creemos en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo, ‘y en la Iglesia’. Ello es totalmente falso y claramente herético. El sentido de los credos es que tenemos fe en el Dios Unitrino y, como consecuencia, aceptamos la existencia de la Iglesia, porque la fe en un Dios que es comunidad ha de ser intrínsecamente comunitaria. O bien, creemos en el Espíritu Santo que actúa ‘hacia la Iglesia’” (González Faus, 2013, p. 82).
El modelo de iglesia fortalecido por Juan Pablo II y Benedicto XVI, tal como podemos ver, dista mucho de la “comunidad” propuesta por el Concilio (cf. LG 9). No se trata de la asamblea de los elegidos, tampoco de la jerarquía (“jerós” como “poder”), sino de la doularquía (“doulos” como “siervo”) y de una comunidad que debe ser ejemplo de vida en su lucha por la justicia, el amor y el crecimiento en la verdad.
No digo que cuestione la santidad de una persona. Sería una irreverencia hacerlo pues solamente Dios conoce el corazón del ser humano. No estoy criticando la figura de Juan Pablo II, solamente estoy diciendo lo que ya el mismo Cardenal Carlo Maria Martini había señalado: “[…] era un hombre de Dios, pero no era necesario hacerlo santo” (http://www.periodistadigital.com/religion/vaticano/2014/04/10/el-cardenal-martini-cuestiono-la-canonizacion-de-juan-pablo-ii-religion-iglesia-vaticano.shtml). Desde mi punto de vista, gran parte de su pontificado retrasó el proceso de avance que el catolicismo había iniciado “abriendo las ventanas” con Juan XXIII.
Y bueno, la figura de Wojtyla subirá a los altares, aunque ya muchos sectores de la iglesia lo hayan canonizado (en cualquier souvenir o “librería católica” encuentras una imagen suya, por ejemplo) y muchas personas le rezan con fe sincera y entregada. Pero lo más curioso de esta canonización es la variable que el obispo de Roma, Francisco, le ha dado: será canonizado el mismo día que el “buen papa Juan”, en la misma ceremonia del segundo domingo de Pascua. Juan XXIII, del que casi ninguno de los católicos contemporáneos guardan memoria, emergió en el reciente pontificado de Francisco como una figura importantísima pues recordarlo a él es recordar su legado más valioso: el Vaticano II. Al cumplirse 50 años de la convocatoria del Concilio, Francisco ha dado la increíble noticia de que será canonizado al mismo tiempo que Wojtyla, y sin necesidad de la aprobación de un segundo “milagro”, simplemente por lo que representa. Canonizar a Juan XXIII es canonizar otro modelo de iglesia: la “Iglesia Pueblo de Dios”.
Mis líneas reflexivas tratan de abrir caminos, solamente eso. No pretendo dogmatismos, tampoco que mi posición evidente en favor del segundo modelo de iglesia en el que creo excluya lo positivo que tiene el otro: en la iglesia de Cristo caben muchas formas de espiritualidad, siempre y cuando una no pretenda convertirse en el todo. También espero que, con este aparente respiro que se vive en el mundo católico, en esta “primavera” de Francisco, se pueda hacer realidad sus mismas palabras en la Evangelii Gaudium:
“[...] en el seno de la Iglesia hay innumerables cuestiones acerca de las cuales se investiga y se reflexiona con amplia libertad. Las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia, ya que ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio” (n° 40).
Dos papas, dos modelos de iglesia. Dos papas, dos maneras de entender la fe. ¿Contradictorias e incompatibles? No, diversas. Ojalá podamos aprender todas y todos a asumir el Evangelio con la radicalidad que significa la inclusión que el mensaje de Jesús porta consigo.
Bibliografía citada
BEOZZO, O. (ed.), Cristianismo e iglesias en América Latina en vísperas del Vaticano II, San José: DEI, 1992.
DREWERMANN, E., Clérigos. Psicograma de un ideal, Barcelona: Círculo de Lectores, 1995.
GONZÁLEZ FAUS, J. I., Herejías del catolicismo actual, Madrid: Trotta, 2013.
KÜNG, H., Proyecto de una ética mundial, Madrid: Trotta, 2006.
RATZINGER, J. - MESSORI, V., Informe sobre la fe, Madrid: BAC, 1985.
TAMAYO, J. J., Juan Pablo II y Benedicto XVI. Del neoconservadurismo al integrismo, Barcelona: RBA, 2011.