¿Verdad que no, Dios mío?
Nuestra realidad es diversa. No podemos partir del criterio ingenuo y a veces –sólo a veces– malintencionado del que parten los dogmatismos: tratar de unificarlo todo. Hoy no podemos hablar de una sociedad, de una cultura o de una historia. Más bien debemos procurar caer en la cuenta de que lo que queremos ver no es lo único real y la interculturalidad se nos presenta como gafas que nos ayudan a dilucidar el panorama abierto. ¿Nos hemos preguntado alguna vez si nuestros lentes están bien graduados ahí, en lo monocultural? ¿Será que si empleamos gafas calibradas hacia lo diverso y lo múltiple el panorama nos resultaría más exuberante y rico? Creemos que sí. El método intercultural nos invita a cambiar de anteojos, nos exhorta a darnos cuenta que las culturas son muchas y que, a pesar de ser diferentes, se permean entre ellas. No existe una versión acabada de la historia, sino muchas versiones de ella, y todas válidas.
Pues bien, el lenguaje sobre Dios no ha sido nunca exclusivo. No ha existido una única teología. Incluso siendo ésta musulmana, judía, hindú o cristiana no hay “una” teología para cada tradición religiosa, sino más bien muchos idiomas teológicos. El problema está en que cada uno de los sistemas religiosos pretende imponerse y hallar la única voz de Dios en “la verdadera fe”. En realidad, la teología como lenguaje metafórico es encarnación de la diversidad cultural. Hay tantos rostros de Dios como culturas, hay tantos “dioses” como personas. ¿Cómo asumir esto desde la teología cristiana? ¿Hay lugar en ella para un diálogo intra e inter religioso desde los presupuestos de la interculturalidad? Nuestra propuesta trata de explicar estas posibilidades.
Creemos factible una “teología intercultural”. No debemos temerle pues, aunque cada interlocutor en ella debe renunciar a sus pretensiones de exclusividad, no significa esto que deba renunciar jamás a sus elementos distintivos. Todo lo contrario: la diferencia es la base del encuentro. Así pues, la especificidad del cristianismo recae en la vida de Jesús, que ha sido “vida-para”, es decir, vida entregada. Su persona es para nosotros los cristianos un “signo de los tiempos” que, a su vez, señala otros “signos” de la historia humana. Llegamos a un punto común: la historia como realidad compartida.
Entender la revelación como “historizada” es fundamental para este diálogo interreligioso e intercultural que proponemos. La historia también es Palabra. Pareciera que hemos perdido la inocencia de entender la vida humana como clara y transparente (A. Torres Queiruga), pareciera que ignoramos que la revelación “sobrenatural” es profundamente “natural”, aunque este detalle cuestione claramente la concepción de “religión” que poseemos. Si los acontecimientos de la historia son “voz de Dios”, ¿no es acaso en todas las culturas donde resuena esta voz?
Ya hace un buen tiempo, en las periferias, se ha reflexionado desde la memoria de los pueblos, tratando de leer los “signos de los tiempos” con todas las herramientas que la Palabra-en-la-historia nos brinda (J. L. Segundo). Y estos signos nos han mostrado que, en realidad, no hay una voz petrificada sobre lo divino, más bien son muchas son las imágenes que de Dios o los dioses podemos encontrar porque muchas son las culturas que le dibujan. Dios no es varón ni mujer, es los dos a la vez. Dios no es cristiano o judío, musulmán o hindú, lo que se dice sobre ella o él está en la boca de quien le nombra. Dios no es unívoco, Dios es plural como plural es la vida. Por ende, para los cristianismos que se embarquen en la aventura de la interculturalidad, la parte final del sendero es inevitable: el hecho-Cristo es particular, diferente, pero no es la única expresión posible de la voluntad de Dios (J. Dupuis).
Dios es lo que nosotros decimos que es. El lenguaje lo ha diseñado y lo sigue diseñando a través del tiempo. Será violento, egoísta, sádico o cruel si así lo coloreamos. Dichosamente, son muchos los que tratan de dibujarlo cercano, amoroso, fraterno y humano. Esta es nuestra tarea también. Por eso, apoyándonos en el fino pincel del compatriota, pintamos versos:
¿Verdad que Tú no tienes la barba blanca?
¿Verdad que no, Dios mío?
¿Verdad que Tú no tienes los ojos negros?
¿Verdad que no, Dios mío?
¿Verdad que Tú no tienes un puñal en la mano?
(Jorge Debravo, Bestiecillas plásticas, p. 30).