Croniques - La Maison-Dieu 230 (2002/2) "El espíritu de la liturgia" o la fidelidad al Concilio: Respuesta al Padre Gy

Respuesta dada por el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, a la recensión de su libro hecha por el profesor Pierre-Marie Gy.

Ratzinger
Ratzinger

Después de la publicación del artículo del Padre P.-M. Gy en el número precedente de la revista, hemos recibido del cardenal J. Ratzinger la respuesta que sigue. La dirección de La Maison-Dieu, así como el P. Gy, agradecemos vivamente al cardenal Ratzinger por su artículo, cuya redacción en francés no podemos más que admirar. Esta respuesta abre una discusión fuerte y útil, en el respeto a la vez de las intervenciones magisteriales y de la libertad de las discusiones teológicas y litúrgicas. Fiel a su conducta, la revista contribuirá a alimentar la investigación litúrgica con artículos de fondo.

---------------

Joseph Cardenal Ratzinger                                                  15 de abril de 2002

Redacción de La Maison-Dieu

Señores:

El Reverendo Padre Pierre-Marie Gy, op, ha publicado en su revista (n° 229, 2002/1, p. 171-178) su crítica a mi libro El espíritu de la liturgia y él mismo ha tenido la gentileza de hacérmela llegar.

En el interés de un diálogo fructuoso sobre las cuestiones implicadas, les ruego interponer sus buenos oficios para publicar igualmente mi respuesta a la crítica del R. P. Gy en la misma revista, de la forma más pronta posible.

Con mis mejores deseos en este tiempo pascual,

Joseph Cardenal RATZINGER

---------------

Las anotaciones críticas que el padre Gy ha dedicado a mi libro sobre el espíritu de la liturgia requieren algunas clarificaciones, en el espíritu de un diálogo abierto y únicamente guiado por el interés de la gran causa de la liturgia.

  1. Es simplemente falso decir, como lo hace el padre Gy en la página 171, que yo veo en la participatio actuosa “un riesgo de auto-celebración de la Iglesia”. Todo el segundo capítulo de la cuarta parte de mi libro está consagrado a la “participación activa” en tanto componente esencial de una buena celebración de la liturgia. Se trata, en primer lugar, de separar una interpretación falsa y superficial de esta noción fundamental: la participación activa no puede consistir en asignar actividades externas en la liturgia a todos los fieles reunidos para la celebración eucarística. En las parroquias más pobladas eso sería simplemente imposible. La participación activa significa algo más grande. Ella exige, en primer lugar, que tengamos una real familiaridad con los textos y las formas de la liturgia, así como una formación litúrgica sin la cual las acciones puramente externas permanecen vacías y privadas de sentido. La formación litúrgica es, de este modo, el presupuesto fundamental y en sí mismo una forma de participación activa en la celebración de la misa. Pero esta participación, que permite la unión íntima de todo el ser, del pensamiento y de la acción en la liturgia, debe también expresarse corporalmente, y los parágrafos sucesivos del capítulo dan en ese sentido toda una serie de indicaciones que son desarrolladas sobre la base de las grandes tradiciones litúrgicas de Occidente y Oriente y continuadas hasta el tiempo presente. Cómo se ha podido leer, de manera falaz, un rechazo a las disposiciones del Concilio en mi crítica con miras a interpretaciones superficiales de la participación activa y en mi tentativa para conferir a ella una modalidad más profunda y finalmente más concreta, sigue siendo un misterio para mí.
  2. Me regocijo mucho de que el padre Gy insista sobre la fidelidad a las reglas litúrgicas y recuerde que el derecho de cambiar la liturgia está, al menos en la Iglesia latina, reservado al papa. Desgraciadamente, esa no es la actitud de una parte considerable de los liturgistas que nos bombardean continuamente, por el contrario, con nuevas propuestas de textos y de formas las cuales han contribuido poco, en lugares diversos, a una anarquía en el ámbito litúrgico que constituye el principal obstáculo para una recepción general y positiva del misal de Pablo VI. Con mucha frecuencia, la liturgia es muy diferente de una parroquia a otra y el misal común casi no puede distinguirse. Sería fácil proporcionar un buen número de ejemplos al respecto. El padre Gy puede estar convencido de algo: estoy completamente de parte suya en el esfuerzo por la fidelidad a las formas litúrgicas que nos han sido transmitidas en los libros litúrgicos.
  3. Es cierto que Pablo VI aprobó el misal de 1970 in forma specifica, no tengo dudas en mi convicción interna al respecto, a pesar de que lamento ciertos déficits y no considero cada una de las decisiones tomadas como la mejor posible. No quisiera, sobre este punto, entrar en una polémica concerniente en la cuestión de saber en qué medida, en la preparación del misal, se ha efectivamente buscado y mantenido en detalle la voluntad del papa. En esto los historiadores deberán pronunciarse en el futuro, una vez que todo el material sea accesible. El libro de N. Giampietro, Il Cardinale Ferdinando Antonelli e gli sviluppi della riforma liturgica dal 1948-1970 (Roma 1998), presenta puntos de vista que amplían preguntas y ofrecen un material importante para la discusión sobre la renovación litúrgica antes y después del Concilio Vaticano II. Por qué el papa retiró finalmente la confianza puesta en Bugnini y luego separó el trabajo sobre la liturgia sigue siendo, con toda seguridad, una pregunta aun abierta. Preguntas como esta no cambian naturalmente en nada el carácter obligatorio del misal y desearía, como lo he dicho, que todos los liturgistas aporten al respecto la seriedad debida en este elemento realmente importante. Que a raíz de esto nazca la impresión de no deber cambiarse nada del misal, como si toda reflexión sobre eventuales reformas posteriores fuera un ataque contra el Concilio, no puedo sino considerarlo absurdo. Es verdad que tenemos la necesidad de encontrar, finalmente, la estabilidad en la liturgia, pero también de reflexionar sobre los medios para resolver las carencias, más que nunca manifiestas hoy, de la reforma. Por qué no se podría, eventualmente, calificar una pregunta tal como “reforma de la reforma” es algo que, por el momento, no comprendo. Sobre el resto, un cardenal de la curia romana, difunto hace tiempo, hombre eminente, comprometido totalmente con la reforma conciliar, me dijo personalmente que había interrogado un día a Bugnini sobre la longevidad que atribuía a “su misal”. Bugnini le respondió que estimaba unos veinte o treinta años, más o menos. Al respecto, estoy completamente en desacuerdo con Bugnini: un misal no es un libro vigente para veinte o treinta años, sino que se sitúa en la gran continuidad de la historia de la liturgia, en la cual siempre hay un crecimiento y una purificación, pero no rupturas. En esa medida, estoy más a favor de la estabilidad del misal que de aquel a cuyo nombre está demasiado unido dicho libro.
  4. Absolutamente inconcebible a mis ojos es que el padre Gy escriba sobre la dirección ad Orientem de la liturgia. Conozco, naturalmente, el libro de Nussbaum que fue presentado en Bonn, en la Facultad de Teología, como tesis doctoral donde yo mismo era profesor. Este no es lugar para entrar en una polémica ni para regresar sobre los detalles del desarrollo del debate científico sobre esta materia [1]. Pero que pueda decirse que la cuestión sobre la “orientación” valga solamente para la mitad oriental de la cuenca del Mediterráneo sigue siendo para mí algo incomprensible. Aquí no podemos sino invitar al autor a emprender un día un viaje por las Iglesias cristianas primitivas y medievales de Occidente, para mostrar que el principio de la orientación era respetado prácticamente en todo lugar, siempre y cuando no se opusieran circunstancias locales específicas. Sobre la situación particular de las basílicas romanas hice una breve alusión en mi libro. Por lo demás, no hay duda alguna que la llamada litúrgica conversi ad Dominum, después del sermón, era una invitación a los fieles a volverse hacia el Oriente, allí donde la disposición del edificio como tal no lo tenía previsto. Además, quisiera subrayar que, en toda esta cuestión, he tomado una posición muy diferenciada que se puede resumir acá en tres puntos:

a) Dije que era justo y necesario crear un espacio propio para la liturgia de la Palabra (alrededor del ambón) para así llevar a cabo la forma de una proclamación-respuesta, como un diálogo entre aquellos que anuncian esta Palabra (el lector, el cantor, el diácono, el sacerdote) y aquellos que la escuchan.

b) Además, constaté que en las iglesias (especialmente catedrales y colegiales), donde el altar mayor está demasiado alejado del pueblo, era bueno construir altares que fueran colocados más cerca del pueblo.

c) Finalmente, añadí que la gran tradición de la “orientación”, el hecho de volverse hacia el “Oriente” como imagen de retorno a Cristo, no pide de manera alguna que todos los altares ahora sean invertidos nuevamente y que sea cambiado el lugar del sacerdote en consecuencia. Por el contrario, se puede satisfacer las petitorias internas de esta tradición apostólica sin emprender grandes transformaciones exteriores asegurándose que la Cruz (la Cruz escatológica como en las iglesias primitivas, la Cruz de gloria como en las iglesias romanas, la Cruz del sufrimiento, con el acento puesto en la resurrección) sea el punto de mira común del sacerdote y de los fieles cuando ella se encuentra en medio del altar y no a un costado. Cristo que fue crucificado y que vuelve hoy es el verdadero oriens, la dirección de la historia. Él personifica la síntesis de la orientación cósmica e histórica de la liturgia, tan central en la tradición de la oración hacia el “Oriente”. Poder fijar todos juntos la mirada sobre aquel que es el Creador y nos hace entrar en la liturgia del cosmos, pero que también nos muestra el camino de la historia, es quien permitiría recuperar en la liturgia, de modo visible, la dimensión profunda de unidad que existe entre el sacerdote y los fieles al interior del sacerdocio común. Ninguno de mis críticos me ha podido decir hasta ahora por qué esta idea simple en todo -la Cruz, el Crucificado y el Cristo que vuelve, como punto de mira de la liturgia- es falsa. En lugar de esto, se intenta enredarme en discusiones arqueológicas cuyo resultado es, finalmente, poco importante para la cuestión litúrgica como tal.

5. Quien hace la observación de que no soy un liturgista y no tengo competencia suficiente en la materia, solo puedo responder diciendo que ninguno de los grandes padres de la renovación litúrgica -Guardini, Jungmann, Bouyer, Vagaggini (por no mencionar otros)- era liturgista de origen y esto simplemente porque esta disciplina aún no existía en la época. La crítica de Falsini, que señala Gy, es, a mis ojos, superficial y sin valor. Los críticos de Kl. Richter no tocan cuestiones estrictamente litúrgicas; antes que nada, lo que él ha denunciado desde su propia orientación de fondo, es la insistencia demasiado fuerte de mi libro, según su punto de vista, sobre la “adoración”. Haciendo esto no se ha dado cuenta que la noción de adoración, tal como la presento, no está limitada a la oración propiamente dicha, sino que abraza toda la vida. El padre Gy ha dejado de mencionar, extrañamente, la recensión mucho más detallada de mi libro que ha hecho A. Gerhards, profesor de liturgia en Bonn (Herder-Korrespondenz 54 [2000] 263-268). Gerhards es, hasta ahora -según lo que he podido ver-, el único recensor que se ha tomado la pena de llevar al conocimiento del lector el contenido del libro mismo y de permitir así discutir sus intenciones internas. De modo diferenciado, los otros recensores se contentan con reaccionar a tal o cual página que les contraría. En general, es la cuestión de la orientación y de la participación activa las mencionadas, y es muy necesario decir que mi posición es presentada a menudo, a este respecto, de modo distorsionado. Había intentado clarificar en mi libro las dimensiones de la liturgia en un abanico cuádruple; la dimensión cósmica de la liturgia, el lugar de la liturgia cristiana en la historia de las religiones y toda la problemática fundamental de la existencia humana que ella transparenta; la relación entre Israel y la Iglesia en el camino histórico de la liturgia; las diferentes rutas de la liturgia cristiana en sí misma y la relación entre culto y cultura. Pero esto no le interesa a la mayoría de los liturgistas que, hasta aquí, han reseñado mi libro y en cuyo informe rendido han pasado de largo su contenido. ¿Por qué? De mi parte, esa es la pregunta que le dirijo a mis recensores.

Para terminar, un pequeño comentario todavía. La declaración del padre Gy, de que la reunión en Fontgombault se trataba de un encuentro de tradicionalistas, me molestó. En realidad, los invitados eran únicamente personalidades que aceptan claramente el concilio Vaticano II -en continuidad con toda a historia de la Iglesia- y representan al mismo tiempo orientaciones absolutamente diversificadas. La pregunta planteada, que tiene también una importancia de orden pastoral, era la de saber cómo se podía llegar a una reconciliación litúrgica y de esta forma a una recepción más plena de la constitución sobre la sagrada liturgia. Me abstengo de tachar de tradicionalistas a todos los que no están de acuerdo con la corriente principal actual de los liturgistas y de erigir obligadamente una uniformidad de pensamiento que no es conciliable con la amplitud de la reforma conciliar. Semejantes etiquetas partisanas son contrarias al diálogo que todos nosotros debemos esforzarnos a hacer hoy y al cual, el presente ensayo de diálogo con el padre Gy, quisiera constituir una modesta contribución.

Referencias al pie

[1] Para esto refiero el artículo de A. GERHARDS, profesor de liturgia en Bonn, publicado recientemente en Theologische Revue 98 (2002) 15-22: «Versus orientem - versus populum : l'état actuel d'une vieille question disputée ». Gerhards recopila allí todo el material tanto sobre la cuestión histórica como sobre el debate actual y muestra claramente el valor universal de la dirección de la oración versus orientem, retomando también las correcciones ulteriores que Nussbaum aportó a su tesis primitiva. Él propone, igualmente, otros aspectos a observar para la construcción de iglesias y para la celebración litúrgica para llegar, en lo referente a cuestiones prácticas, a una solución equilibrada que puedo aceptar absolutamente.

Texto original: "Réponse du Cardinal Ratzinger au Père Gy": La Maison-Dieu, 230, 2002/2, 113-120.

Volver arriba