Liturgia de la UBL El "viviente" para siempre (Jn 20,1-9)
Comentario al evangelio del Domingo de Resurrección 2021
| Hanzel J. Zúñiga Valerio
La fe en la resurrección de Jesús es un nuevo comienzo. La certeza de que el amor es más poderoso que la muerte se encarna en la comunidad donde el "viviente" [1] se hace tangible. Todo es nuevo, todo inicia con renovado vigor: "El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro [...]" (v. 1) [2]. Precisamente en medio de la oscuridad, es donde la luz comienza a disipar las tinieblas y las vendas de la muerte no pueden retener a aquel que siempre proclamó la vida.
El relato del evangelio propuesto para este domingo es el mismo de todos los años, pero siempre es nuevo, es fuente inagotable de sentidos. Donde todo terminó es donde todo comienza: en el mismo jardín en que yació su cuerpo es donde inicia la predicación de su vida-para-siempre. De este modo, la historia de Jesús se presenta como la vida que triunfa sobre el dolor, aun cuando no lo parezca. María Magdalena y otras mujeres (véase el plural "no sabemos" del v. 2) llegan de madrugada al sepulcro, pero la roca ha sido movida y piensan que se han robado el cadáver. De entrada, es una tumba abierta, un sepulcro vacío que no dice nada. Pero después adquirirá sentido. Quienes han recorrido el camino de Galilea a Jerusalén con el nazareno llegarán a la consecuencia lógica de este sendero: el crucificado no tiene tumba, no puede tenerla, porque su mensaje resquebraja toda estructura.
Al ser alertados del incidente por las mujeres, Pedro y el discípulo "a quien Jesús amaba" salen corriendo. El giño del narrador, que nos indica quién "ganó" la carrera, va a concretarse en la comprensión del suceso que están presenciando. El otro discípulo llega primero, pero no entra a la tumba dándole su lugar a Pedro. Este que llega precipitadamente, ingresa, ve las vendas en la misma posición en que fue colocado el cuerpo, pero no entiende. La comunidad joánica sí que comprende: con solo ver los lienzos de lino, el "discípulo amado" es el primero en creer en Jesús resucitado [3].
¿Qué diferencia hay entre las dos miradas? Pedro ve, revuelca y se cuestiona; el otro discípulo solamente contempla las vendas ordenadas: "[...] mientras que este signo deja mudo a Pedro -su ver permanece estéril-, el discípulo amado da testimonio de otra forma de ver: el ver de la fe" [4]. Es el "ver creyente" que las primeras comunidades cristianas encontraron al leer con otros ojos las escrituras. No fueron las apariciones -que no han tenido lugar en el relato- las que les llevaron a la convicción de que Jesús estaba vivo, sino la constatación de que nunca les había dejado, que estaba presente en medio de ellos/as, que seguía hablando cada vez que se reunían en su nombre. En esto consiste el "ver sin creer" de una fe madura.
"Resucitar" es más que creer en un muerto que sale de su tumba. La fe no depende de milagros extraordinarios, sino que nace de la sencillez de lo ordinario. El crucificado es, ya desde la cruz, el viviente-para-siempre porque ha consumado su vida en función de los/as demás. Este proyecto inclusivo se actualiza cada vez que los cristianos/as lo encarnan en sus realidades. La metáfora de la resurrección, de este modo, se traduce en una lucha constante por los/as más vulnerables. Cada vez que transformamos los episodios de muerte e injusticia en escenarios de vida y plenitud le proclamamos "resucitado".
"Resucitar" es dejar a Jesús ser él mismo en nosotros/as: siendo subversivos/as en la ternura, siendo revolucionarios/as en la misericordia, sabiendo que Dios está más allá de cualquier estructura o iglesia para encontrarlo en el templo de la vida: "¿Cómo dejarte ser sólo Tú mismo, sin reducirte, sin manipularte? ¿Cómo, creyendo en Ti, no proclamarte igual, mayor, mejor que el Cristianismo?" [5]. Encontrar al resucitado en nuestras limitaciones es más maravilloso y sobrenatural de lo que creemos. Pero todo esto es un camino de búsqueda.
María Magdalena, Pedro y el otro discípulo: los tres salieron en búsqueda de Jesús, sin saber muy bien cómo ni dónde. Aun así, los tres lo hallaron, pero no de la forma en que lo habían pensado. Caminando diariamente se percataron que seguía vivo, pues su presencia se actualizaba en la comunidad que realizaba su proyecto. ¿Dónde buscamos nosotros/as a Dios? ¿Queremos encontrarlo en el triunfo y el poder? ¿No será, más bien, que se trasluce en los rostros de quienes, entre alegrías y sufrimientos, viven su cotidianidad? La búsqueda de la Magdalena
"[...] representa la búsqueda de Jesús resucitado y Señor de cada uno de nosotros, la búsqueda de un sentido consumado y definitivo de la vida, la búsqueda de una amistad que no tiene ocaso, de una plenitud de Dios, que es lo único capaz de llenar el corazón" [6].
Referencias
[1] En Ap 1,18 Jesús es denominado con el participio presente 'o zon, es decir, "el que vive", "el que está vivo" y versículo lo concluye: "por los siglos de los siglos".
[2] Usamos la traducción de A. Levorati - A. B. Trusso, La Biblia. Libro del Pueblo de Dios, Estella: Verbo Divino, 2015.
[3] R. Brown, El evangelio y las cartas de Juan, Bilbao: Desclée De Brouwer, 2010, p. 156.
[4] J. Zumstein, "Évangile selon Jean": C. Focant - D. Marguerat (dir.), Le Nouveau Testament commenté, Genève: Bayard/Labor et Fides, 2012, p. 503.
[5] P. Casaldáliga, "Jesús de Nazaret": P. Casaldáliga, Sonetos neobíblicos, precisamente, Buenos Aires: Editorial Claretiana, 1996, p. 17.
[6] C. M. Martini, Los relatos de la Pasión. Meditaciones, Santander: Sal Terrae, 2018, p. 174.