Cómo superar los conflictos interpersonales
Este blog analizó unos cuantos conflictos pero el tema no queda agotado ni mucho menos.
Ahora queda pendiente el gran interrogante:cómo superar los conflictos, por los menos los interpersonales.Ofrecemos los criterios que me parecen más significativos como la observancia de la buena convivencia, las exigencias del diálogo, la actitud de comprensión, las respuestas humanas y cristianas a la hora de corregir “al otro” o de reconocer loas propios errores….Y.. Veamos
Cooperar en una buena convivencia
En cualquier comunidad, cada miembro acepte “el arco iris” de la buena convivencia integrada por la justicia, que conoce y respeta prácticamente la dignidad y los derechos ajenos y que evita toda ofensa o lesión de los mismos derechos. Por lo tanto no perjudica al prójimo ni se burla de él, ni hace acepción de personas. Antes bien, da a cada no lo suyo, lo que le pertenece. También debe estar presente la disciplina y obediencia ante la ley, ante la autoridad y ante cualquier normativa social. Se manifiesta en el deber cumplido. No se puede olvidar que para “la buena convivencia” se requiere el servicio, prontitud para ayudar al necesitado y para colaborar en bien de la comunidad; la bondad y cortesía como actitud de benevolencia en el trato, la atención en pequeños detalles, la generosidad en dar tiempo y bienes; la comprensión para disculpar, perdonar al prójimo; también como flexibilidad para ver las cosas "desde el otro"; el amor como capacidad de donación desinteresada, de sintonía y apertura, de servicio hasta el sacrificio; la gratitud como apertura al bien recibido, reconocido y recompensado; las dotes de influjo: de conversación, de autoridad, como organizador, arte de hablar en público, de enseñar, escribir. La buena convivencia se expresar en varias manifestaciones que afectan a todos y cada uno del grupo humano.
Respetar y servir, respuestas fundamentales
El buen convivir consiste fundamentalmente en el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Y para que exista respeto se requieren tres cosas muy elementales: tomar conciencia de cuáles son los derechos o necesidades del prójimo, ser conscientes de cuáles son las responsabilidades o deberes propios, y dar a cada uno lo que le corresponde con el trato que deseamos para nosotros mismos.
Y el servicio. Construye la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones, necesidades y algún que otro "capricho". Así mismo se impone el no negar favores razonables y sí responder con amabilidad al tener que negar, postergar o condicionar algún favor. Que siempre aparezca la delicadeza para pedir favores y para no comprometer al prójimo. El servicio se contempla como una exigencia de la fraternidad humana y de la condición del cristiano. Y no como una instrumentalización que considera al otro como una cosa que sirve a la propia persona.
Manifestar afecto y confianza, es indispensable. ¿De qué modo? Con obras y palabras, con sentimientos internos y con frases amables. Pero antes, se precisa reconocer los valores del prójimo, aceptarlo y amarlo como persona. Más aún, habrá que procurar que cada uno se sienta aceptado, valorado y amado por su prójimo más inmediato. No descargar la agresividad; por el contrario tratar a todos como deseamos ser tratados. La comunicación afectuosa incluye cordialidad, el cuidado en los detalles como felicitaciones, obsequios, etc. También se expresa con la admiración que sentimos por sus cualidades.
Y la confianza. Saber que el manifestar la seguridad que tenemos en la responsabilidad ajena ayuda mucho para la convivencia. Así mismo el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad en quienes nos rodean. No demos motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian. La confianza no se exige pero se puede ofrecer.
El instrumento “infalible”: saber dialogar. Las reglas del diálogo piden sinceridad en las palabras, serenidad en el ánimo, actitud abierta para aceptar verdades diferentes, respeto por la libertad ajena, claridad en las expresiones, saber escuchar con silencio y respeto, la supresión de prejuicios y paradigmas fijos que imposibilitan el cambio de opinión. Y el gran complemento: buscar la unidad en los fundamental, respetar la libertad en lo dudoso y amar siempre y en todo a todos. “Regala tu comunicación de centro a centro y no esperes a que los demás se abran a mí”.
La comprensión para llegar a la verdad total. Se dirige a las personas, a la situación de su ánimo y al sentido que quieren dar a sus palabras. En definitiva se trata de cultivar la empatía o el "ponerse en los zapatos del otro" para intentar valorar y sentir como el interlocutor. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La comprensión pide también asumir la
fragilidad-debilidad del otro: no imponer "mi opinión o conducta".
La aceptación, difícil pero no imposible. ¿A quién y cómo? La gran virtud de la aceptación comienza por uno mismo, pero debe prolongarse en el otro y terminar en los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Esta aceptación queda potenciada con la solidaridad oportuna en las alegrías y en las tristezas del prójimo.
Ábrete y conecta con sus aspiraciones y necesidades. Una buena máxima: asumir con
paciencia los defectos en vez de criticarlos sin fundamento.
Es difícil pero no imposible: elogiar sin adular. Se trata de reconocer internamente y con palabras los valores y méritos ajenos. Y saber estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Se rechaza el adular y sí expresar admiración por cuanto de positivo observamos. El elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen por alguna razón de nosotros. Ellos pueden quejarse con razón de
que no reconocemos sus valores y méritos.
Casi imposible, pero necesario: corregir sin herir Un ideal difícil de conseguir: que la corrección sea constructiva, oportunamente, pocas veces y con suavidad en la crítica. Son desastrosos los efectos de una corrección irónica, excesiva, de fiscal acusador, reitarada o con expresiones coléricas. Tal corrección puede hacer estallar el orgullo del criticado y matar la convivencia pacífica. Por lo menos, las críticas injustas suscitan la agresividad, el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Será mejor ofrecer consejos cuando lo pidan pero no intentar cambiar al prójimo "a nuestra imagen y semejanza". Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones de los demás.
Máxima humildad: reconocer los propios errores. Que tiene como complemento el pedir perdón por las ofensas y omisiones. ¿Cómo reaccionar ante los
propios errores? Prontitud en disculparse, reconocer los errores con elegancia, pedir disculpas al notar que el prójimo se sintió ofendido y no insistir en justificarse como si el otro fuera "el malo" y yo "el bueno" de la película. Y preveer el futuro: adoptar los recursos convenientes para no repetir actos y actitudes que justamente ofenden al prójimo. Difícil pero necesario será procurar con diligencia un cambio de conducta.
La gran terapia: perdonar y olvidar. Si te piden excusas, sé generoso en manifestar tu perdón. Si te acuerdas de las ofensas e ingratitudes, esfuérzate por borrar de tu mente los recuerdos negativos. Recuerda cuál es el cáncer de la convivencia pacífica: el orgullo que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe. Si rezas el Padre nuestro, recuerda que pides perdón a Dios de tus ofensas porque tú perdonas a los que te han ofendido.
El “plus” de generosidad: ayudar al necesitado. ¿De qué manera ayudar al prójimo? Mediante el servicio desinteresado que hoy se entiende mejor como promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos y no dar "por caridad lo que se le debe por justicia", sin hipotecas para su libertad, sin empañar su dignidad (cf. AA 8). En cuanto a la ayuda material o limosna hoy necesita enfoques más conformes con le mentalidad y sensibilidad del hombre moderno. Pero rigen las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...)
Un arma “letal”: el amor profundo. El amor profundo es la respuesta de quien se sacrifica ocultamente para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, trata amablemente a los antipáticos, tiene paciencia con los intransigentes, realiza el servicio que corresponde a otro, cede en las conversaciones por el bien de la paz, oculta sus problemas para no afligir al prójimo, sonríe cuando internamente está enojado, responde a la ofensa con un trato generoso. Y como buen discípulo de Jesús, pone en práctica otras exigencias de la caridad según pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10).
Con estos criterios termina el inagotable tema de “ser y vivir hoy en conflictos”. Al autor, con más de 81 años, le queda todavía por escribir “ser y vivir EN-DESDE EL ATARDECER”. ¿Podré realizar mi deseo? “Primero Dios”, como dicen los mexicanos.
Ahora queda pendiente el gran interrogante:cómo superar los conflictos, por los menos los interpersonales.Ofrecemos los criterios que me parecen más significativos como la observancia de la buena convivencia, las exigencias del diálogo, la actitud de comprensión, las respuestas humanas y cristianas a la hora de corregir “al otro” o de reconocer loas propios errores….Y.. Veamos
Cooperar en una buena convivencia
En cualquier comunidad, cada miembro acepte “el arco iris” de la buena convivencia integrada por la justicia, que conoce y respeta prácticamente la dignidad y los derechos ajenos y que evita toda ofensa o lesión de los mismos derechos. Por lo tanto no perjudica al prójimo ni se burla de él, ni hace acepción de personas. Antes bien, da a cada no lo suyo, lo que le pertenece. También debe estar presente la disciplina y obediencia ante la ley, ante la autoridad y ante cualquier normativa social. Se manifiesta en el deber cumplido. No se puede olvidar que para “la buena convivencia” se requiere el servicio, prontitud para ayudar al necesitado y para colaborar en bien de la comunidad; la bondad y cortesía como actitud de benevolencia en el trato, la atención en pequeños detalles, la generosidad en dar tiempo y bienes; la comprensión para disculpar, perdonar al prójimo; también como flexibilidad para ver las cosas "desde el otro"; el amor como capacidad de donación desinteresada, de sintonía y apertura, de servicio hasta el sacrificio; la gratitud como apertura al bien recibido, reconocido y recompensado; las dotes de influjo: de conversación, de autoridad, como organizador, arte de hablar en público, de enseñar, escribir. La buena convivencia se expresar en varias manifestaciones que afectan a todos y cada uno del grupo humano.
Respetar y servir, respuestas fundamentales
El buen convivir consiste fundamentalmente en el respeto a la dignidad y a los derechos del prójimo. Y para que exista respeto se requieren tres cosas muy elementales: tomar conciencia de cuáles son los derechos o necesidades del prójimo, ser conscientes de cuáles son las responsabilidades o deberes propios, y dar a cada uno lo que le corresponde con el trato que deseamos para nosotros mismos.
Y el servicio. Construye la comunidad quien ofrece sus servicios a quienes lo necesitan teniendo presente sus aspiraciones, necesidades y algún que otro "capricho". Así mismo se impone el no negar favores razonables y sí responder con amabilidad al tener que negar, postergar o condicionar algún favor. Que siempre aparezca la delicadeza para pedir favores y para no comprometer al prójimo. El servicio se contempla como una exigencia de la fraternidad humana y de la condición del cristiano. Y no como una instrumentalización que considera al otro como una cosa que sirve a la propia persona.
Manifestar afecto y confianza, es indispensable. ¿De qué modo? Con obras y palabras, con sentimientos internos y con frases amables. Pero antes, se precisa reconocer los valores del prójimo, aceptarlo y amarlo como persona. Más aún, habrá que procurar que cada uno se sienta aceptado, valorado y amado por su prójimo más inmediato. No descargar la agresividad; por el contrario tratar a todos como deseamos ser tratados. La comunicación afectuosa incluye cordialidad, el cuidado en los detalles como felicitaciones, obsequios, etc. También se expresa con la admiración que sentimos por sus cualidades.
Y la confianza. Saber que el manifestar la seguridad que tenemos en la responsabilidad ajena ayuda mucho para la convivencia. Así mismo el esfuerzo por merecer la confianza y seguridad en quienes nos rodean. No demos motivos de desconfianza con actitudes oscuras, verdades a medias o con mentiras que desprestigian. La confianza no se exige pero se puede ofrecer.
El instrumento “infalible”: saber dialogar. Las reglas del diálogo piden sinceridad en las palabras, serenidad en el ánimo, actitud abierta para aceptar verdades diferentes, respeto por la libertad ajena, claridad en las expresiones, saber escuchar con silencio y respeto, la supresión de prejuicios y paradigmas fijos que imposibilitan el cambio de opinión. Y el gran complemento: buscar la unidad en los fundamental, respetar la libertad en lo dudoso y amar siempre y en todo a todos. “Regala tu comunicación de centro a centro y no esperes a que los demás se abran a mí”.
La comprensión para llegar a la verdad total. Se dirige a las personas, a la situación de su ánimo y al sentido que quieren dar a sus palabras. En definitiva se trata de cultivar la empatía o el "ponerse en los zapatos del otro" para intentar valorar y sentir como el interlocutor. Actitud contraria es la de quien se encierra en sí mismo y solamente ve las cosas desde su punto de vista. La comprensión pide también asumir la
fragilidad-debilidad del otro: no imponer "mi opinión o conducta".
La aceptación, difícil pero no imposible. ¿A quién y cómo? La gran virtud de la aceptación comienza por uno mismo, pero debe prolongarse en el otro y terminar en los contratiempos de la convivencia familiar o de la profesión. Esta aceptación queda potenciada con la solidaridad oportuna en las alegrías y en las tristezas del prójimo.
Ábrete y conecta con sus aspiraciones y necesidades. Una buena máxima: asumir con
paciencia los defectos en vez de criticarlos sin fundamento.
Es difícil pero no imposible: elogiar sin adular. Se trata de reconocer internamente y con palabras los valores y méritos ajenos. Y saber estimular a los semejantes con la sincera alabanza. Se rechaza el adular y sí expresar admiración por cuanto de positivo observamos. El elogio efusivo -siempre sincero- estimula mucho a quienes dependen por alguna razón de nosotros. Ellos pueden quejarse con razón de
que no reconocemos sus valores y méritos.
Casi imposible, pero necesario: corregir sin herir Un ideal difícil de conseguir: que la corrección sea constructiva, oportunamente, pocas veces y con suavidad en la crítica. Son desastrosos los efectos de una corrección irónica, excesiva, de fiscal acusador, reitarada o con expresiones coléricas. Tal corrección puede hacer estallar el orgullo del criticado y matar la convivencia pacífica. Por lo menos, las críticas injustas suscitan la agresividad, el desánimo y el deseo de venganza con otras críticas. Será mejor ofrecer consejos cuando lo pidan pero no intentar cambiar al prójimo "a nuestra imagen y semejanza". Y el gran complemento de la corrección: recibir con humildad la verdad amarga que contienen las correcciones de los demás.
Máxima humildad: reconocer los propios errores. Que tiene como complemento el pedir perdón por las ofensas y omisiones. ¿Cómo reaccionar ante los
propios errores? Prontitud en disculparse, reconocer los errores con elegancia, pedir disculpas al notar que el prójimo se sintió ofendido y no insistir en justificarse como si el otro fuera "el malo" y yo "el bueno" de la película. Y preveer el futuro: adoptar los recursos convenientes para no repetir actos y actitudes que justamente ofenden al prójimo. Difícil pero necesario será procurar con diligencia un cambio de conducta.
La gran terapia: perdonar y olvidar. Si te piden excusas, sé generoso en manifestar tu perdón. Si te acuerdas de las ofensas e ingratitudes, esfuérzate por borrar de tu mente los recuerdos negativos. Recuerda cuál es el cáncer de la convivencia pacífica: el orgullo que no perdona, que no olvida y que está pronto a devolver el golpe. Si rezas el Padre nuestro, recuerda que pides perdón a Dios de tus ofensas porque tú perdonas a los que te han ofendido.
El “plus” de generosidad: ayudar al necesitado. ¿De qué manera ayudar al prójimo? Mediante el servicio desinteresado que hoy se entiende mejor como promoción y liberación para que el necesitado remedie sus necesidades con ayuda ajena, pero sin paternalismos y no dar "por caridad lo que se le debe por justicia", sin hipotecas para su libertad, sin empañar su dignidad (cf. AA 8). En cuanto a la ayuda material o limosna hoy necesita enfoques más conformes con le mentalidad y sensibilidad del hombre moderno. Pero rigen las clásicas obras de misericordia, tanto las de orden espiritual (enseñar al que no sabe, consolar al triste...) como las de tipo corporal (visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento...)
Un arma “letal”: el amor profundo. El amor profundo es la respuesta de quien se sacrifica ocultamente para hacer felices a los demás, ama a las personas desagradecidas, trata amablemente a los antipáticos, tiene paciencia con los intransigentes, realiza el servicio que corresponde a otro, cede en las conversaciones por el bien de la paz, oculta sus problemas para no afligir al prójimo, sonríe cuando internamente está enojado, responde a la ofensa con un trato generoso. Y como buen discípulo de Jesús, pone en práctica otras exigencias de la caridad según pide la Palabra de Dios (Mt 5,35-48; Lc 6,27-38; 1Cor 13, 1-10).
Con estos criterios termina el inagotable tema de “ser y vivir hoy en conflictos”. Al autor, con más de 81 años, le queda todavía por escribir “ser y vivir EN-DESDE EL ATARDECER”. ¿Podré realizar mi deseo? “Primero Dios”, como dicen los mexicanos.