"El miedo no tiene efecto sobre él. El caos no perturba el sueño" "Dios es siempre dueño de la situación, incluso cuando duerme"

Tempestad calmada
Tempestad calmada

El caos no le perturba. Al contrario, «se tumbó en la popa, sobre el cojín, y durmió». El contraste entre la tempestad y la tranquilidad de Jesús sobre la almohada es muy fuerte

¿Qué hará Jesús frente a una fuerza oscura que trastorna el mar y los corazones? ¿Qué hará frente al miedo de los suyos?

El poder de Dios se manifiesta en el dominio inmediato de la confusión que de repente se abalanza sobre nosotros

El impacto del poder de Dios, cuando se percibe, conmociona, descoloca, hace zozobrar la pequeña barca de una existencia tímida e incapaz de hacer frente al caos

Es de noche. Jesús está ante la multitud siempre junto al lago de Tiberíades, una extensión de agua expuesta a repentinas tempestades de viento. Recordemos: habla desde una pequeña barca mecida por las olas. En un momento dado dice a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Está oscuro. No será una travesía iluminada por la luna. Llega el caos en forma de aguas tumultuosas: de repente «se levantó un gran vendaval y las olas entraban a raudales en la barca, que ya estaba llena».

Pero, ¿por qué quiere Jesús cruzar el lago si ya ve cómo se extienden las olas? El caos no le perturba. Al contrario, «se tumbó en la popa, sobre el cojín, y durmió». El contraste entre la tempestad y la tranquilidad de Jesús sobre la almohada es muy fuerte. Incluso parece paradójico si se compara con la reacción de los discípulos que «le despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que estemos perdidos?”». Marcos nos ofrece el único texto evangélico precioso en el que vemos a Jesús dormido. El Salvador, el «Dios con nosotros», duerme, y lo hace cuando debería estar haciendo algo, respondiendo a la angustia de los que viajaban con él.

Y este sueño debía de ser profundo si Jesús ni siquiera se despierta del azote de las olas y del agua que había invadido la barca. ¿Qué habrán hecho los discípulos para despertarle? Los buenos y obedientes discípulos que llevan a Jesús en la barca como una estatua en procesión, se ven ahora atenazados por el miedo y tienen reacciones incontroladas, agresivas y teñidas de victimismo, precisamente contra Jesús. Le increpan. Están decepcionados.

¿Qué hará Jesús frente a una fuerza oscura que trastorna el mar y los corazones? ¿Qué hará frente al miedo de los suyos? Precisamente ante la situación límite y el miedo a la muerte es posible aclarar la idea de la verdadera identidad del Maestro. Jesús «se levantó, amenazó al viento y dijo al mar: “¡Calla, cálmate!”». Para Jesús, el mar no sólo está «conmovido»: grita, chilla y se contonea como un monstruo. Pero a Marcos le bastan unas pocas palabras para hacernos comprender que Jesús pasa, sin turbación alguna, del reposo a la acción: amenaza el caos y se impone a los elementos cósmicos. El miedo no tiene efecto sobre él. El caos no perturba el sueño. Dios es siempre dueño de la situación, incluso cuando duerme. Y así es como interviene como liberador. Así es como revela quién es.

E inmediatamente «cesó el viento y hubo gran calma». El poder de Dios se manifiesta en el dominio inmediato de la confusión que de repente se abalanza sobre nosotros. Dios libera del miedo, exorciza a los monstruos silenciándolos. ¿No necesitamos esto para vivir? Si va acompañada del rugido de olas caóticas, la vida no puede desarrollarse. Necesitamos al que nos libera de este estruendo.

En este punto, Jesús puede decir a sus discípulos: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Y ellos «se llenaron de gran temor». Jesús también infundió miedo a los discípulos por su manera ciega y caótica de afrontar la situación.

No hay que pasar por alto el hecho de que en el momento en que Jesús les pregunta por la razón de su miedo, los discípulos se llenan de gran temor. En realidad, se trata de dos sentimientos totalmente distintos. El miedo aquí es susto, mientras que el sobrecogimiento es un sentimiento de admiración ante algo que desconcierta. Los discípulos están sobrecogidos por este poder que les libera de la amenaza de la muerte y del miedo, sometiendo el cosmos y sus elementos a sí mismo. Por eso «se decían unos a otros: ¿Quién es éste, pues, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

El impacto del poder de Dios, cuando se percibe, conmociona, descoloca, hace zozobrar la pequeña barca de una existencia tímida e incapaz de hacer frente al caos.

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