"Hay una glorificación que pasa a través de la putrefacción, hay una vida que pasa a través de la muerte" "El Evangelio es para todos y no sólo para un pueblo"
"Nos encontramos, pues, con personas en la frontera entre la fe y la no fe, que no hablan la lengua del pueblo elegido, pero que buscan, que desean adorar a Dios sinceramente después de haberlo encontrado"
"¿Qué hacer cuando los que quieren encontrarse con Jesús no parecen tener una identidad clara y precisa? ¿Qué hacer con los que escapan a las categorías clásicas que nos hacen juzgar a las personas?"
"Permanecer intacta, intangible, cerrada en la pequeña perfección de la semilla, es morir, agriarse por dentro, secarse íntimamente"
"Permanecer intacta, intangible, cerrada en la pequeña perfección de la semilla, es morir, agriarse por dentro, secarse íntimamente"
Juan (12:20-33) encuadra a un grupo de personas. Hablan griego, pero no eran judíos de la diáspora. Están fuera del contexto puramente judío. Sin embargo, también subían a Jerusalén para el culto, por lo que debían de haber abrazado de algún modo el monoteísmo judío y algunas observancias legales. Ya no eran realmente paganos, pero tampoco eran creyentes plenos en el Dios de Israel. En resumen: ni paganos ni judíos, sino personas en busca de Dios.
Vemos a este grupito acercarse a uno de los dos apóstoles de nombre griego, a saber, Felipe, que era de Betsaida de Galilea, región abierta a las influencias helenísticas porque era frecuentada por paganos. Nos encontramos, pues, con personas en la frontera entre la fe y la no fe, que no hablan la lengua del pueblo elegido, pero que buscan, que desean adorar a Dios sinceramente después de haberlo encontrado.
Preguntan a Felipe: "queremos ver a Jesús". No hacen preguntas de fe, por tanto, no quieren respuestas teológicas, no discuten cuestiones de doctrina, ni quieren entender mejor las cosas. Quieren ver con sus propios ojos, conocer al maestro del que Felipe es discípulo. Habían oído hablar de él y reconocían en él a un personaje importante, al que debían conocer personalmente. Lo suyo no era curiosidad, sino deseo de creer.
Felipe, sin embargo, no va directamente a Jesús. Se dirige al otro apóstol de nombre griego, Andrés. Después, los dos juntos van a contarle a Jesús la petición de los griegos. ¿Por qué Felipe necesita a Andrés? ¿No podía haber ido directamente a Jesús? No sabemos cuál es la respuesta. Tal vez, sin embargo, necesitaba un cómplice para entender qué hacer con esas personas que no encajaban ni en el modelo del pagano ni en el de las ovejas de Israel. ¿Qué hacer cuando los que quieren encontrarse con Jesús no parecen tener una identidad clara y precisa? ¿Qué hacer con los que escapan a las categorías clásicas que nos hacen juzgar a las personas?
Pero, llegados a este punto, ese grupo de buscadores desaparece del relato. No se les menciona más. Felipe y Andrés también desaparecen. La narración nos muestra a Jesús hablando, pero se dirige a la multitud en general. La aparición de estos griegos, sin embargo, es una señal fuerte: es expresión de que el deseo de ver a Jesús es de todos, no sólo de algunos. Y también del hecho de que el Evangelio es para todos y no sólo para un pueblo.
Imaginemos a estos griegos ahora allí, en medio de los demás, mientras ven a aquel Maestro en acción, predicando, mientras se revela ante sus ojos con su palabra. Y Jesús comienza a hablar de un grano de trigo. Les dice que cae en tierra: si no muere y permanece allí intacto sin abrirse en la tierra, se queda solo, inútil, sin sentido. Si en cambio muere, produce mucho fruto. Permanecer intacta, intangible, cerrada en la pequeña perfección de la semilla, es morir, agriarse por dentro, secarse íntimamente. Hay necesidad de pudrirse, de descomponerse para crecer, para desarrollarse, para dar fruto. Jesús habla de sí mismo.
Justo cuando está hablando de pudrirse y morir, se oye una voz desde el cielo: "¡Yo le he glorificado y le glorificaré de nuevo!". Algunos oyen un rugido de trueno más que una voz articulada en palabras. La putrefacción y la gloria se anuncian juntas. La vista se satura con la imagen de la debilidad de una semilla que se pudre, y el oído se satura con el poder de la energía del trueno que ruge. Hay una glorificación que pasa a través de la putrefacción, hay una vida que pasa a través de la muerte. Y Jesús, cuando el rugido se apaga, grita solemne y dramáticamente: "ahora comienza el juicio contra este mundo".
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