“Pedro está aquí”, en los grafitos anteriores a Constantino Hechos de los apóstoles (III): Los dos testigos
| Jesús López Sáez
Pedro en Roma. En su primera carta, escrita en Roma hacia el año 61, habla de interrogatorios oficiales (3,15), calumnias y difamaciones (1 P 2,13; 3,16), diversas pruebas (1,7; 4,12), el acusador de los hermanos (el diablo) como león rugiente “busca a quien devorar” (5,8). A Pedro le acompaña Marcos, su hijo en la fe: “Os saluda la (comunidad) que está en Babilonia (Roma), elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos” (5, 13). En su segunda carta, escrita poco después de la primera, Pedro le llama a Pablo “nuestro querido hermano”, reconoce “la sabiduría que le fue otorgada”, conoce todas sus cartas, “hay en ellas cosas difíciles de entender” (2 P 3,14-18). Ambos intercambian colaboradores: por ejemplo, Marcos (2 Tm 4,11) y Silvano (1 P 5,12).
La casa de Pudente. En su libro La vida cotidiana de los primeros cristianos (2006), el franciscano Adalbert G. Hamman, profesor del Instituto Patrístico de Roma, recoge estos datos sobre la presencia de Pedro en Roma: “La casa de Pudente, que recibió a San Pedro en Roma, pudo haber servido de lugar de reunión. Las excavaciones han descubierto en Santa Pudenciana (deformación de Titulus Pudentis) ladrillos con el sello de Q. ServiusPudens” (Hamman, 205). En la segunda carta a Timoteo, que Pablo escribe en Roma quizá en la primavera del año 63, saludan a Timoteo “Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos” (2 Tm 4,21).
Pablo en Roma. Está en la ciudad ya el año 61. Se le permite “permanecer en casa particular con un soldado que le custodiaba” (Hch 28, 16). El texto occidental de los Hechos aporta esta variante: “Cuando entramos en Roma el oficial romano confió a Pablo al comandante del campamento. Y se le permitió a Pablo alojarse fuera del campamento militar” (28, 16). El libro de los Hechos termina así: “Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él; predicaba el reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesús con toda valentía, sin estorbo alguno” (28, 30-31). En su última carta, quizá en la primavera del año 63, Pablo escribe a Timoteo: “El único que está conmigo es Lucas” (2 Tm 4,11). ¿Murió Lucas con él?
Una gran muchedumbre. Dice Clemente Romano en su Primera Carta a los Corintios a finales del siglo I: Pedro y Pablo “fueron perseguidos”, “y sostuvieron combate hasta la muerte”, “a éstos vino a agregarse una gran muchedumbre de escogidos” (V-VI). Lo mismo dice el historiador romano Tácito (55-120): “Una gran muchedumbre quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuando de odio al género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros, clavados en cruces, eran quemados al caer el día, a guisa de luminarias nocturnas” (Anales, XV,44).
Casa y almacén de trigo. Según una antigua tradición que se halla escrita en el siglo II en la Pasión de Pedro y Pablo, “Pablo tuvo su albergue (hospitium) en la orilla izquierda del Tíber en el distrito 11 (ad Arenulam) en las cercanías de la isla del Tíber, y predicó en un almacén de trigo que estaba vacío, no lejos de la Porta Ostiensis (horreum extra urbem) y tuvo por oyentes incluso a soldados. En el lugar de su último albergue hay una antiquísima iglesia (San Paolo alla Regola)”. Las excavaciones realizadas en 1936 dieron por resultado “las huellas de una antigua casa de comercio” (Holzner, 493).
Tradición antigua. Clemente de Roma, a finales del s. I, afirma en su Carta a los Corintios: “Por rencor y envidia fueron perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la iglesia y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos a los santos apóstoles. A Pedro, quien por inicuo resentimiento hubo de soportar no uno ni dos, sino muchos más trabajos. Y después de dar su testimonio marchó al lugar que le era debido”. En cuanto a Pablo: “siete veces entre cadenas, desterrado, apedreado. Heraldo en Oriente y Occidente, cosechó la magnífica gloria de su fe. Predicó la justicia a todo el mundo, penetró hasta los confines de Occidente y dio testimonio ante los potentados: así partió del mundo y llegó al lugar santo” (V). Ignacio de Antioquía, a comienzos del s. II, escribe a los romanos: “Yo no os mando como Pedro y Pablo” (4,3).
Dionisio de Corinto (+hacia 178) afirma que “después de enseñar también en Italia en el mismo lugar, los dos sufrieron el martirio en la misma ocasión” (Eusebio, HE II, 25). Según Tertuliano (+220), “Pedro igualó la pasión del Señor”, “Pablo fue coronado con la muerte de Juan Bautista” (De praescriptione, 36,1-3). El presbítero Cayo afirma a finales del s. II: “Si quieres ir al Vaticano o al camino de Ostia, encontrarás los trofeos de los que fundaron esta iglesia” (HE II, 25). De suyo, “trofeo” significa monumento, insignia o señal de victoria, pero no tumba. Hacia el año 260, había en las catacumbas de San Sebastián un lugar de culto de los dos apóstoles.
Allí estuvo un tiempo esta inscripción de Dámaso (366-384): “Tú, que preguntas por los nombres de Pedro y Pablo, sabe que aquí moraron los santos tiempo atrás. El Oriente nos envió a los apóstoles, lo cual confesamos libremente. Pero por causa de un martirio cruento… Roma ha obtenido el derecho de reclamarlos como conciudadanos suyos”. La palabra “moraron” no significa “estuvieron sepultados”, como se ha interpretado, sino moraron como ciudadanos. El historiador de la Iglesia Hubert Jedin (1900-1980) afirma: la existencia de dos lugares (Vaticano, catacumbas de San Sebastián) en los que se piensa tener la tumba de Pedro muestra que “a partir del siglo III, la iglesia de Roma no sabía ya a ciencia cierta donde estaba realmente sepultado Pedro” (Jedin I, 191).
El día del Señor,día de juicio. EscribePablo hacia el año 52: “Es propio de la justicia de Dios el pagar con tribulaciones a los que os atribulan”, sucederá “cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de una llama de fuego” (2 Ts 1,6-8). Pablo espera ese día, pero no es inminente: “Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre impío”, “vosotros sabéis qué es lo que le retiene”, “entonces se manifestará el impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca” (2 Ts 2, 3-8). Del 54 al 62, a Nerón le retienen sus asesores Burro y Séneca.
Del 62 al 68, ya sin ellos, se manifiesta como “el hombre impío”, realmente bestial. En el año 62 promulga la ley de “lesa majestad”. En el mismo año el sumo sacerdote Anás, aprovechando el vacío de poder que deja la sustitución del procurador Festo por Albino, manda lapidar a “Santiago, hermano de Jesús llamado Cristo, y a algunos otros, acusándoles de haber faltado contra la Ley” (F. Josefo, Antigüedades judías, XX, 200). Tras la muerte de Santiago, es un hecho patente “la separación entre el naciente cristianismo y el judaísmo” (Schwank, 19). Con ello, el cristianismo pierde la protección del judaísmo como “religión licita” dentro del imperio.
Muerte inminente. En la segunda carta a Timoteo, escrita quizá en la primavera del 63, Pablo anuncia su muerte inminente: “Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente” (2 Tm 4, 6). En Roma las cosas no van bien:“En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles” (4, 16-17). Pablo avisa a Timoteo: “Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina”, “apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas” (4,4).
Los dos testigos. El Apocalipsis recoge lo que falta en los Hechos. Lo hace de forma críptica, clandestina, pero con gran precisión: “dos testigos” profetizan “durante mil doscientos sesenta días” (tres años y medio), “si alguien pretendiera hacerles mal, saldría fuego de su boca”. Cuando hayan terminado de dar testimonio, la bestia “los vencerá y los matará". Gentes de todas partes contemplan sus cadáveres “tres días y medio” en la plaza de la gran ciudad, “no está permitido sepultar sus cadáveres”, “los habitantes de la tierra se alegran y regocijan por causa de ellos”, celebran con escarnio su muerte degradante (sin sepultura).
Pero “pasados tres días y medio, un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos y se pusieron de pie”, “subieron al cielo en la nube”, “en aquella hora se produjo un violento terremoto, y diez partes de la ciudad se derrumbaron” (Ap 11,3-13; Za 4,14). Los dos testigos son Pedro y Pablo. La gran ciudad es Roma. El incendio de Roma se produce en la noche del 18 al 19 de julio del año 64. La bestia es Nerón: “su cifra es 666” (Ap 13, 18). En hebreo, el valor numérico de las letras nrwn qsr (Nerón César) da esa cifra: n50 + r200 + w6 + n50 + q100 + s60 + r200 = 666. Los dos testigos mueren de forma degradante (el 15 de julio). Pero, “tres días y medio” después, resucitan: “se ponen en pie”, “suben al cielo”, “sale fuego de su boca”.
El incendio de Roma. Según el historiador romano Tácito, de catorce distritos que tenía la ciudad, diez quedaron destrozados, más que “la décima parte” según se traduce. Fue “un desastre”, “no se sabe si por obra del azar o por maquinación del emperador (pues una y otra versión tuvieron autoridad), pero sí el más grave y espantoso de cuantos acontecieron a esta ciudad por violencia del fuego”, “nadie se atrevía a atajar el incendio, pues había fuertes grupos de hombres que, con repetidas amenazas, prohibían apagarlo, a lo que se añadía que otros, a cara descubierta, lanzaban tizones y a gritos proclamaban estar autorizados para ello”, “de las catorce regiones en que se divide Roma, sólo cuatro quedaban intactas y tres estaban totalmente arrasadas; de las siete restantes, sólo quedan rastros de los techos destrozados y medio abrasados”, “Nerón se inventó unos culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus infamias, el vulgo llamaba cristianos” (Tácito, Anales, XV, 38-44; ver Ruiz Bueno, 215 y 223; catequesis La gran ramera). Según el historiador romano, “los condenados a muerte, además de la confiscación de sus bienes, eran privados de sepultura” (Anales,VI, 35).
El juicio de Roma. El incendio de Roma es “el juicio de la gran ramera” (Ap 17,1), “la gran ciudad” (17,18), “la gran Babilonia” (18,2). Con la ayuda de diez reyes, que lo serán “sólo por una hora” (17, 9-12), la bestia destruye la ciudad: “la consumiránpor el fuego; porque Dios les ha inspirado la resolución de su propio plan” (17,16-17). La bestia “camina hacia su destrucción” (17,8). Se dice en el Apocalipsis: “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia, estaba desterrado en la isla de Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (1,9). Juan habla de “siete reyes”, siete emperadores romanos: “Cinco han caído, uno es, y el otro no ha llegado aún. Y cuando llegue, habrá de durar poco tiempo“ (17, 9-10). Los emperadores romanos son: Augusto (+14), Tiberio (+37), Calígula (+41), Claudio (+54), Nerón (+68), Galba (+69), Otón (+69). Estamos en el año 69: ha caído Nerón, manda Galba y Otón no ha llegado aún.
Fábulas. Entre 1939 y 1949 un grupo de arqueólogos dirigido por el sacerdote alemán Ludwig Kaas (1881-1952), asesor de Pío XII, encontró en las grutas vaticanas una necrópolis bajo un relleno de tierra sobre el que se construyó la antigua basílica constantiniana. Aparecieron restos en una tumba. Según el profesor Venerato Correnti, los huesos encontrados pertenecen a “un ser robusto, de sexo varón (posiblemente setenta años) y del primer siglo”. Sin embargo, esto no significa que sean los huesos de san Pedro. En 1952 Margherita Guarducci (1902-1999) descubrió unos grafitos anteriores a Constantino: “Pedro, ruega por nosotros los cristianos que estamos enterrados junto a tu cuerpo”, “Pedro está aquí”, pero los grafitos sólo muestran la creencia de esos fieles. Si Constantino hubiera tenido la tumba de Pedro, la habría puesto en lugar de honor dentro de su basílica. Lo mismo hubiera hecho con la tumba de Pablo. En la foto, uno de los grafitos.
Estremecedor incendio. El emperador Constantino construyó una pequeña basílica sobre un edículo que había en memoria de Pablo: ”Cincuenta años más tarde los emperadores Valentiniano II, Arcadio y Honorio en vez de la pequeña iglesia constantiniana edificaron la célebre basílica de San Pablo, que se terminó el año 395”. Un “estremecedor incendio”, acaecido en 1823 a la misma hora en que moría el papa Pío VII, destruyó la basílica (Holzner, 499; ver El día de la cuenta, 485). Llama la atención. Fue en la noche del 15 al 16 de julio, aniversario del martirio de Pedro y Pablo. Lo que importa es el testimonio de ambos, no las fábulas sobre sus tumbas. Como dice Jesús, “el que tenga oídos para oír, que oiga” (Mc 4,9).
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