"Las observancias sagradas, las normas eclesiásticas… nos tranquilizan. Pero también nos engañan" Castillo: "A Dios lo encontramos, ante todo, en la liberación de los esclavos y en la lucha contra el sufrimiento"
"En el mundo en que vivimos hoy, sigue habiendo mucho sufrimiento y muchas esclavitudes. Si los cristianos no anteponemos esa brutal y espantosa realidad a todo lo demás, la pura verdad es que no nos relacionamos con Dios, sino con las “representaciones de Dios” que nosotros nos hacemos, para tener paz, para darle sentido a la vida"
Decir “yo soy” es, como bien sabemos, no decir nada. Porque “yo soy” es una oración gramatical con sujeto y verbo, pero sin predicado. Si oímos esas palabras en boca de alguien, inevitablemente nos viene la pregunta: “tú eres: “¿qué?”, “¿quién?”. Y si el otro no responde, lo que nos viene a la mente es pensar: “éste no está bien de la cabeza”. Todo esto es lógico e inevitable.
Pues bien, lo “lógico” y lo “inevitable”, según afirma la Biblia, fue pronunciado nada menos que por Dios. Sí, por Dios mismo. Así lo afirma el capítulo tercero del libro del Éxodo, cuando el Señor se apareció a Moisés en el desierto de Egipto (3, 1-15). Por supuesto, yo no voy a discutir aquí si este relato bíblico es histórico o pertenece a otro género literario. Lo que me interesa y me importa es lo que me dice Dios en este episodio bíblico. Y lo que allí sucedió es que Moisés vio, en el desierto, una zarza ardiendo en un fuego que no se extinguía. Y del fuego salió una voz, que le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres…” (3, 6). Y añadió el mismo Dios: “He visto la opresión de mi pueblo… he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo… a sacarlo de esta tierra…” (3, 7-8). Entonces fue cuando Dios le pidió a Moisés que fuera al Faraón y le dijera que, por mandato de Dios, sacaba al pueblo de aquella esclavitud. Y cuando Moisés le preguntó a Dios cómo se llamaba o cuál era su nombre, “Dios dijo a Moisés: Yo soy el que soy,… Yo soy me envía a vosotros” (3, 14-15).
¿Qué nos viene a decir esto a nosotros hoy, ahora? Nos viene a decir que a Dios lo conocemos y lo encontramos, no en una definición teórica o en una fórmula especulativa. Ni siquiera en una sola y escueta definición dogmática. A Dios lo encontramos, ante todo, en la liberación de los esclavos y en la lucha contra el sufrimiento. Si esto no se pone y se antepone a todo lo demás, no es posible conocer a Dios o encontrar a Dios.
Jesús antepuso la lucha contra el sufrimiento de los pobres
Por eso, sin duda alguna, según el Evangelio de Juan, el Señor Jesús se apropió este extraño título: “yo soy” (Jn 4, 26; 6, 20; 8, 24. 28). Y por eso mismo, los dirigentes del Templo quisieron matarle. Porque se proclamaba Dios. Jesús antepuso la lucha contra el sufrimiento de los pobres, enfermos y esclavos. Esto fue lo primero para el Señor.
En el mundo en que vivimos hoy, sigue habiendo mucho sufrimiento y muchas esclavitudes. Si los cristianos no anteponemos esa brutal y espantosa realidad a todo lo demás, la pura verdad es que no nos relacionamos con Dios, sino con las “representaciones de Dios” que nosotros nos hacemos, para tener paz, para darle sentido a la vida, para justificar lo mucho que vale nuestra religión, para ver la muerte con esperanza, incluso para ganar dinero, tener fama… ¿qué sé yo?
No nos engañemos, ¡por favor! Porque la pura verdad es que la religión, las observancias sagradas, las normas eclesiásticas…, todo eso, nos tranquiliza. Pero también nos engaña. Como se ha dicho acertadamente, “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar” (Thomas Ruster). Lo vemos todos los días. La religiosidad tranquiliza nuestras conciencias. Por eso no me cansaré de repetir que solamente la BONDAD es digna de fe. Porque en la bondad, que se traduce en liberación del sufrimiento, ahí es donde podemos empezar a conocer a Dios, lo que es Dios y lo que quiere Dios. Y lo que necesitamos de Dios para ser buenas personas de verdad.