"Jueves santo y el triple mandato de Jesús": eucaristía, lavar los pies, amor Castillo: "El que hace el bien a quien sea, ése es el que cree en Dios y ama a Dios. Aunque no lo sepa"
"Entre las muchas desviaciones y alejamientos, que se han producido en la Iglesia respecto al Evangelio, se destaca notablemente la reducción de los tres mandatos (de la última cena) de Jesús a uno solo"
"Ir por la vida lavando los pies a los demás (o sea, sirviendo a los demás), eso, ¿quién lo tiene que hacer"
"Mientras que, por el contrario, el mandato de la eucaristía se basa y se explica, no a partir de un 'deber', sino por el privilegio de un 'poder'"
"¿Podemos estar seguros de que el Señor Jesús dispuso todo esto así? ¿No habría que pensar, más bien, que los teólogos y el clero se han pasado un poco (o quizás un “mucho”) en una desmesurada ambición de poder y mando?"
"Mientras que, por el contrario, el mandato de la eucaristía se basa y se explica, no a partir de un 'deber', sino por el privilegio de un 'poder'"
"¿Podemos estar seguros de que el Señor Jesús dispuso todo esto así? ¿No habría que pensar, más bien, que los teólogos y el clero se han pasado un poco (o quizás un “mucho”) en una desmesurada ambición de poder y mando?"
Jesús, en la cena de despedida de sus discípulos, no les impuso un solo mandato (el de la eucaristía). Les impuso tres mandatos: 1) Lavar los pies a los demás (Jn 13, 1-15); 2) Recordar a Jesús mediante la eucaristía (1 Cor 11, 24; cf. Lc 22, 19; Mc 14, 22-26; Mt 26, 26-29); 3) El mandato “nuevo” del amor mutuo (Jn 13, 33-35).
Entre las muchas desviaciones y alejamientos, que se han producido en la Iglesia respecto al Evangelio, se destaca notablemente la reducción de los tres mandatos (de la última cena) de Jesús a uno solo. El lavatorio de los pies se ha reducido a un ritual religioso (que se puede suprimir, si al celebrante le parece). Y el “mandamiento nuevo” del amor mutuo, ni mucha gente sabe por qué es “nuevo”; ni, sobre todo, a nadie le quita el sueño, si no se practica; cosa que no sólo “es frecuente”, sino que, sobre todo, se ve como “lo más natural” o quizá “lo normal”.
A mí me parece que es comprensible el hecho de que el mandato, en el que se ha centrado el mayor interés de la Iglesia y el que más se ha destacado por su importancia, haya sido el de la eucaristía. No sólo porque se ha constituido como un “sacramento”, cosa que no ha sucedido con los otros dos mandatos de Jesús (lavar los pies a los demás y querernos mutuamente como nos quiso el Señor).
Además de lo que acabo de indicar, es que, en la celebración de la eucaristía, hay un condicionante capital, decisivo, que no se da en los otros dos mandatos que nos dejó Jesús en la última cena. Ir por la vida lavando los pies a los demás (o sea, sirviendo a los demás), eso, ¿quién lo tiene que hacer? ¿sólo los obispos, como sucesores de los apóstoles? ¿lo tienen que hacer todos los sacerdotes? ¿lo tenemos que hacer todos los creyentes en Jesús y su Evangelio?
La verdad es que los teólogos no nos hemos preocupado mucho por responder a estas preguntas. Y si es que hablamos de amar a los demás como nos quiso Jesús, eso es un buen “consejo espiritual”. Pero, ¿un “mandado”? ¿quién ha dicho eso? … Pues, aunque mucha gente ni lo sepa, ni lo piense, lo de servir a los demás y lo de querer a todos, lo dijo Jesús. Y está muy claro en el Evangelio.
Entonces, ¿por qué tanta importancia en el “mandato eucarístico”? Y ¿por qué tan poco interés en los otros dos “mandatos” de Jesús? A mí me parece que la respuesta es sencilla: ir por la vida sirviendo a los demás y, además, queriendo a todos, piensen como piensen y vivan como vivan, todo eso es duro, difícil y complicado. Muy complicado y exigente.
Mientras que, por el contrario, el mandato de la eucaristía se basa y se explica, no a partir de un “deber”, sino por el privilegio de un “poder”. Por eso, los clérigos dicen en sus sermones: “tenéis que servir al prójimo”, “tenéis que amar a los demás”, etc., etc. Pero, si se trata de celebrar una misa, ahí y entonces, si no hay cura, no hay misa. Porque el poder es el poder. Y el poder lo tiene el clero. ¿Estamos seguros de que Dios quiere esto? ¿Realmente, Jesús lo dispuso así?
Además – por si lo dicho fuera poco – ese poder es enteramente singular. Porque quienes se someten a él (o sea, todos los que pretendan ser cristianos), tienen que someter, al celebrante de la eucaristía, hasta lo más íntimo de sus conciencias. Y tienen que pensar, en cosas muy fundamentales, como piensa el celebrante. Y comportarse, en su vida familiar y profesional, como dispone y decide el sacerdote…, etc. etc.
Realmente, ¿podemos estar seguros de que el Señor Jesús dispuso todo esto así? ¿No habría que pensar, más bien, que los teólogos y el clero se han pasado un poco (o quizás un “mucho”) en una desmesurada ambición de poder y mando?
Y termino repitiendo lo que ya he explicado en alguna otra ocasión. ¿Por qué dijo Jesús que el último mandato, que nos dio, fue un mandato “nuevo”? ¿En qué estaba la novedad? La respuesta es sencilla: la tradición de Israel unía siempre el “amor a Dios” con el “amor el prójimo” (Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 25-28). En el mandato de la última cena, ya no se menciona a Dios. Jesús se limitó a decir: “que os améis unos a otros, como yo os he amado”. ¿Por qué no se menciona a Dios? Porque Dios está en el otro. Es decir, el que hace el bien a quien sea, ése es el que cree en Dios y ama a Dios. Aunque no lo sepa. Ni lo sospeche. Dios se ha humanizado, con todas las consecuencias. “Lo que hicisteis con uno de estos, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
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