Gestos de gigante . Sobre el buen hacer de Obama

Entre todos/as le aupamos un poco y lejos de defraudarnos nos hace crecer, nos despierta cada día con una nueva lección en lo que al genuino servicio público desde la política se refiere. Obama avanza con paso firme, sabio y seguro, consciente de que ha llegado el momento de invertir la historia, sabedor de su papel planetario, de su liderazgo incuestionable. En él nos reconocemos, en él nos identificamos. Su apuesta por un mundo de paz y de solidaridad es la nuestra. Su mirada siempre amable, sonriente y esperanzada es la que deseamos también nosotros cada mañana esbozar. Su huerto ecológico en la Casa Blanca es nuestro huerto, su amor por los animales el nuestro. Su fe en un Dios de compasión infinita que nos quiere, nos asiste y nos protege es la nuestra. Obama no es un igual, es un maestro.
Puertas adentro, gobierna frenando a los más poderosos e intentando siempre favorecer a los más desprotegidos. Ahí están los grandes cambios en política fiscal, en ampliación de cobertura sanitaria y social. Puertas afuera, también cada día gana puntos. Ya no hay “demonios” con los que la reconciliación sea imposible. Abandona insensatas aventuras militares, vuelca a los enemigos históricos de los EEUU y les ofrece la mano, cierra muy oscuros capítulos de la historia americana como el de Guantánamo y la tortura en las cárceles de máxima seguridad…
Tras la cerrada noche de George Bush, tras ese tenebroso pasado de orgullo militarista, clarea un alba que sólo ayer no podíamos ni soñar. Obama en cada cita internacional gana amigos, cada gesto concita más apoyos. En los temas cruciales revela claro compromiso y visión responsable de futuro. En las grandes cumbres sólo habla en clave de mutua ayuda y cooperación. Va a aprender, a escuchar, a trabajar de igual a igual. Todo lo contrario de su antecesor.
Los primeros han querido ser siempre los últimos. En su humildad, el que ya de por sí es grande, se agiganta. A mayor altura, Obama manifiesta más sencillez y modestia. Quizás uno de los gestos en los que más ha testimoniado esa grandeza ha sido en la reverencia ante el rey de Arabia en la reciente cumbre del G-20 en Londres. El poder de ese gesto para superar la brecha entre Occidente e Islam es sencillamente incalculable. Su reverencia ante el monarca saudí esta cargada de simbolismo. Con la cabeza y el tronco agachados el presidente de los EEUU cobró su verdadera dimensión de gigante.
Nada debió acontecer al azar. Obama sabe muy bien que el protocolo está para ser saltado en precisas ocasiones. No vayamos a pensar que ese cambio de formas fue improvisado. Lo más lógico es imaginar un gesto perfectamente medido. El acto de reverencia del hombre más poderoso del mundo ante el dignatario árabe, “guardián de las Santas Mezquitas”, implica el inicio de una nueva era de relaciones. Occidente se ha de acercar con más humildad al mundo islámico y el inquilino de la Casa Blanca es consciente de ello. Imaginemos sólo por un instante que del máximo purpurado de Roma brotara un gesto similar ante una elevada autoridad del Islam. ¿Qué nueva era de relación interreligiosa no habríamos también inaugurado?
Quienes poco saben de humildad y de generosas formas, los patriotas de rifle y misil por delante, enseguida pusieron el grito en el cielo, incapaces de ver la importancia de ese gesto trascendente, nulos para interpretar los guiños que cambian la historia. Malas lenguas dicen que fue un acto de sumisión, cuando lo que presidente estadounidense manifestó fue su inigualable grandeza.
Habrá a quienes los progresos de Obama en política interna y externa aún les parecerán insuficientes, sin embargo el avance de la conciencia de los norteamericanos, así como la cualquier otro pueblo lleva sus ritmos. No se pueden saltar y Obama no puede hacer más de lo que su gente le permite. Corazón no le ha faltado, pero ha demostrado también sobrada inteligencia. De seguro que al presidente se le quedan pequeñas las patrias, incluida la suya, pero tiene que defenderla y con ella sus intereses por encima de todo, de lo contrario se suicidaría políticamente y queremos Obama para rato.
No es sólo su actuar impecable, es el magno espejo que está sirviendo para la regeneración de una clase política mundial. Muchos temen que desaparezca, sin embargo, siempre perduraría su ejemplo puro, su actuar intachable, su vocación inmensa de servicio. Ha hecho ya historia, ejemplo para generaciones.
Hay un inseparable Dios que está con Obama y que poco tiene que ver con el Dios autoritario, distante y temido de un Bush siempre alardeante de fe. Junto a ese Dios cercano, íntimo y fraterno aprendió la suprema lección de la humildad. El Dios de Obama es el de la libertad y la compasión sin mesura, el del acercarse a los enemigos, el que, si su país se lo permitiera, le haría incluso poner la otra mejilla. Ése, el único Dios del amor y la bondad infinitas, le guarde por muchos años.
Entre todos/as le aupamos un poco y lejos de defraudarnos nos hace crecer, nos despierta cada día con una nueva lección en lo que al genuino servicio público desde la política se refiere. Obama avanza con paso firme, sabio y seguro, consciente de que ha llegado el momento de invertir la historia, sabedor de su papel planetario, de su liderazgo incuestionable. En él nos reconocemos, en él nos identificamos. Su apuesta por un mundo de paz y de solidaridad es la nuestra. Su mirada siempre amable, sonriente y esperanzada es la que deseamos también nosotros cada mañana esbozar. Su huerto ecológico en la Casa Blanca es nuestro huerto, su amor por los animales el nuestro. Su fe en un Dios de compasión infinita que nos quiere, nos asiste y nos protege es la nuestra. Obama no es un igual, es un maestro.
Puertas adentro, gobierna frenando a los más poderosos e intentando siempre favorecer a los más desprotegidos. Ahí están los grandes cambios en política fiscal, en ampliación de cobertura sanitaria y social. Puertas afuera, también cada día gana puntos. Ya no hay “demonios” con los que la reconciliación sea imposible. Abandona insensatas aventuras militares, vuelca a los enemigos históricos de los EEUU y les ofrece la mano, cierra muy oscuros capítulos de la historia americana como el de Guantánamo y la tortura en las cárceles de máxima seguridad…
Tras la cerrada noche de George Bush, tras ese tenebroso pasado de orgullo militarista, clarea un alba que sólo ayer no podíamos ni soñar. Obama en cada cita internacional gana amigos, cada gesto concita más apoyos. En los temas cruciales revela claro compromiso y visión responsable de futuro. En las grandes cumbres sólo habla en clave de mutua ayuda y cooperación. Va a aprender, a escuchar, a trabajar de igual a igual. Todo lo contrario de su antecesor.
Los primeros han querido ser siempre los últimos. En su humildad, el que ya de por sí es grande, se agiganta. A mayor altura, Obama manifiesta más sencillez y modestia. Quizás uno de los gestos en los que más ha testimoniado esa grandeza ha sido en la reverencia ante el rey de Arabia en la reciente cumbre del G-20 en Londres. El poder de ese gesto para superar la brecha entre Occidente e Islam es sencillamente incalculable. Su reverencia ante el monarca saudí esta cargada de simbolismo. Con la cabeza y el tronco agachados el presidente de los EEUU cobró su verdadera dimensión de gigante.
Nada debió acontecer al azar. Obama sabe muy bien que el protocolo está para ser saltado en precisas ocasiones. No vayamos a pensar que ese cambio de formas fue improvisado. Lo más lógico es imaginar un gesto perfectamente medido. El acto de reverencia del hombre más poderoso del mundo ante el dignatario árabe, “guardián de las Santas Mezquitas”, implica el inicio de una nueva era de relaciones. Occidente se ha de acercar con más humildad al mundo islámico y el inquilino de la Casa Blanca es consciente de ello. Imaginemos sólo por un instante que del máximo purpurado de Roma brotara un gesto similar ante una elevada autoridad del Islam. ¿Qué nueva era de relación interreligiosa no habríamos también inaugurado?
Quienes poco saben de humildad y de generosas formas, los patriotas de rifle y misil por delante, enseguida pusieron el grito en el cielo, incapaces de ver la importancia de ese gesto trascendente, nulos para interpretar los guiños que cambian la historia. Malas lenguas dicen que fue un acto de sumisión, cuando lo que presidente estadounidense manifestó fue su inigualable grandeza.
Habrá a quienes los progresos de Obama en política interna y externa aún les parecerán insuficientes, sin embargo el avance de la conciencia de los norteamericanos, así como la cualquier otro pueblo lleva sus ritmos. No se pueden saltar y Obama no puede hacer más de lo que su gente le permite. Corazón no le ha faltado, pero ha demostrado también sobrada inteligencia. De seguro que al presidente se le quedan pequeñas las patrias, incluida la suya, pero tiene que defenderla y con ella sus intereses por encima de todo, de lo contrario se suicidaría políticamente y queremos Obama para rato.
No es sólo su actuar impecable, es el magno espejo que está sirviendo para la regeneración de una clase política mundial. Muchos temen que desaparezca, sin embargo, siempre perduraría su ejemplo puro, su actuar intachable, su vocación inmensa de servicio. Ha hecho ya historia, ejemplo para generaciones.
Hay un inseparable Dios que está con Obama y que poco tiene que ver con el Dios autoritario, distante y temido de un Bush siempre alardeante de fe. Junto a ese Dios cercano, íntimo y fraterno aprendió la suprema lección de la humildad. El Dios de Obama es el de la libertad y la compasión sin mesura, el del acercarse a los enemigos, el que, si su país se lo permitiera, le haría incluso poner la otra mejilla. Ése, el único Dios del amor y la bondad infinitas, le guarde por muchos años.