En el metro

De repente los aldeanos que desembarcamos en la gran urbe, tenemos muchas cosas que aprender, muchos motivos por los que sorprendernos. En lo que a servidor se refiere, no he tenido ocasión de frecuentar galerías de artistas modernos. Tampoco he ido a museos de maestrías más antiguas.

No acudo a ninguna facultad, me salió ya alguna cana. No me alcanza el día para todos estos ilustrados menesteres, mas todas las mañanas me sumerjo en la cueva del metro. He ahí mi universidad. Turno de mañana y turno de noche, una hora bien cortita en cada sesión, de a 60 céntimos con abono. A fe que no la desperdicio.


En el metro he comprendido que todos los humanos de los más distintos colores y razas, de las más variadas clases y pareceres, viajamos en un mismo vagón hacia semejantes destinos.

En el metro aprendí que bajo tierra, el "móvil" calla, pero en la línea circular, en esa que se bajan las mil y un escaleras, no se interrumpía la comunicación con los de Arriba. No se cómo se las apañan. Marqué desde bien abajo y también ahí contestaron. En el túnel más largo supe que Compañía ofrece, en verdad, servicio gratuito y cobertura universal.

En el metro saboreé libros que por falta de tiempo tuve que aparcar. Leí también el libro apasionante de los mil y un rostros. Los examiné con respeto. En las arrugas leí los desafíos de la vida encarados, en las sonrisas leí los vencidos, en el gesto cabizbajo los postergados.

En el metro gocé la soledad del vagón vacío a media noche. Entre los empujones y pisotones disfruté del mogollón a la hora punta. Supe cuántos deseamos aquí y ahora, bajo tierra y sobre la Tierra crecer y algún día "graduar". Cuando nos lanzamos a la carrera a por la escalera mecánica, aprovecho a pedir por todos ellos, por su jornada recién inaugurada, por su misión en ese día, por su compromiso de por vida.

En el metro he visto la humanidad enlatada, con sus gestos sencillos, amables, incluso heroicos, pero también con sus escenas de mejor mirar hacia otro lado.

Al igual que en la vida misma, he tropezado en medio de la marabunta, me he equivocado de destino, me he pasado de estación y he aprendido la necesidad de la atención, de no clavar la mirada en la chica con medias de cristal.

Aprendo mucho en el metro, nunca hay un trayecto largo, nunca ratos muertos. Las enseñanzas me asaltan cada vez que se abre una puerta y entra una turba de gente, la alegría me abriga cada vez que suena, en medio del ruido de los raíles, un acordeón, la vida me abraza cada vez que en sus pasadizos me sorprende un soplo de aire sin recalentar.

Volveré al campo tras trasiego por el asfalto, tras culminación de retos que sólo se pueden encarar en su agitado escenario. Retornaré hacia el Norte algún día: paz, amigos, chimenea…, junto al río tenemos un altar.

Cuando remonte de nuevo la sierra callada, cuando avance entre el hayedo de hermanos silenciosos, quietos, erguidos, recordaré, seguro con nostalgia, aquel otro bosque subterráneo de Madrid, aquél otro bosque en movimiento en el que he aprendido tanto.
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