La profecía chilena
A veces los gestos pueden expresar más que las logradas palabras. No levantó el puño, reunió las dos palmas de sus manos en su pecho y con ellas los dos Chiles. En su discurso tras la victoria, Gabriel Boric, el futuro presidente chileno, no cejó en convocar a unos y otros para el nuevo tiempo. No va contra nadie, sino en favor de todos. No lanzó una primera alocución de ufana victoria, sino de clara invitación al empeño aunado.
A veces las profecías se cumplen, sobre todo cuando brotan con la fuerza de un alma que se entrega por entero. La profecía del valiente presidente que dio su vida por un alto ideal acaba de hacerse realidad. La reveló el 11 de septiembre de 1973 en la única emisora de radio que se mantenía leal al gobierno legítimo. La lanzó al mundo cuando las huestes de la sombra más oscura empezaban a rampar por el palacio presidencial: “Éstas son mis últimas palabras, clamó el valiente Salvador Allende, y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano... Más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre y la mujer libre para construir una sociedad mejor».”
La historia nunca olvida la pureza y arrojo en favor del ideal, ni a quienes lo encarnan; nunca abandona a los soñadores, a las mujeres y hombres generosos. Las alamedas de Santiago se abrieron el pasado domingo para dejar pasar a los chilenos y chilenas libres y felices de retomar las riendas de su futuro, de personificar profecías hechas realidad. No en vano quienes conformarán el gobierno del cambio han sumado voluntades desde la democracia cristiana a la izquierda radical. La historia más soleada vuelve por más inviernos que la salpiquen; retorna en España, en Chile y en todas las partes en que se vivió una mayor justicia y libertad de pronto abortadas. Sólo nos pide que no olvidemos a quienes cayeron por empujarla, que nunca perdamos de vista un alba irrenunciable.
Cuesta creer que en nuestro planeta tan condicionado, cuando no hipotecado de a futuros, de tantas ilusiones por tantas partes desinfladas, esté aconteciendo este sueño chileno. El primer discurso del presidente electo de la nación revela a las claras la altura de un líder que hasta hace poco se resistía a la carrera por el poder. En el largo parlamento tras el triunfo electoral, el futuro máximo dirigente del país en ningún momento pronunció una palabra ya airada, ya partidista, ya de confrontación. La nueva casta de dirigentes se siente especialmente aupada por la gente inquieta y los movimientos sociales. “El futuro de Chile nos necesita a todos… Sabremos construir puentes… No importa si me han votado a mí o al otro...”, así como otras muchas proclamas de la misma índole integradora en el primer discurso, así como esa mano constantemente llevada al corazón, dan constancia de su deseo sincero de llegarse hasta el último y más distante chileno.
Chile estaba al final de los anhelos nunca rendidos de una sociedad más justa, verde y solidaria. Otra política era posible y está ya naciendo en el Cono Sur latinoamericano. Hacía falta un claro y carismático liderazgo inclusivo que trascendiera la confrontación partidista. Dentro de la amplia coalición de izquierda que llevó al poder a Gabriel Boric se impuso su moderación. Nadie lo vincule por lo tanto con el otro “socialismo latino” dictatorial, caduco y sobrado de sí. Ha marcado clara y tajante distancia con la izquierda impresentable, violadora en Cuba, Nicaragua y Venezuela de elementales derechos.
Al hablar de “construir alianzas y aunar miradas”, al referirse a la necesidad “reencontrarnos y sanar heridas”, lo hace desde la voluntad más profunda. Cada pueblo tiene los mandatarios que merece y este Chile fresco, joven y despierto, que padeció la noche más oscura y nunca claudicó, que se vio en la necesidad de atronar hace dos años las calles ante los excesos del neoliberalismo, que mantuvo, pese a todo, vivos los rescoldos de la esperanza, se merece como presidente este hijo del sano coraje y del cuerdo ideal.
Cuando estos días los medios de comunicación hagan repaso de lo acontecido a lo largo del año, por encima de la nube de los volcanes y la polvareda de las catástrofes naturales auspiciadas por el cambio de clima, más arriba de las escalinatas de un Capitolio asaltado a lo bestia, olvidando por un momento ese virus pertinaz…, menten a este hombre sencillo que habla de “un Chile verde y un Chile de amor…”, que insiste en la necesidad de unirse más allá de la ideología. Ojalá se refieran a este ex-dirigente estudiantil que entrará en la Moneda con un apoyo sin precedentes. El ya pronto nuevo presidente chileno representa el resurgir de la confianza, la validación de la política como forma para mejorar el mundo, la constatación de que América Latina puede estar a la vanguardia en conciencia de la entera humanidad.
Colombia y Brasil con sus próximas elecciones pueden ampliar el mapa de la profecía de quien plantó cara casi en soledad a la ignominia, pero hay otras profecías más evanescentes, más alejadas de la brutalidad de palacios bombardeados, no exclusivamente vinculadas a la pista del singular político que murió como héroe. Esos augurios ancestrales y susurros incontenibles nos hablan del despertar de América Latina, del traslado del polo de mayor conciencia planetaria de los Himalayas a los Andes. Maestros espirituales, incluyendo a Su Santidad el Dalai Lama, aluden a esta larga cordillera andina como el nuevo centro espiritual de la tierra. ¿Tendrá el barbudo y joven presidente que viste ahora sus primeros “sacos” (chaquetas) con camisa, algo que ver con esta otra profecía que no proclamó ninguna osada radio?