“Una sola mesa”

Reflexión sobre servicio y servilismo

Hay tantas  formas de orar diferentes y cada cuál igual de válida... El delantal puede ungir solemnidad añadida. He  vuelto al templo de los fogones este  fin de semana. No he salido de él en tres días y he sido feliz. Me  he acercado en silencio, con respeto. El calor entre las paredes de madera te sumía ya en otra  recogida y amable atmósfera. Para eso estaban allí fuera la lluvia, el frío y el fuerte viento, para realzar la unción, la devoción, la comunión ahí dentro, junto a la llama. Encuentro especial gozo en esa  oración de los cuchillos, en ese pausado y atento trocear de la verdura con infinito agradecimiento.   
Ya el viernes a la tarde entré emocionado y agradecido en la cabaña de madera. En el arranque pedí para poder llevar a las bocas los alimentos más sabrosos y nutritivos, para que ellos fueran portadores también de mi amor y agradecimiento por la Vida. Disfruté con el ajetreo entre los fuegos y la mesa. Placer de cocinar, servir y sorprender. 
Las caras alegres de las comensales al destapar la tapa es la recompensa del oficiante-cocinero. Se desborda el sugerente vapor por el comedor, mientras que la satisfacción del hacedor resta dentro contenida. En ese gozoso trajín entre la llama y la mesa reflexionaba sobre la cuestión del servicio. Vaciada la cabaña, apagados los fuegos y las voces, enciendo el ordenador. Ayer  placer de cocinar, hoy placer de compartir aquí reflexiones con vosotros y vosotras. ¡Ojalá el Cielo las quiera iluminar!
Es preciso distinguir servicio de servilismo. El servicio  dignifica, el servilismo  merma  la  dignidad. El servicio es fraterno, entre iguales, el servilismo es clasista, mantiene las distancias. En el primero hay una sola mesa, en el segundo hay dos. Todos los humanos estamos llamados a sentarnos a la misma mesa. Esa es la  Voluntad de Dios, compartir  un mismo pan, un mismo  vino, un mismo  gozo de vivir como hermanos. Todos los humanos nos debemos al mutuo servicio, nunca al servilismo. Hay cosas que cada quien tiene que asumir mientras que no esté impedido. Nadie debe ordenar y limpiar lo que nosotros desordenamos  y ensuciamos. El principio de la fraternidad nos recuerda nuestra obligación de asumir nosotros y nosotras cuanto menos las tareas de orden y limpieza de nuestro propio entorno.
Nada más lejos del juicio en estas  letras.  Cada quien  es  dueño de sus días y de su  escoba  y fregona. Hace  con ellas lo que quiera. Es Ley de supremo Libre Albedrío. He  viajado todos los continentes de la tierra antes de desembocar en la cabaña de madera. A menudo he  sufrido constatando que no había una sola y fraterna mesa, que  había dos y quien suscribe siempre se  sentaba en la de los privilegiados. 
Sólo apunto a lo que entiendo que son pasos ineludibles en el recorrido hacia la auténtica fraternidad. Hay tareas que, mientras que estemos en plenas facultades físicas, no se debieran delegar; nos conciernen, son nuestro compromiso ineludible. No es de recibo la excusa fácil de la creación de puestos de trabajo. Creemos puestos de trabajos de iguales para iguales, creemos los puestos creativos y sugerentes que en verdad la comunidad necesita. De lo contrario alejaremos la fraternidad a la que nos debemos. No debiera servir de excusa la falta de tiempo. Hay en el hogar tareas ineludibles que no son de trasladar a otros. 
Nos seguiremos acercando a la mesa de los hambrientos con delantal  en ristre, con el puchero en la mano. Lo haremos con gozo. Estamos en la Tierra privilegiada, en la escuela del mutuo, incondicional y amoroso servicio, no del servilismo.
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