Comunicado de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba "Crean en la Buena Noticia"
Hace 30 años, los obispos de entonces publicaron un mensaje titulado "El Amor todo lo espera" y 20 años después, otro con el título "La Esperanza no defrauda
"¡No se cansen de dar testimonio de su fe!"
La fe nos ayuda a descubrir el sentido y el cómo enfrentar aquellas situaciones fuertes, contradictorias y hasta antagónicas que se presentan en la cotidianidad
La fe nos ayuda a descubrir el sentido y el cómo enfrentar aquellas situaciones fuertes, contradictorias y hasta antagónicas que se presentan en la cotidianidad
Julio Pernús corresponsal en República Dominicana
1. "Crean en la Buena Noticia" (Mc 1,15) es la invitación que hace Jesús a los hombres al inicio de su misión en nuestra tierra. Ante la cercanía del Reino de Dios, que Jesús encarna y trae hasta nosotros, la llamada que Él nos hace es a creer, esto es, a recibir con fe la Buena Noticia que el propio Jesús es. En efecto, Jesús es el Hijo Eterno de Dios que se hizo hombre en el seno de la Virgen María. Al ser Dios como su Padre, nos comunica la vida y la verdad de Dios. Al ser hombre como nosotros, nos las hace asequibles, familiares. En la Persona de Jesús vemos todo lo que Dios es y hace por nosotros. Él mismo dijo: "Nadie va al Padre sino por Mí (…) Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 6. 9).
2. Hace 30 años, los obispos de entonces publicaron un mensaje titulado "El Amor todo lo espera" y 20 años después, otro con el título "La Esperanza no defrauda". Sería útil volverlos a leer en el contexto actual para redescubrir la vigencia de tantos análisis y propuestas que ellos contienen. Sin embargo, para nosotros los cristianos, el amor y la esperanza no son principalmente disposiciones o sentimientos humanos, sino que provienen de la fe y junto a ella, se reciben como dones de Dios. La esperanza es hija y hermana de la fe. El amor es el fruto más pleno de ambas. Sin fe, la esperanza es débil y el amor es precario. La vivencia y el testimonio de la fe, la esperanza y el amor pueden definirse como la vida e identidad del cristiano.
La fe nos une a Cristo y nos da una nueva vida
3. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que "La fe es garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve" (Hb 11,1). San Marcos, en su Evangelio, nos presenta la fe como la respuesta humana ante la persona de Jesús y sus propuestas. Quienes se acercan a Jesús y le manifiestan su fe humilde y confiada son transformados, experimentan sanación, se llenan de alegría y dan gloria a Dios.
4. Los obispos católicos de Cuba queremos hacer resonar para este pueblo, también hoy, esa invitación de Jesús a creer en Él, a aceptar su persona y sus enseñanzas. Recibir a Cristo y dejar que Él nos cambie, nos ayuda a sanar el corazón, nos llena de su vida y su amor, y nos permite mirar el mundo con esperanza. Así nuestras personas, transformadas por Él, renovarán siempre más nuestras familias, nuestras relaciones cotidianas, nuestro modo de ser pueblo.
5. La verdadera fe hace que el discípulo de Cristo termine viviendo con y como Cristo, lo cual se traduce en mirar a los demás, servir, perdonar, sonreír, acariciar, sufrir, entregar la vida y amar al estilo de Jesús.
6. Nos dirigimos a los cubanos bautizados en la fe de la Iglesia, pero también a aquellos que sin estar bautizados, creen que Jesucristo es el Hijo de Dios y que tienen a bien frecuentar nuestros templos para pedir el bautizo de sus hijos, orar por sus difuntos o participar de la celebración de la fiesta de algún santo o aquellos días significativos que marcan la vida de la Iglesia.
7. Nuestro saludo va también ahora a los adolescentes, jóvenes o adultos, que se han acercado a la Iglesia recientemente y han pedido el bautismo, o han hecho su primera comunión o la confirmación, o se están preparando para acceder a alguno de estos sacramentos. Nuestra felicitación especial para los que han celebrado su matrimonio ante el Señor o se están formando para ello. ¡Déjense renovar por Jesucristo! ¡No tengan miedo de vivir una fe coherente! ¡En la oración y los sacramentos encontrarán la fuerza para ser fieles! ¡En la comunidad cristiana hallarán una nueva familia donde experimentarán el gozo de creer! ¡Tengan el coraje de ser como Cristo Jesús!
8. Agradecemos a todos aquellos que han transmitido y cuidado la fe del pueblo, incluso en medio de persecución y rechazo. Pensamos ahora en los papás, abuelos, catequistas, misioneros, visitadores de enfermos, responsables de algún servicio de Cáritas, profesores de nuestros centros de formación, diáconos permanentes, religiosas y religiosos, seminaristas y sacerdotes. Igualmente llevamos en el corazón a todos los que, en un tiempo atrás, dieron tanto por la Iglesia y por Cuba, y hoy están alejados de la comunidad por diversos motivos, a los que residen en otras partes del mundo y muy especialmente a los que ahora están enfermos en sus casas o acogidos en hogares de ancianos, imposibilitados de ir a la Misa, pero ofreciendo sus cruces por la evangelización, por el bien de las familias, por el Papa y la Iglesia, por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por el progreso material y espiritual de Cuba. A esos que cada día anuncian a Jesucristo al pueblo, con su testimonio, con sus oraciones, con sus ofrendas y con su palabra, toda la gratitud, el reconocimiento y el cariño de sus obispos. ¡No se cansen de dar testimonio de su fe!
La fe ayuda a vivir cada acontecimiento con la Presencia de Cristo
Jesucristo nos dice: "Yo he venido para que tengan Vida, y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Él, con su muerte redentora y su resurrección gloriosa, y con el envío del Espíritu Santo ha destruido el poder de la muerte y del mal. Y al unirnos a Él por el bautismo, nos ha dado su vida abundante.
En múltiples pasajes del Evangelio, la fe se muestra como una ayuda a vivir una vida más plena y feliz. Cuando Jesús devuelve la vista a los ciegos, nos dice que la fe es luz que hace ver el mundo y nuestras propias realidades de manera nueva y clara (cf. Mt 20, 29-34; Lc 18, 35-43). Los encuentros de Jesús con paralíticos, lisiados y cojos, nos dicen que la fe es fuerza que capacita para caminar, para andar por la vida con ánimos nuevos (cf. Lc 5, 17-26; Jn 5, 1-18; Hch 3, 1-5). La fe es también poder que cura lo más profundo de la persona y expulsa del corazón humano las secuelas del pecado, la tristeza y el desánimo. (cf. Lc 8, 26-39)
La falta o ausencia de la fe cierra las puertas al obrar de Dios y obstaculiza su acción revitalizadora y sanadora. Un día le llevaron a Jesús un niño enfermo, hijo único, que sus discípulos no lograron curar. Y Jesús pronunció una palabra fortísima y desconcertante: "¡Qué generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos?" (Lc. 9. 41). Y en otra ocasión, por el contrario, nos aseveró: "Tengan fe en Dios. Les aseguro que si uno, sin dudar en su corazón, sino creyendo que se cumplirá lo que dice, manda a esa montaña que se quite de ahí y se tire al mar, lo conseguirá" (Mc 11,22).
La fe nos ayuda a descubrir el sentido y el cómo enfrentar aquellas situaciones fuertes, contradictorias y hasta antagónicas que se presentan en la cotidianidad.
Por la fe el discípulo de Cristo aprende a asumir con amor todas esas realidades difíciles y adversas que a diario tenemos que afrontar. Es la fe la que nos impide perder las esperanzas de un mañana mejor a pesar de todas las dificultades tan presentes entre nosotros, asociadas a la escasez de bienes materiales y otros males sociales, acrecentados en lo que estamos viviendo. Es la fe en Cristo la que nos va a permitir hoy, a pesar de la emigración de nuestros seres queridos, el aumento de la pobreza, el deterioro social y tanto sufrimiento, vivir confiados en que el futuro será luminoso, porque el futuro del hombre es Cristo y Cristo es la Luz del mundo.
La fe en Dios nos lleva a vivir en esta tierra como peregrinos, caminantes con esperanza, trabajando por un mundo mejor, pero con la mirada puesta en el cielo, en la vida eterna. Cuando Jesús llegó al lugar donde habían enterrado a su gran amigo Lázaro, dijo: "Yo soy la Resurrección y la Vida. El que crea en Mí, aunque muera, vivirá; y el que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre" (Jn 11, 25). El anuncio de que Cristo ha resucitado es el núcleo de la fe en Él. Creer en Jesucristo es creer que Él está vivo, nos acompaña en cada momento de nuestra vida, nos comunica su vida en los sacramentos de la Iglesia; está presente entre nosotros, especialmente en los más débiles y necesitados (cf. Mt 25, 31ss) y nos aguarda en la casa del Padre, donde ya Él ha ido a prepararnos un lugar (cf. Jn 14, 1-4).
Por esta fe nos consuela celebrar la Misa y orar en favor de las almas de nuestros difuntos. Con estas súplicas, damos gracias a Dios por el bien que hicieron y ofrecemos el sacrificio salvador de Cristo por el perdón de sus pecados. Nos anima la esperanza de volvernos a encontrar en el hogar del Cielo.
En el Credo, compendio de nuestra fe, anunciamos: "Creo en la comunión de los santos". Santos son aquellos cristianos que por su vida de fe, esperanza y caridad están en comunión con Cristo Resucitado. Los que ya han fallecido y que la Iglesia reconoce están en el cielo, nos acompañan con sus oraciones y ejemplo. Ellos nos indican que el ideal de la santidad es posible, siempre que nos dejemos transformar por la gracia de Dios.
Los obispos vemos con agrado la devoción de ustedes, pueblo de Dios, a María Santísima y a tantos santos y santas del Señor que, con su testimonio de vida, nos ayudan a acercarnos más a Cristo. Los invitamos a imitarlos en su desempeño como discípulos de Jesús y a aspirar a ser santos como ellos.
Cristo único Salvador
Para acoger la fe y dejar que ella transforme nuestra vida, necesitamos ser salvados por Cristo con la firme convicción que "ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos" (Hch 4, 12).
Quizás no tenemos claro en qué consiste la salvación y de qué necesitamos ser salvados. A veces creemos que la salvación sería lograr una vida mejor en el orden material e incluso conseguir avances en el campo de la medicina para paliar el dolor y encontrar los remedios necesarios a enfermedades que nos afligen. En efecto, para algunos la salvación tendría que venir de la ciencia, de la invención y aplicación de nuevas tecnologías. Dios no es enemigo del progreso integral del ser humano. Pero sabemos que ninguna aportación científica o técnica puede enseñarnos a amar, librarnos de la soledad, capacitarnos para superar los vicios, hacernos felices o darnos la vida eterna.
La salvación tampoco se encuentra en cualquier experiencia religiosa. Cuando se parte del temor y se nutre de él, se hace negocio económico con el sufrimiento humano y no hay compromiso ético de mejorar la vida y hacer el bien, esa religión deshumaniza al hombre y lo convierte en esclavo del miedo, de tabúes y de supersticiones. El ideal del hombre religioso tampoco es alcanzar una especie de autocontrol, serenidad o equilibrio psicológico; sino la unión con Dios que se manifiesta en el amor concreto y servicial al prójimo.
La verdadera salvación es la liberación del mal, del poder del pecado, que esclaviza física y espiritualmente. Es una transformación integral del hombre, cuerpo y alma. La verdadera salvación es participación en la vida de Cristo y por eso mismo, participar de la vida eterna, vida que por la gracia empezamos a tener ya en esta tierra desde el momento del bautismo, pero que se hará plena y definitiva en la comunión perfecta con Dios en el cielo[1].
Esa salvación acogida en la fe y recibida en los sacramentos de la Iglesia, produce alegría en los discípulos de Cristo. Y como sucede siempre cuando estamos alegres, queremos compartir esa dicha con los demás. Por eso, la fe genera en nosotros un dinamismo misionero. No se concibe un verdadero cristiano que no comparta su fe con los otros: familia, amistades, vecinos, compañeros de trabajo o estudio.
La fe cristiana es también esencialmente comunitaria. No se vive la fe en Cristo en solitario, sino en el seno de la familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. La comunidad de los creyentes en Cristo es un pueblo santo, el pueblo de Dios, llamados a caminar juntos, ofreciendo un espacio de fraternidad y acogida, y compartiendo con todos la alegría del Evangelio.
María de la Caridad, Madre de la Fe de los cubanos
Al concluir nuestro mensaje, los obispos dirigimos nuestra oración agradecida a la Virgen María de la Caridad del Cobre. Ella ha sido, sin lugar a dudas, la madre de la fe de muchos cubanos. Ella sostuvo la fe y la esperanza de nuestros mambises, en aquellos tiempos difíciles de nuestra historia cuando luchaban por la independencia de la Patria. En los momentos en que manifestarse cristiano suponía riesgos y hostilidad para los discípulos de Cristo, Ella fortaleció la fe de los fieles y custodió en el silencio del corazón la fe de los débiles. No son pocos los que le han dirigido sus súplicas, cantos, flores, velas y lágrimas, en momentos de dolor o angustia, o para darle gracias por su intercesión ¡Cuántos de nosotros no hemos llegado hasta Cristo porque la devoción a la Virgen de la Caridad nos condujo hasta Él!
La Biblia nos dice que, cuando María llegó a visitar a su pariente Isabel, esta la saludó así: "Feliz tú, la que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 45). En ese bello saludo, María adquiere por así decirlo, un nombre nuevo y propio: la que has creído. Esto es, la mujer de la fe. Porque creyó al Ángel cuando este le hizo la propuesta de acoger en su vientre bendito al Salvador (Lc 1, 26-39). Porque creyó en las bodas de Caná que Jesús podía darnos lo mejor (Jn 2, 1-11). Porque creyó en el momento de la Cruz que su Hijo estaba salvando al mundo por el amor (Jn 19, 26-27). Porque creyó que, en medio de la Iglesia naciente, estaba presente y actuando el Espíritu de su Hijo Resucitado, y que este se manifestaría a todas las naciones y que se harían discípulos en todas ellas (Hch 1, 14).
Madre de la Caridad. Mujer de fe sencilla, fuerte y perseverante, custodia la fe de este pueblo e indícanos siempre el camino para llegar a tu Hijo Jesucristo. Amén.
Con nuestra bendición y afecto,
La Habana, 8 de septiembre de 2023
Solemnidad de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
+ Cardenal Juan de la C. García Rodríguez, Arzobispo de La Habana
+ Dionisio García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba
+ Wilfredo Pino Estévez, Arzobispo de Camagüey
+ Emilio Aranguren Echeverría, Obispo de Holguín y Presidente de la COCC
+ Arturo González Amador, Obispo de Santa Clara
+ Álvaro Beyra Luarca, Obispo de Bayamo-Manzanillo
+ Domingo Oropesa Lorente, Obispo de Cienfuegos
+ Juan de Dios Hernández Ruiz SJ, Obispo de Pinar del Río y Secretario General de la COCC
+ Juan Gabriel Díaz Ruiz, Obispo de Matanzas
+ Silvano Pedroso Montalvo, Obispo de Guantánamo-Baracoa
+ Marcos Pirán, Obispo Auxiliar de Holguín
+ Eloy Ricardo Domínguez Martínez, Obispo Auxiliar de La Habana
Dariusz Josef Chalupznski, Administrador Diocesano de Ciego de Ávila
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