Conciencia de que somos pecadores
Parece que Dios quiere hacernos pensar y mirar de otra manera los últimos y graves acontecimientos ocurrido en nuestra Iglesia a raiz de la renuncia del Papa Benedicto XVI. No sólo le faltaron fuerzas físicas, sino también, el pecado al interior del Vaticano,
le restaron fuerzas anímicas. Las divisiones, las pugnas de poder de distintos grupos y un informe acerca de problemas morales graves de diversos integrantes de Curia Vaticano, obligaron al Papa a hacer una denuncia real y valiente, asimilándose a los profetas... y creyó, según su conciencia, hacerlo mediante su renuncia.Y esto sucede justo en el tiempo de la cuaresma, un tiempo de penitencia y conversión. Se hace notoria la necesidad imperiosa de un cambio de vida. Se hace urgente y necesaria una vuelta de la vida eclesial a Dios. Los hechos conocidos por todos, son hechos desgraciados, que nos hace vacíos, mediocres y sin Dios. Y esto, aunque Él no abandone “su barca”: “estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”.
Hoy, en Evangelio, Jesús nos pone tres hechos desgraciados:
1º. El caso de los galileos que habían sido muertos en el Templo, mezclando su sangre con la de los sacrificios. Fue una desgracia preocupante que llevó a algunos a contarle a Jesús lo sucedido.
2º Está también el otro caso del derrumbe y del terremoto que hizo caer la torre de Siloé. Ésta se derrumbó y aplastó a dieciocho personas, muriendo todas ellas. Se trata de otra desgracia más.
3º. Está el caso de la higuera que querían arrancar de cuajos porque no daba frutos.
Había que cortarla. Pero se la dejó por un año más. Como quien dice, para ver si se recapacita, y da de una vez para siempre frutos. Si no los produce, se la cortará.
¿Cómo podemos encarnar esta Palabra en circunstancias de nuestra Iglesia de hoy?
El mensaje de este Evangelio o la respuesta de Jesús es: 'O nos convertimos de nuestros pecados, y damos frutos de justicia, rectitud y caridad, o sufriremos la justicia de Dios'.
Es un llamado a la conversión hecho precisamente en tiempo de Cuaresma. Y este llamado no tendrá ningún sentido, si no tenemos conciencia de que hay pecado al interior de nuestra Iglesia; si no hay conciencia de que somos pecadores. Tener conciencia de que somos pecadores y de que si no nos convertimos, no vamos a quedar impunes; es un llamado perentorio de Dios hoy día.
Soy un convencido de que ésta es la respuesta de Dios ante los hechos que todos lamentamos y rechazamos. Más de alguno dirá, ¿dónde está el Dios lento a la ira y rico en misericordia? No, señor, 'al que se le ha confiado mucho, se le exigirá y pedirá mucho'. Dios también escribe derecho con líneas torcidas. Es que no se está acostumbrado a recibir una respuesta tajante de un Dios-Amor. Creo, que precisamente, porque nos ama, su respuesta es así; y es porque quiere nuestro bien: “Todo sucede por el bien de los que Dios ama”.
Jesús ama a su Iglesia, pero la quiere “espléndida, sin mancha ni arruga, ni nada parecido, sino santa e inmaculada, él mismo debía prepararla y presentársela”.
(Efesios 5, 27-28).
Es el mensaje de Evangelio de hoy. Lo reitero: 'o nos convertimos de nuestro pecados y damos frutos de justicia, rectitud y caridad, o sufriremos la justicia de Dios'.
Estamos en tiempo propicio de definirnos ante un Dios que nos llama a la conversión.
Estamos ante la drástica convocación: “Ser o no Ser”. Hay un categórico llamado en este momento y viviendo las circunstancias conocidas: “Yo sé lo que vales; no eres ni frío ni caliente; ojalá fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio , ni frío ni caliente, y por eso voy a vomitarte de mi boca”... Yo reprendo y corrijo a los que amo. ¡Vamos!, anímate y conviértete”... Mira que estoy a la puerta y llamo; si algien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, yo con él y él conmigo”... El que tenga oídos, escuche este mensaje del Espíritu a las iglesias”. (Apocalipsis 3, 15-17. 19-20. 22).
¡Qué bueno que se habla de un mensaje a las iglesias! Aunque tendemos a quedarnos centrados en lo sucedido en Gobierno Central de la Iglesia y en Curia Vaticana, hay que irse con cuidado y mirarse a sí mismo, porque 'si un miembro padece, todos padecemos con él'. Y Jesús nos dice en Evangelio de hoy: “¿Creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que todos los otros galileos por haber sufrido esa desgracia. Yo les digo que no, pero si ustedes, no toman otro camino, perecerán igualmente. Y esas dieciocho personas que fueron aplastadas cuando la torre de Siloé se derrumbó, ¿creen ustedes que eran más culpables que los demás habitantes... Les digo que no, pero, si no toman otro camino, todos perecerán igualmente” (Lucas 13, 2-5). Creo que no es conveniente ni apropiado mirar las cosas desde afuera como espectadores. He visto esta actitud en estos días. Es muy fácil convertirse así en meros francotiradores. Todos somos del Cuerpo de Cristo y cada uno debe tomar como algo propio la tarea de conversión eclesial; tomar cada uno, como miembro del Cuerpo, el camino que nos conduzca hacia nuestra pascua de resurrección. Una actitud así, nos hace ser exigentes, pero con amor, tratándose de mi propio cuerpo. “Nadie jamás ha aborrecido su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia, pues nosotros somos parte de su cuerpo”. (Efesios 5, 29).
Y nosotros no somos menos pecadores. De una u otra forma pecamos y aumentamos el daño moral al Cuerpo de Cristo: Iglesia, Pueblo de Dios. Y debemos fijarnos en que si estamos o no estamos dando frutos verdaderos y esperados por Dios. A veces, podemos comprobar que se está construyendo sin Dios; sobre arena y no sobre roca. También, metidos en una crisis cultural mundial, hemos caído en una pérdida de valores y principios. Hay algunos, que en la práctica, sobre todo en relación a sus hermanos, aplican el principio maquiavélico: “el fin justifica los medios”. Lo hemos visto en cierta lucha de poder, que acarrea divisiones y postergaciones. Y no queremos ver esto mismo en Cónclave. No olvidar la máxima de Cristo:
“El que quiera ser el primero que se haga el último... y el servidor de todos”.
En esto, uno ve que no se está siguiendo a Cristo. Menos aún, no se está siendo Cristo vivo, en medio de los hermanos. No se vive aquello de que: “Mi vivir es Cristo... Ya no vivo yo , es Cristo quien vive en mí”. Tampoco está presente en nuestras vidas: “es necesario impregnarse de los sentimientos de Cristo que por amor llegó a la muerte y a la muerte de Cruz”.
Y debe estar presente algo fundamental:
“Todo lo he perdido por el amor de mi Señor y sé que no quedaré defraudado”.
(Filip.1,21. Gal. 2, 20. Filip.2, 6-8. Filip. 3, 7-8).
Desde dentro de mi Iglesia, me pregunto, y puedo preguntarme, junto con otros hermanos míos, en comunidad, discerniendo, orando y abriéndonos a la acción del Espíritu: ¿No será que está crisis está revelando una pérdida o disminusión del primer amor? Con humildad, pidamos, que ese fuego que apenas queda, con la conversión y la ayuda solícita de Dios, pueda encender otro fuego, y así, ir en recuperación del primer amor.
Si buscamos la conversión: la purificación de nuestros pecados personales y eclesiales,
Dios nos purificará y allanará el camino de vuelta y conversión. ¿Por qué no tomar los acontecimientos dolorosos que vivimos, como un llamado de Dios a la conversión radical?. Es urgente y necesario, tomar lo que sucede todavía, haciendo un acto de fe, de que Dios nos está esperando, como unDios paciente, que nos da, como a la higuera , una nueva oportunidad, para que demos una vez por todas los frutos que Él espera de la Iglesia: de cada uno y de todos los miembros de su Cuerpo.
Se hace necesaria un alma y corazón de pobre. Humilde, reconociendo que no somos menos pecadores que los dieciocho de la torre de Siloé, ni que somos más justos y menos pecadores que los galileos que sufrieron la muerte en el Templo.
Tomemos con seriedad todo lo que nos sucede, y tomémoslo como una purificación que Dios quiere y llama a hacerse a la Iglesia: “Si no se convierten pereceréis lo mismo”. Son palabras de Jesús, hoy día, a todos nosotros, Iglesia y Pueblo de Dios. Recojamos este llamado que Dios nos da, y la oportunidad, como a la higuera, de dar frutos según el sentir del Corazón de Cristo.
El episodio de la higuera nos revela, no obstante un Dios exigente, un Dios paciente, que espera que nuestra fe se traduzca en actos y obras de fraternidad y de caridad de los miembros del cuerpo; de una humildad que no busca los primeros puestos; de una comunión participativa en que los últimos serán los primeros, y en que todos se hacen servidores unos de otros; en una lucha comunitaria contra el pecado personal y eclesial, de orgullo y de afán de poder.
He querido, en nombre de Dios, dejar de lado propuestas, cambios estructurales, reformas y cambios de formas de gobierno descentralizadas y más democráticas;
revisiones acerca del sacerdocio y de la jerarquía; del rol fundamental del laico: varón y mujer. No me he referido al papel, gestión y gestación de un Papa. No me he referido al Cónclave. Etc. etc. No me cierro a ver todo lo que sea necesario con respecto al rodaje y al bien de nuestra Iglesia. Sólo que considero que lo primero es lo primero: Dios habitando en cada uno y en todos; la conversión y vuelta al primer amor. Sin ser hijos del Padre. Sin ser de Cristo. Sin ser cristiano de Espíritu. Sin ser propiedad de Dios... ¡No habrá cambio de Iglesia! Lo primero es lo primero: Hay que construir sobre roca y no sobre arena.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
Puente Alto, 25 de febreo de 2013.
le restaron fuerzas anímicas. Las divisiones, las pugnas de poder de distintos grupos y un informe acerca de problemas morales graves de diversos integrantes de Curia Vaticano, obligaron al Papa a hacer una denuncia real y valiente, asimilándose a los profetas... y creyó, según su conciencia, hacerlo mediante su renuncia.Y esto sucede justo en el tiempo de la cuaresma, un tiempo de penitencia y conversión. Se hace notoria la necesidad imperiosa de un cambio de vida. Se hace urgente y necesaria una vuelta de la vida eclesial a Dios. Los hechos conocidos por todos, son hechos desgraciados, que nos hace vacíos, mediocres y sin Dios. Y esto, aunque Él no abandone “su barca”: “estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos”.
Hoy, en Evangelio, Jesús nos pone tres hechos desgraciados:
1º. El caso de los galileos que habían sido muertos en el Templo, mezclando su sangre con la de los sacrificios. Fue una desgracia preocupante que llevó a algunos a contarle a Jesús lo sucedido.
2º Está también el otro caso del derrumbe y del terremoto que hizo caer la torre de Siloé. Ésta se derrumbó y aplastó a dieciocho personas, muriendo todas ellas. Se trata de otra desgracia más.
3º. Está el caso de la higuera que querían arrancar de cuajos porque no daba frutos.
Había que cortarla. Pero se la dejó por un año más. Como quien dice, para ver si se recapacita, y da de una vez para siempre frutos. Si no los produce, se la cortará.
¿Cómo podemos encarnar esta Palabra en circunstancias de nuestra Iglesia de hoy?
El mensaje de este Evangelio o la respuesta de Jesús es: 'O nos convertimos de nuestros pecados, y damos frutos de justicia, rectitud y caridad, o sufriremos la justicia de Dios'.
Es un llamado a la conversión hecho precisamente en tiempo de Cuaresma. Y este llamado no tendrá ningún sentido, si no tenemos conciencia de que hay pecado al interior de nuestra Iglesia; si no hay conciencia de que somos pecadores. Tener conciencia de que somos pecadores y de que si no nos convertimos, no vamos a quedar impunes; es un llamado perentorio de Dios hoy día.
Soy un convencido de que ésta es la respuesta de Dios ante los hechos que todos lamentamos y rechazamos. Más de alguno dirá, ¿dónde está el Dios lento a la ira y rico en misericordia? No, señor, 'al que se le ha confiado mucho, se le exigirá y pedirá mucho'. Dios también escribe derecho con líneas torcidas. Es que no se está acostumbrado a recibir una respuesta tajante de un Dios-Amor. Creo, que precisamente, porque nos ama, su respuesta es así; y es porque quiere nuestro bien: “Todo sucede por el bien de los que Dios ama”.
Jesús ama a su Iglesia, pero la quiere “espléndida, sin mancha ni arruga, ni nada parecido, sino santa e inmaculada, él mismo debía prepararla y presentársela”.
(Efesios 5, 27-28).
Es el mensaje de Evangelio de hoy. Lo reitero: 'o nos convertimos de nuestro pecados y damos frutos de justicia, rectitud y caridad, o sufriremos la justicia de Dios'.
Estamos en tiempo propicio de definirnos ante un Dios que nos llama a la conversión.
Estamos ante la drástica convocación: “Ser o no Ser”. Hay un categórico llamado en este momento y viviendo las circunstancias conocidas: “Yo sé lo que vales; no eres ni frío ni caliente; ojalá fueras lo uno o lo otro. Desgraciadamente eres tibio , ni frío ni caliente, y por eso voy a vomitarte de mi boca”... Yo reprendo y corrijo a los que amo. ¡Vamos!, anímate y conviértete”... Mira que estoy a la puerta y llamo; si algien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer, yo con él y él conmigo”... El que tenga oídos, escuche este mensaje del Espíritu a las iglesias”. (Apocalipsis 3, 15-17. 19-20. 22).
¡Qué bueno que se habla de un mensaje a las iglesias! Aunque tendemos a quedarnos centrados en lo sucedido en Gobierno Central de la Iglesia y en Curia Vaticana, hay que irse con cuidado y mirarse a sí mismo, porque 'si un miembro padece, todos padecemos con él'. Y Jesús nos dice en Evangelio de hoy: “¿Creen ustedes que esos galileos eran más pecadores que todos los otros galileos por haber sufrido esa desgracia. Yo les digo que no, pero si ustedes, no toman otro camino, perecerán igualmente. Y esas dieciocho personas que fueron aplastadas cuando la torre de Siloé se derrumbó, ¿creen ustedes que eran más culpables que los demás habitantes... Les digo que no, pero, si no toman otro camino, todos perecerán igualmente” (Lucas 13, 2-5). Creo que no es conveniente ni apropiado mirar las cosas desde afuera como espectadores. He visto esta actitud en estos días. Es muy fácil convertirse así en meros francotiradores. Todos somos del Cuerpo de Cristo y cada uno debe tomar como algo propio la tarea de conversión eclesial; tomar cada uno, como miembro del Cuerpo, el camino que nos conduzca hacia nuestra pascua de resurrección. Una actitud así, nos hace ser exigentes, pero con amor, tratándose de mi propio cuerpo. “Nadie jamás ha aborrecido su cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida. Eso es justamente lo que Cristo hace por la Iglesia, pues nosotros somos parte de su cuerpo”. (Efesios 5, 29).
Y nosotros no somos menos pecadores. De una u otra forma pecamos y aumentamos el daño moral al Cuerpo de Cristo: Iglesia, Pueblo de Dios. Y debemos fijarnos en que si estamos o no estamos dando frutos verdaderos y esperados por Dios. A veces, podemos comprobar que se está construyendo sin Dios; sobre arena y no sobre roca. También, metidos en una crisis cultural mundial, hemos caído en una pérdida de valores y principios. Hay algunos, que en la práctica, sobre todo en relación a sus hermanos, aplican el principio maquiavélico: “el fin justifica los medios”. Lo hemos visto en cierta lucha de poder, que acarrea divisiones y postergaciones. Y no queremos ver esto mismo en Cónclave. No olvidar la máxima de Cristo:
“El que quiera ser el primero que se haga el último... y el servidor de todos”.
En esto, uno ve que no se está siguiendo a Cristo. Menos aún, no se está siendo Cristo vivo, en medio de los hermanos. No se vive aquello de que: “Mi vivir es Cristo... Ya no vivo yo , es Cristo quien vive en mí”. Tampoco está presente en nuestras vidas: “es necesario impregnarse de los sentimientos de Cristo que por amor llegó a la muerte y a la muerte de Cruz”.
Y debe estar presente algo fundamental:
“Todo lo he perdido por el amor de mi Señor y sé que no quedaré defraudado”.
(Filip.1,21. Gal. 2, 20. Filip.2, 6-8. Filip. 3, 7-8).
Desde dentro de mi Iglesia, me pregunto, y puedo preguntarme, junto con otros hermanos míos, en comunidad, discerniendo, orando y abriéndonos a la acción del Espíritu: ¿No será que está crisis está revelando una pérdida o disminusión del primer amor? Con humildad, pidamos, que ese fuego que apenas queda, con la conversión y la ayuda solícita de Dios, pueda encender otro fuego, y así, ir en recuperación del primer amor.
Si buscamos la conversión: la purificación de nuestros pecados personales y eclesiales,
Dios nos purificará y allanará el camino de vuelta y conversión. ¿Por qué no tomar los acontecimientos dolorosos que vivimos, como un llamado de Dios a la conversión radical?. Es urgente y necesario, tomar lo que sucede todavía, haciendo un acto de fe, de que Dios nos está esperando, como unDios paciente, que nos da, como a la higuera , una nueva oportunidad, para que demos una vez por todas los frutos que Él espera de la Iglesia: de cada uno y de todos los miembros de su Cuerpo.
Se hace necesaria un alma y corazón de pobre. Humilde, reconociendo que no somos menos pecadores que los dieciocho de la torre de Siloé, ni que somos más justos y menos pecadores que los galileos que sufrieron la muerte en el Templo.
Tomemos con seriedad todo lo que nos sucede, y tomémoslo como una purificación que Dios quiere y llama a hacerse a la Iglesia: “Si no se convierten pereceréis lo mismo”. Son palabras de Jesús, hoy día, a todos nosotros, Iglesia y Pueblo de Dios. Recojamos este llamado que Dios nos da, y la oportunidad, como a la higuera, de dar frutos según el sentir del Corazón de Cristo.
El episodio de la higuera nos revela, no obstante un Dios exigente, un Dios paciente, que espera que nuestra fe se traduzca en actos y obras de fraternidad y de caridad de los miembros del cuerpo; de una humildad que no busca los primeros puestos; de una comunión participativa en que los últimos serán los primeros, y en que todos se hacen servidores unos de otros; en una lucha comunitaria contra el pecado personal y eclesial, de orgullo y de afán de poder.
He querido, en nombre de Dios, dejar de lado propuestas, cambios estructurales, reformas y cambios de formas de gobierno descentralizadas y más democráticas;
revisiones acerca del sacerdocio y de la jerarquía; del rol fundamental del laico: varón y mujer. No me he referido al papel, gestión y gestación de un Papa. No me he referido al Cónclave. Etc. etc. No me cierro a ver todo lo que sea necesario con respecto al rodaje y al bien de nuestra Iglesia. Sólo que considero que lo primero es lo primero: Dios habitando en cada uno y en todos; la conversión y vuelta al primer amor. Sin ser hijos del Padre. Sin ser de Cristo. Sin ser cristiano de Espíritu. Sin ser propiedad de Dios... ¡No habrá cambio de Iglesia! Lo primero es lo primero: Hay que construir sobre roca y no sobre arena.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
Puente Alto, 25 de febreo de 2013.