"El Hijo de Dios... Me amó y se entregó por mí".
Domingo Veinte Año Ordinario B. 19.08.2018.
(Juan 6, 51-59).
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para vida del mundo".
"En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".
"Mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Como el Padre, que vive, me envió, y yo vivo por él, así quien me come a mí tendrá de mí la vida".
El Evangelio de este domingo nos hace entender y meditar sobre el hecho central de nuestra fe cristiana:
la entrega de Jesús.
Puede ser que esto ya lo sepamos como teoría y como concepto. Desde siempre se nos ha enseñado que Dios nos amó primero, y que como Padre nuestro, nos ha enviado a su Hijo para salvarnos y liberarnos, y que antes que nosotros naciéramos y conociéramos a Jesús, Él se entregó por todos y cada uno de nosotros. Y es posible que esto lo tomemos solamente desde un punto de vista histórico, y que a Cristo lo tomemos como un héroe más de la historia mundial. Hoy trataremos de que el Espíritu del Señor nos guíe para conocer vitalmente la entrega de Jesús. Que la meditación del Evangelio de hoy nos haga exclamar o decir como San Pablo: "Jesús me amó y se entregó por mí". (Gálatas 2, 20). Buscamos que haya un encuentro personal y existencial con Jesús. Hay que superar los solos conceptos teóricos. Ojalá, también como San Pablo, podamos tener su experiencia: "Para mí el vivir es Cristo". (Filipenses 1, 21). "Ya no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mí". (Gálatas 2,20). Y para mayor comprensión de cómo debe ser el amor a Jesús, que "me amó y se entregó por mí", recordemos las palabras emocionantes del mismo San Pablo: "Todo lo he perdido por el amor de mi Señor y sé que no quedaré defraudado".(Filipenses 3, 7-8).
Cuando hablamos de la entrega de Jesús estamos hablando de una entrega permanente que persiste a través de la historia del mundo. Es una entrega siempre renovada. Hoy, Cristo me ama y se entrega por mí. Su vida se entrega para que cada hombre y mujer puedan aprovecharse y beneficiarse de la vida de Jesús. Hoy el Cristo vivo nos ama y nos busca como si cada uno de nosotros fuera único en este mundo, eso es posible porque se nos entrega y se nos da como alimento de vida eterna y bebida de salvación, bajo las apariencias y especies de pan y vino. Es la Eucaristía nuestro misterio de fe. Y Jesús Eucarístico está siendo sacramento y signo de una entrega de amor constante de Jesús por nosotros. En la oración, en la Palabra, en la Comunidad Eclesial, en el hermano que ama, en el hecho de vida, en los acontecimientos, en la realidad de nuestra historia, con su Cuerpo y su Sangre, siempre Jesús, a través de todo nos ama y se entrega como alimento de vida y bebida de salvación, para que tengamos vida, para la vida del mundo.
La carne y la sangre de Jesús se nos ofrece cada día en el misterio de la Eucaristía. Es la gran invención creadora y vital de Jesús; es la utopía casi locura, como dice San Pablo, para personalizar y hacer permanentemente su entrega de amor.
La Eucaristía es la entrega de Jesús hoy, a través de la historia nuestra y del mundo. Esta entrega Eucarística se inserta y se encarna en el corazón del mundo. No olvidemos: es una entrega de amor de Jesús. Con fervor ardiente, los insto o urjo, a no fallar a esta permanente cita de amor con Jesús, Vida y Alimento del mundo y de nosotros. Conozco gente que participa en la Eucaristía y que se alimenta de Cristo en la Misa de todos los días. Pero, también conozco católicos, que fallan a esta cita con Jesús, hasta los días domingos y días de precepto.
Por la Eucaristía Jesús está inyectando de vida, de entrega de amor, el mundo todo, al "hombre todo y a todos los hombres", como dice el Papa Pablo VI. Inyecta, cada día, el germen de liberación en el mundo, en su opresión y en su pecado. Jesús se injerta en nuestra vida personal, como la comida se compenetra con nuestra carne, para inyectarnos su espíritu de entrega en el amor. Y si se inyecta en cada uno de los que participan y comulgan en la Eucaristía, se produce un efecto multiplicador y de proyección apostólica en el mundo actual. No olvidemos el mandato Eucarístico de Jesús: "Hagan esto en memoria mía". Y esto porque la Misa no es un sólo rito litúrgico:es un compromiso de entrega de amor para la vida del mundo.
Recurramos al Magisterio Eclesial de nuestro continente de América Latina:
"La liturgia, como acción de Cristo y de su Iglesia, es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo (Cfr. SC 7); es cumbre y fuente de la vida eclesial (Cfr. SC 10). Es encuentro con Dios y los hermanos; banquete y sacrificio realizado en la Eucaristía; fiesta de comunión eclesial, en la cual el Señor Jesús, por su misterio pascual, asume y libera al Pueblo de Dios y por él a toda la humanidad cuya historia es convertida en historia salvífica para reconciliar a los hombres entre sí y con Dios. La liturgia es también fuerza en el peregrinar, a fin de llevar a cabo, mediante el compromiso transformador de la vida, la realización plena del Reino, según el plan de Dios". (Puebla 918).
"La Iglesia es a su vez, sacramento de Cristo (Cfr. LG 1) para comunicar a los hombres la vida nueva. Los siete sacramentos de la Iglesia, concretan y actualizan para las distintas situaciones de la vida, esta realidad sacramental". (Puebla 922).
Hemos usado varias veces la palabra entrega. La entrega es el gesto de amor. La entrega de Jesús a nosotros, es para que nosotros también nos entreguemos y nos hagamos próximos de los demás. Así sembramos amor, vida, paz y libertad en torno nuestro. Es para salvar y liberar la historia. La historia y nuestra sociedad se salvan cuando se ponen al servicio de la fraternidad, de la justicia, de la libertad, y son para la vida, y para la vida del mundo. Estos son los frutos de la entrega de amor de Jesús.
Jesús no se entrega en la Eucaristía como algo de consumo personal. Primero que nada, Jesús no es "algo", es "Alguien"; es la Vida, para la vida del mundo. Jesús se nos entrega para alimentarnos, para transformarnos de egoístas en hombres y mujeres del amor. Jesús quiere prolongar, en nosotros, su entrega de amor y salvación liberadora del mundo.
El pan y el vino hecho Cuerpo y Sangre de Cristo, para ser entregados por amor a nosotros, son signos de la dirección y sentido, que debe tomar nuestra vida de entrega y compromiso con la transformación del mundo y de la sociedad actual. Son signos del trabajo del hombre, sobre todo, de los más pobres, que claman al cielo, por justicia y dignidad. Son signos y sacramentos de la tierra, que es de Dios, y está llamada a ser repartida entre todos; está llamada a ser justa y fraterna. Cuando hablo de la "tierra", lo hago en un continente agrícola y campesino. Pero también digo "tierra", como todo bien de Dios sobre la tierra, para ser repartido fraternalmente entre todos sin exclusión, porque, la propiedad de esos bienes, es de todo ser humano. Pienso, que un desafío y una urgencia de la hora presente, es darle a la propiedad este sentido divino. Urge, en nuestra sociedad actual, el cambio de sentido, que la manipulación del mundo y de la política, le ha dado a los bienes de Dios para todos: a la propiedad.
Jesús y su Evangelio se constituyen, por su encarnación, en una antípoda evidente, de un mundo y de una sociedad (de un Chile), cuyos bienes son acaparados y acumulados, en un mal entendido acerca de la propiedad, por un individualismo y una mal llamada "propiedad de privados". ¿Somos "privados" por la propiedad? ¿No somos hermanos?
Hay mucho egoísmo e individualismo, - obra del demonio en los hombres -, que hace la escasez en millones de pobres, hermanos nuestros, sobre la "tierra".
La Eucaristía, el pan y el vino hecho Cuerpo y Sangre, nos muestra a un Jesús entregado para que los hombres, los trabajadores, campesinos, salgan de sus servidumbres y para que los bienes de la "tierra" sirvan a todos.
"Bendito, seas, Señor, Dios del universo, por este pan y por este vino, frutos de la "tierra" y del trabajo del hombre, que hemos recibido de tu generosidad y ahora te presentamos: ellos serán para nosotros pan de vida y bebida de salvación". He aquí, nuestra misión. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
(Juan 6, 51-59).
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y la daré para vida del mundo".
"En verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no viven de verdad. El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".
"Mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él. Como el Padre, que vive, me envió, y yo vivo por él, así quien me come a mí tendrá de mí la vida".
El Evangelio de este domingo nos hace entender y meditar sobre el hecho central de nuestra fe cristiana:
la entrega de Jesús.
Puede ser que esto ya lo sepamos como teoría y como concepto. Desde siempre se nos ha enseñado que Dios nos amó primero, y que como Padre nuestro, nos ha enviado a su Hijo para salvarnos y liberarnos, y que antes que nosotros naciéramos y conociéramos a Jesús, Él se entregó por todos y cada uno de nosotros. Y es posible que esto lo tomemos solamente desde un punto de vista histórico, y que a Cristo lo tomemos como un héroe más de la historia mundial. Hoy trataremos de que el Espíritu del Señor nos guíe para conocer vitalmente la entrega de Jesús. Que la meditación del Evangelio de hoy nos haga exclamar o decir como San Pablo: "Jesús me amó y se entregó por mí". (Gálatas 2, 20). Buscamos que haya un encuentro personal y existencial con Jesús. Hay que superar los solos conceptos teóricos. Ojalá, también como San Pablo, podamos tener su experiencia: "Para mí el vivir es Cristo". (Filipenses 1, 21). "Ya no soy yo quien vive en mí, es Cristo quien vive en mí". (Gálatas 2,20). Y para mayor comprensión de cómo debe ser el amor a Jesús, que "me amó y se entregó por mí", recordemos las palabras emocionantes del mismo San Pablo: "Todo lo he perdido por el amor de mi Señor y sé que no quedaré defraudado".(Filipenses 3, 7-8).
Cuando hablamos de la entrega de Jesús estamos hablando de una entrega permanente que persiste a través de la historia del mundo. Es una entrega siempre renovada. Hoy, Cristo me ama y se entrega por mí. Su vida se entrega para que cada hombre y mujer puedan aprovecharse y beneficiarse de la vida de Jesús. Hoy el Cristo vivo nos ama y nos busca como si cada uno de nosotros fuera único en este mundo, eso es posible porque se nos entrega y se nos da como alimento de vida eterna y bebida de salvación, bajo las apariencias y especies de pan y vino. Es la Eucaristía nuestro misterio de fe. Y Jesús Eucarístico está siendo sacramento y signo de una entrega de amor constante de Jesús por nosotros. En la oración, en la Palabra, en la Comunidad Eclesial, en el hermano que ama, en el hecho de vida, en los acontecimientos, en la realidad de nuestra historia, con su Cuerpo y su Sangre, siempre Jesús, a través de todo nos ama y se entrega como alimento de vida y bebida de salvación, para que tengamos vida, para la vida del mundo.
La carne y la sangre de Jesús se nos ofrece cada día en el misterio de la Eucaristía. Es la gran invención creadora y vital de Jesús; es la utopía casi locura, como dice San Pablo, para personalizar y hacer permanentemente su entrega de amor.
La Eucaristía es la entrega de Jesús hoy, a través de la historia nuestra y del mundo. Esta entrega Eucarística se inserta y se encarna en el corazón del mundo. No olvidemos: es una entrega de amor de Jesús. Con fervor ardiente, los insto o urjo, a no fallar a esta permanente cita de amor con Jesús, Vida y Alimento del mundo y de nosotros. Conozco gente que participa en la Eucaristía y que se alimenta de Cristo en la Misa de todos los días. Pero, también conozco católicos, que fallan a esta cita con Jesús, hasta los días domingos y días de precepto.
Por la Eucaristía Jesús está inyectando de vida, de entrega de amor, el mundo todo, al "hombre todo y a todos los hombres", como dice el Papa Pablo VI. Inyecta, cada día, el germen de liberación en el mundo, en su opresión y en su pecado. Jesús se injerta en nuestra vida personal, como la comida se compenetra con nuestra carne, para inyectarnos su espíritu de entrega en el amor. Y si se inyecta en cada uno de los que participan y comulgan en la Eucaristía, se produce un efecto multiplicador y de proyección apostólica en el mundo actual. No olvidemos el mandato Eucarístico de Jesús: "Hagan esto en memoria mía". Y esto porque la Misa no es un sólo rito litúrgico:es un compromiso de entrega de amor para la vida del mundo.
Recurramos al Magisterio Eclesial de nuestro continente de América Latina:
"La liturgia, como acción de Cristo y de su Iglesia, es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo (Cfr. SC 7); es cumbre y fuente de la vida eclesial (Cfr. SC 10). Es encuentro con Dios y los hermanos; banquete y sacrificio realizado en la Eucaristía; fiesta de comunión eclesial, en la cual el Señor Jesús, por su misterio pascual, asume y libera al Pueblo de Dios y por él a toda la humanidad cuya historia es convertida en historia salvífica para reconciliar a los hombres entre sí y con Dios. La liturgia es también fuerza en el peregrinar, a fin de llevar a cabo, mediante el compromiso transformador de la vida, la realización plena del Reino, según el plan de Dios". (Puebla 918).
"La Iglesia es a su vez, sacramento de Cristo (Cfr. LG 1) para comunicar a los hombres la vida nueva. Los siete sacramentos de la Iglesia, concretan y actualizan para las distintas situaciones de la vida, esta realidad sacramental". (Puebla 922).
Hemos usado varias veces la palabra entrega. La entrega es el gesto de amor. La entrega de Jesús a nosotros, es para que nosotros también nos entreguemos y nos hagamos próximos de los demás. Así sembramos amor, vida, paz y libertad en torno nuestro. Es para salvar y liberar la historia. La historia y nuestra sociedad se salvan cuando se ponen al servicio de la fraternidad, de la justicia, de la libertad, y son para la vida, y para la vida del mundo. Estos son los frutos de la entrega de amor de Jesús.
Jesús no se entrega en la Eucaristía como algo de consumo personal. Primero que nada, Jesús no es "algo", es "Alguien"; es la Vida, para la vida del mundo. Jesús se nos entrega para alimentarnos, para transformarnos de egoístas en hombres y mujeres del amor. Jesús quiere prolongar, en nosotros, su entrega de amor y salvación liberadora del mundo.
El pan y el vino hecho Cuerpo y Sangre de Cristo, para ser entregados por amor a nosotros, son signos de la dirección y sentido, que debe tomar nuestra vida de entrega y compromiso con la transformación del mundo y de la sociedad actual. Son signos del trabajo del hombre, sobre todo, de los más pobres, que claman al cielo, por justicia y dignidad. Son signos y sacramentos de la tierra, que es de Dios, y está llamada a ser repartida entre todos; está llamada a ser justa y fraterna. Cuando hablo de la "tierra", lo hago en un continente agrícola y campesino. Pero también digo "tierra", como todo bien de Dios sobre la tierra, para ser repartido fraternalmente entre todos sin exclusión, porque, la propiedad de esos bienes, es de todo ser humano. Pienso, que un desafío y una urgencia de la hora presente, es darle a la propiedad este sentido divino. Urge, en nuestra sociedad actual, el cambio de sentido, que la manipulación del mundo y de la política, le ha dado a los bienes de Dios para todos: a la propiedad.
Jesús y su Evangelio se constituyen, por su encarnación, en una antípoda evidente, de un mundo y de una sociedad (de un Chile), cuyos bienes son acaparados y acumulados, en un mal entendido acerca de la propiedad, por un individualismo y una mal llamada "propiedad de privados". ¿Somos "privados" por la propiedad? ¿No somos hermanos?
Hay mucho egoísmo e individualismo, - obra del demonio en los hombres -, que hace la escasez en millones de pobres, hermanos nuestros, sobre la "tierra".
La Eucaristía, el pan y el vino hecho Cuerpo y Sangre, nos muestra a un Jesús entregado para que los hombres, los trabajadores, campesinos, salgan de sus servidumbres y para que los bienes de la "tierra" sirvan a todos.
"Bendito, seas, Señor, Dios del universo, por este pan y por este vino, frutos de la "tierra" y del trabajo del hombre, que hemos recibido de tu generosidad y ahora te presentamos: ellos serán para nosotros pan de vida y bebida de salvación". He aquí, nuestra misión. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+