La fiesta de todos los santos tiene que ser nuestra propia fiesta.

Quisiera invitarlos a todos a que apartemos de nuestros pensamientos y de nuestras muchas preocupaciones, para gozar de la gran felicidad que encierra la fiesta de todos los santos.Los invito a penetrar en la admirable realidad y contenido profundo y optimista que tiene esta fiesta en que la justicia resplandece con gran nitidez.



Considero muy lamentable que hoy nos inclinemos más hacia la tristeza que a la alegría en este día. En verdad, esta fiesta de todos los santos, por diversas razones, la hemos convertido en una fiesta funeraria y con un dejo de tristeza. La hemos convertido en una fiesta funeraria y de los cementerios, de las flores fúnebres y, en algunos casos, en un día de los vestidos de luto.


Esta fiesta debe abrirnos al pensamiento de todos nuestros seres queridos cuya pérdida tanto nos ha hecho sufrir. Si. Hagamos nuestro el pensamiento de nuestros santo el Padre Alberto Hurtado Cruchaga: "En este mundo estamos para buscar a Jesús. La muerte, aquello que nos preocupa tanto, y que nos hace sufrir; nos hace llorar la separación o la partida de un ser querido, yo les digo: ¡Es la misma felicidad! Al que buscábamos, con la muerte, lo encontramos y podemos contemplar su rostro Y el Cielo es para poseerlo". Nos está diciendo que se encuentra la vida eterna. Y sean canonizados o no, esos que han vivido el espíritu de las bienaventuranzas, han conseguido, en Jesús, que los ha amado, mucho más de lo que nosotros hubiéramos podido amarlos y de lo que ellos mismos merecieron. En lugar de todo esto, en este día, pensamos un rato en ellos, y solemos replegarnos en nosotros mismos con un dejo de tristeza, y una vez más, con nostalgia y pena, lamentamos haberlos perdido.


Esta fiesta de todos los santos tiene que ser un día, nuestra propia fiesta.
Si tenemos sentido de eternidad; si hemos vivido las bienaventuranzas, todos nosotros estaremos algún día reunidos en el cielo con la virgen María, con los Apóstoles, y tal vez, los que hemos olvidado, tendremos que tomar conciencia, cada uno, que nos reuniremos con nuestros familiares, con nuestros amigos: no muertos, sino vivos con y en Dios.
Son ellos, nuestros abuelos, nuestros padres; nuestra esposa o esposo, nuestros sacerdotes amigos y formadores; ellos que nos enseñaron a hacer, desde nuestra niñez, una oración; por ellos, porque nos han amado tanto, nos hemos hecho seguidores de Cristo; por su ejemplo e influencia podremos reencontrarnos definitivamente con ellos. Porque ellos viven. "El que cree en mí aunque haya muerto vivirá". ¡Y el Señor cumple su promesa! Estoy cierto que hay muchos de los nuestros, de aquellos con los cuales nos correspondió vivir y que partieron, que nos estarán esperando. Ellos viven y no se han separado de nosotros; nos están preparando el encuentro definitivo con Dios y también con ellos. Yo creo que me encontraré con muchos santos anónimos (no canonizados), todos muy queridos míos, y que lamenté humanamente su partida; creo que me esperan los pobres, los sufridos, los que lloraron, los que fueron perseguidos a causa de Cristo, y tal vez, incomprendidos por sus hermanos aquí en la tierra. Me daré cuenta que Jesús cumplió su promesa, porque los encontraré felices, confortados, consolados, obteniendo misericordia. Yo me alegraré porque han conseguido el más precioso beneficio: haber sufrido un poco sobre la tierra, en el sentido de las bienaventuranzas, que dicho sea de paso, debe ser el Evangelio que debemos tomar más en serio en nuestro trayecto y vida terrena.


Es muy humano entristecerse por la separación de un ser querido que caminó conmigo en este mundo.No debemos creer que esas actitudes son inútiles. Nuestras lágrimas, nuestras oraciones por el ser querido que partió; nuestras tristezas y nuestros sufrimientos, no son inútiles y vanos. No. Nuestro llanto y nuestras lágrimas por la pérdida de un ser querido, puede convertirse en una purificación de nuestro afecto. Y muy pronto, más temprano que tarde, podremos rodearlo de nuevo y nuestro destino, desde ahora, ya no será perderlo, sino encontrarlo de nuevo y para siempre. A veces sufrimos con nuestra debilidad y por la de los demás, sin embargo, si sabemos superarnos, sabremos despegarnos del mundo y volvernos hacia el Señor que es nuestra fuerza y nuestro gozo. Quizás uno pueda, en un momento, perder la esperanza de justicia y de paz al ver tanto egoísmo y discriminación; tanta desigualdad e idolatría del dinero, haciendo la pobreza de millones y tantos otros males. Sin embargo, esa sensación, puede hacerme abrir mi propia alma a otra justicia y paz eterna y consoladora.


Los invitados al Cielo: los bienaventurados, son los pobres, los cojos, los ciegos: "los últimos serán los primeros". Todos ellos han experimentado nuestros sufrimientos, miserias y angustias, pero han sabido poner su fe esperanza y amor en Dios.Han creído que Dios cumpliría sus promesas y que no podía engañarlos. Han creído, a pesar de las penas, que Dios tenía razón, que Dios sabía lo que les convenía y han recibido por ello, cada uno, la voz de acogida de Dios:¡Ven Bendecido de mi Padre a gozar del Reino que te tengo preparado! Porque han amado, a la manera de Jesús, no obstante los sufrimientos, se encontrarán con la dicha:"lo que hiciste con el más pequeño de mis hermanos, lo hiciste conmigo" (Jesús).


Al celebrar la fiesta de todos los santos, encontramos en el Evangelio, el anuncio, también la promesa divina, la profecía de reunión definitiva y dichosa del Cielo, en la que todos juntos nos encontraremos y nos volveremos a alegrar de la compañía de la persona o de las personas a quienes tanto hemos amado y que ya no abandonaremos jamás. No iremos al Cielo más que porque los santos están allí y no quieren ser felices sin nosotros. Pero no podemos ir al encuentro de Dios y de ellos, sin sentir como Dios y como ellos, y sin hacer lo posible para que los demás de este mundo vayan a este encuentro de dicha sin fin. Habrá en el Cielo personas que no habrán llegado más que, porque cada uno de nosotros, trabajó por su conversión; también habrá personas porque nosotros las hemos querido tanto que no podemos ni siquiera pensar que puedan vivir separados de nosotros. Nadie llega al Cielo más que dando la mano a los demás. El que no da la mano no es cristiano. Si uno no ama y se encierra en sí mismo, se pierde. Si uno se separa de sus hermanos, se condena. El Cielo es amar siempre, y nuestro cielo es proporcionado a nuestra capacidad de amar y hacerme prójimo de los hombres y mujeres, especialmente de los pobres, los predilectos de Jesús.


A veces, he preguntado: ¿ quiere usted ir al Cielo? Algunos, con sinceridad, me han contestado: Sí quiero, pero lo más tarde posible.
Y sin embargo, allí está Jesús; están personas que amamos mucho en la tierra, que la echamos de menos. Parece que se olvida que la razón de nuestra existencia y de nuestro caminar es Dios.
También, con esa respuesta, pareciera que no se quisiera ir a juntarse con aquellas personas que amamos, como la esposa o un esposo; un padre y una madre; un amigo o un familiar. Parece que se olvidan todas nuestras penas y lágrimas cuando ellos murieron.

Acuérdate de tu madre. Ella te espera. Ella quiere encontrarse contigo.Acuérdate de tu padre. Acuérdate de tu mujer, de tu esposo; acuérdate de tu hijo, de tus familiares, ya sólo faltas tú.
Felices los que tienen en el Cielo a algún ser querido amado. Dichosos todos aquellos que saben que el Cielo está lleno de personas queridas. De la misma manera que nos hemos conocido en este mundo, y que no se siente miedo de volver a encontrarse con ellos,y que deseamos reunirnos para seguir amándonos, ahora con más perfección, seremos felices.


La fiesta de todos los santos es nuestra fiesta. Es la fiesta de todos nuestros seres queridos que nos amaron según el sentir y el deseo de Cristo. Ellos nos esperan. Hoy día no es un día de tristeza funeraria. No es el día de la muerte. Es el día de la vida. De la vida de todos esos santos anónimos. Ellos nos esperan y nos llaman a caminar por caminos de vida y no de muerte en este mundo.

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