"Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien" El Papa insta a que “invitemos oficialmente a Dios a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras, a nuestros 'establos interiores'”
"Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades"
"Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos"
"Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, desordenado, no te cierres, no tengas miedo. Piensa en el establo de Belén"
"Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, desordenado, no te cierres, no tengas miedo. Piensa en el establo de Belén"
En su catequesis desde la cátedra de la ventana, el Papa Francisco glosa la paradoja de un Dios que es “Verbo y carne”. Porque “Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo” y “si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos”. Aunque no nos consideremos dignos, “Jesús viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas”. Por eso, el Papa invita a los cristianos a “invitar oficialmente a Dios a a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras, a nuestros 'establos interiores'”.
Las palabras del Papa en la oración del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy nos ofrece una hermosa frase, que siempre rezamos a la hora del Ángelus y que es la única que nos revela el sentido de la Navidad: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". (Jn 1, 14).
Estas palabras, si lo pensamos, contienen una paradoja. Ponen juntas dos realidades opuestas: el Verbo y la carne. "Verbo" indica que Jesús es la Palabra eterna del Padre, infinita, que existe desde siempre, antes de todas las cosas creadas; "carne", en cambio, indica precisamente nuestra realidad creada, frágil, limitada, mortal. Antes de Jesús eran dos mundos separados: el Cielo opuesto a la tierra, lo infinito opuesto a lo finito, el espíritu opuesto a la materia. Y hay otra oposición en el Prólogo del Evangelio de Juan, otro binomio: luz y tinieblas (cfr. v. 5). Jesús es la luz de Dios que ha entrado en las tinieblas del mundo. Dios es luz: en Él no hay opacidad; en nosotros, en cambio, hay muchas oscuridades. Ahora, con Jesús, se encuentran la Luz y las tinieblas: la santidad y la culpa, la gracia y el pecado.
¿Qué quiere anunciar el Evangelio con estas polaridades? Una cosa espléndida: el modo de actuar de Dios. Ante nuestra fragilidad, el Señor no retrocede. No permanece en su beata eternidad y en su luz infinita, sino que se hace cercano, se hace carne, desciende a las tinieblas, habita tierras extrañas a Él. Lo hace porque no se resigna a que podamos extraviarnos yendo lejos de Él, lejos de la eternidad, lejos de la luz. He aquí la obra de Dios: venir entre nosotros. Si nosotros nos consideramos indignos, eso no lo detiene. Si lo rechazamos, no se cansa de buscarnos. Si no estamos preparados y bien dispuestos a recibirlo, prefiere venir de todos modos.
Queridos hermanos y hermanas, a menudo nos mantenemos a distancia de Dios porque pensamos que no somos dignos de Él por otros motivos. Y es verdad. Pero la Navidad nos invita a ver las cosas desde su punto de vista. Dios desea encarnarse. Si tu corazón te parece demasiado contaminado por el mal, desordenado, no te cierres, no tengas miedo. Piensa en el establo de Belén. Jesús nació allí, en esa pobreza, para decirte que ciertamente no teme visitar tu corazón, habitar en una vida desaliñada. Habitar. Es el verbo que utiliza hoy el Evangelio: expresa un compartir total, una gran intimidad. Esto es lo que Dios quiere.
Y nosotros, ¿queremos hacerle espacio? Con palabras, sí, ¿pero concretamente? Tal vez haya aspectos de la vida que guardamos para nosotros, exclusivos, lugares interiores en los cuales tenemos miedo que entre el Evangelio, donde no queremos poner a Dios en medio.
En estos días navideños nos hará bien acoger al Señor precisamente allí. ¿Cómo? Por ejemplo, deteniéndose ante el pesebre, porque muestra a Jesús que viene a habitar toda nuestra vida concreta, ordinaria, donde no va todo bien, donde hay muchos problemas: los pastores que trabajan duramente, Herodes que amenaza a los inocentes, una gran pobreza...
Pero en medio de todo esto está Dios, que quiere habitar con nosotros. Y espera que le presentemos nuestras situaciones, lo que vivimos. Entonces, ante el pesebre, hablemos con Jesús de nuestras vicisitudes concretas. Invitémoslo oficialmente a nuestra vida, sobre todo a las zonas oscuras, a nuestros "establos interiores". Y también contémosle sin miedo los problemas sociales y eclesiales de nuestro tiempo, porque Dios ama habitar entre nosotros.
Que la Madre de Dios, en quien el Verbo se hizo carne, nos ayude a cultivar una mayor intimidad con el Señor.
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