"En este tiempo de amenaza debido al Coronavirus" Monseñor Bruno Forte: "Afrontamos la prueba con fe, confianza y fidelidad"
"Escribo porque deseo que nadie se sienta solo o, peor todavía, abandonado por los demás y por Dios"
"En esta hora nada fácil para todos, cada uno debe estar particularmente atento a las medidas que se nos han exigido, desde el decálogo inicial de precauciones que deben aceptarse"
"Hagámoslo hoy con fe y fidelidad, sabiendo que el Dios de toda bondad y misericordia no abandonará a los que, con un corazón humilde y confiado, se ponen en sus mano"
"Hagámoslo hoy con fe y fidelidad, sabiendo que el Dios de toda bondad y misericordia no abandonará a los que, con un corazón humilde y confiado, se ponen en sus mano"
| Bruno Forte, obispo
Te escribo a ti, mi pueblo, confiado a mí por el Señor, y a todos los que se unirán a nosotros en la reflexión en este tiempo flagelado por la amenaza del Coronavirus. Lo hago con corazón de hermano y padre, porque deseo que nadie se sienta solo o, peor todavía, abandonado por los demás y por Dios. Escribo pensando en los muchos rostros que encuentro, que conozco y llevo en la oración y en el corazón, y también en aquellos con los que nunca me he encontrado, porque cada uno es digno de atención y amor, respeto y cercanía.
Me dirijo en primer lugar a los que han sido infectados por el mal: les digo una palabra de esperanza sincera, porque muchos ya han pasado la prueba, y les aseguro la oración más ferviente para que puedan volver sanos pronto a su vida ordinaria y a sus personas queridas. Expreso una especial cercanía a quienes han perdido a sus seres queridos por causa de este mal, arrancados de manera tan imprevista y veloz: que el Señor conceda el descanso eterno a los fallecidos y a sus seres queridos la confiada esperanza de su cercanía en la comunión de los santos hasta la hora del triunfo de la vida, que vencerá a la muerte para siempre.
Me dirijo, en segundo lugar, a todos nosotros, unidos por la necesidad de un cambio repentino de los modos de vida, bajo el peso del miedo generalizado, con la percepción de estar como indefensos frente a este enemigo impalpable y tan amenazante. Entiendo que no es fácil para nadie superar completamente el miedo, el propio y el referido a los que amamos: es bueno reconocer, sin embargo, que las medidas tomadas y los sacrificios requeridos van en la dirección correcta para que el contagio no se propague. Renunciar a los compromisos diarios, ser privados de esos momentos de socialización que hacen la vida agradable, sentirse obligado a quedarse en casa, que algunos sienten como un cautiverio involuntario, es ciertamente pesado para todos. Sin embargo, algunas consideraciones deben ayudarnos.
Brilla con particular fuerza, sobre todo, el ejemplo de los grandes sacrificios que está realizando los médicos, las enfermeras y los trabajadores de la salud: una palabra de gratitud y admiración va a cada uno de ellos. Encomendamos al Señor a quienes incluso han ofrecido su vida en esta carrera de generosidad y les pedimos que proteja a los demás y que los proteja en la salud y en la maravillosa donación que están experimentando. ¡Gracias a todo el personal médico y a todo nuestro sistema sanitario, operativo y eficiente!
Gracias también a quienes tienen responsabilidades gubernamentales, que se han enfrentado a una emergencia de una magnitud nunca vista en los últimos tiempos: si es posible que se haya dado algún retraso, debe entenderse precisamente por lo inaudito de lo que está aconteciendo. En general, deben reconocerse los esfuerzos de las instituciones para afrontar el desafío y proporcionar al país y a cada uno de sus ciudadanos la máxima seguridad, asistencia y cooperación.
Quisiera expresar un agradecimiento particular a los sacerdotes, religiosos y diocesanos, desde capellanes de hospitales hasta párrocos y a cada presbítero, que generosamente están trabajando duro para que no falte la asistencia espiritual a los enfermos, para consolar a las familias afectadas y acompañar a los familiares de las víctimas. El pan eucarístico llevado a los enfermos, la celebración de los sacramentos del perdón y de la unción, la oración exequial celebrada en espacios abiertos, son gracia a manos llenas. Que el Señor os proteja y acompañe a cada uno de vosotros y haga brotar, a partir de tanta fe y caridad vivida, copiosas gracias y bendiciones.
En esta hora nada fácil para todos, cada uno debe estar particularmente atento a las medidas que se nos han exigido, desde el decálogo inicial de precauciones que deben aceptarse, hasta las medidas justa y necesariamente más restrictivas que se han ido adoptando de manera gradual, e incluso la paralización de la vida social y económica del país, así como el imperativo indispensable de "¡quedarse en casa!". Tomar estas exigencias a la ligera sería una grave irresponsabilidad no sólo hacia los demás, sino también para con uno mismo y nuestros seres queridos.
Me dirijo a los jóvenes: para ellos el sacrificio de permanecer en casa es mayor, dada la exuberancia de energía y vida que los caracteriza. Sin embargo, es un acto de amor que se debe hacer hacia los mayores de la casa, así como hacia los padres y otros miembros de la familia. Además, lo que está sucediendo es también una oportunidad para redescubrir los lazos que nos unen, para compartir momentos de diálogo y relajación en familia, para dedicar más tiempo al estudio, a la lectura y a la oración. Sentiros siempre amados por Dios, queridos jóvenes, llamados a una prueba de madurez y responsabilidad por vuestro bien y el de todos.
Os invito a ofrecer los sacrificios que estamos viviendo como parte del camino penitencial de esta Cuaresma, para que podamos prepararnos así, como personas individuales y juntos, a la Pascua de resurrección y vida nueva. Recomiendo a todos que sigan el ejemplo de los grandes santos que en tiempos de calamidad y peste han invocado la liberación del mal de Dios incesantemente con la oración: San Gregorio Magro lo hizo con ocasión de la plaga de Roma en 590; San Carlo Borromeo lo hizo durante la terrible plaga de Milán en 1576.
Hagámoslo hoy con fe y fidelidad, sabiendo que el Dios de toda bondad y misericordia no abandonará a los que, con un corazón humilde y confiado, se ponen en sus manos. Una vez más propongo orar conmigo con estas palabras: Señor Jesús, Salvador del mundo, esperanza que nunca nos decepcionará, ¡ten piedad de nosotros y libéranos de todo mal! Te rogamos superar el flagelo de este virus, que se está extendiendo, curar a los enfermos, preservar a los sanos, apoyar a los que trabajan por la salud de todos. Muéstranos Tu Rostro de Misericordia y sálvanos en Tu gran amor. Te pedimos la intercesión de María, Madre Tuya y nuestra, que nos acompaña fielmente. Tú que vives y reinas a través de los siglos. Amén.
Bruno Forte, padre arzobispo
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