La Pandemia vista con una mentalidad apocalíptica o con una mirada cristiana
Observando los discursos y actitudes que han ido surgiendo con actual la crisis del Covid me ha parecido descubrir, entre las diversas narrativas sociales que reflexionan sobre la situación, dos perspectivas o tendencias que parecen responder a arquetipos arraigados en la humanidad desde la antigüedad: una tendencia que creo recuerda a la mentalidad apocalíptica y otra más cercana a la mentalidad escatológica de origen cristiano.
Mi reflexión no pretende abordar las situaciones concretas vividas ni la validez o no de las medidas adoptadas, sino reflexionar sobre estas perspectivas, que creo han influido en el modo de actuar, y sobre las consecuencias que se derivan de adoptar cada una de ellas, de modo que cada persona discierna, si lo desea, cual puede ser la más apropiada para afrontar mejor esta situación de crisis.
La mentalidad apocalíptica suele estar vinculada a una visión espiritualista y gnosticista, una mentalidad en la que la historia queda desvalorizada por la “metahistoria”, un mundo espiritual por encima de la historia; para esta mentalidad, el mundo celeste o espiritual se considera lo único verdaderamente real, de modo que el apocalipsis, que significa revelación, se entiende como la toma de conciencia del carácter ilusorio del mundo histórico, que es visto de manera desfavorable, y, en el fondo, la aspiración a que ese mundo histórico profano y poco espiritual desaparezca irremediablemente cuando el mundo celeste, espiritual, se revele.
El que acepta esta mentalidad apocalíptica suele tener, por tanto, una mirada que da poco valor a la historia y a la materia, y no pocas veces, busca que esa historia termine lo antes posible para que llegue ya la verdadera realidad, la realidad espiritual, que estaría oculta por la realidad histórica y por la materia. No es raro, por eso, que los movimientos apocalípticos interpreten la historia como un drama en el que los poderes malignos son realmente los que guían, de modo disimulado, y oculto para los ojos de los poco espirituales, el transcurrir de los acontecimientos. La historia estaría en manos del mal y el camino espiritual consistiría en salir de la historia o vivir al margen de la historia colectiva en grupos de “puros” o espirituales que han captado el carácter negativo del mundo. La historia no tendría posibilidad de transformación real pues sería una ilusión que ya está condenada a desaparecer cuando lo real se manifieste, cuando se viva el apocalipsis pues.
No es esta la visión cristiana. La perspectiva escatológica cristiana no pierde de vista la dimensión espiritual como la más importante de lo real, a la vez que es consciente del valor de la historia y la materia como elementos también imprescindibles de lo real, pues han nacido de Dios. No considera, por tanto, que sea indiferente o negativo el compromiso humano en la construcción final de la plenitud de la historia, sino que es necesaria esa colaboración del ser humano en ese caminar hacia la meta final de la historia. La historia no es fruto, en último término, de un plan maligno urdido por poderes que buscan alejarnos del mundo real (el espiritual) sino una historia de salvación, pese al dolor, la injusticia y el mal, que están en ella fruto de nuestra libre actuación egoísta; Dios guía la historia, pese a ese mal, con nuestra libre colaboración con él mediante el ejercicio del amor, para que lleguemos todos a la comunión final con él y, en él, con nosotros y con la creación.
La visión escatológica cristiana confía, con humildad, realismo y sin triunfalismos, en que Cristo ha vencido ya y que transformar la historia es el camino para que esa victoria se haga visible mediante nuestra colaboración en el plan de amor de Dios, combatiendo desde nuestra vulnerabilidad y con el ejercicio del amor afectivo y efectivo, personal y social, las enormes injusticias y males que se siguen dando hasta que esa victoria se haga visible y plena para todos. El cristianismo es un escatologismo encarnado, pues el cristiano busca colaborar con Dios en la construcción de la historia y de la sociedad, no busca separarse y aislarse en grupos de puros, sino ayudar en último término a que todos se salven, construyendo, mediante el amor, el Reino en la historia y más allá.
Frente a la actual crisis del Covid, los “apocalípticos” y los “escatológicos” actuaran probablemente de modo muy diverso. La mentalidad apocalíptica tenderá a poner su foco en buscar signos que le confirmen su creencia en el carácter negativo de las fuerzas que rigen la historia. Su esfuerzo se centrará, muchas veces, no tanto en promover el cuidado corporal de la vida en la sociedad, como en convencer a los demás de la ilusión en la que viven y buscar una salvación, individual o en agrupaciones de “puros”, que prefiere el bien espiritual personal relegando a un segundo término el esfuerzo social por cuidar el bien de la vida corporal. Al ser una una mentalidad que prima lo espiritual probablemente dirigirá sus deseos altruistas de ayuda y humanitarismo a salvar solo, o principalmente, la dimensión espiritual de los demás, menospreciando la dimensión corporal, y tendiendo a ver como exageradas o erróneas las medidas sanitarias que quieren salvar también el bien de la vida corporal en el ámbito social.
Un apocalíptico puede negarse a tomar precauciones sanitarias básicas en aras del “humanitarismo” espiritual, creyendo que solo o principalmente hay que cuidar el bien espiritual y que el corporal carece de importancia o puede quedar relegado. Creerá además que esto es un gesto que lo hace más humano y más espiritual que el que busca proteger ambos bienes, la salud corporal y la espiritual, promoviendo medidas que abarcan el cuidado sanitario responsable.
No es raro a lo largo de la historia que movimientos con rasgos apocalípticos y gnósticos hayan llevado a formas de suicidio directo o indirecto como si fuera un acto de valor espiritual (recordemos la endura de los cátaros). Para confirmar esta visión el apocalíptico no dudará en acudir a la experiencia del martirio de algunos santos o a gestos de entrega extremos que interpretará de un modo absoluto.
Los movimientos de espiritualismo radical suelen caer en formas de actuación poco prudentes, pues no parecen capaces de incluir en su discernimiento lo que los antiguos moralistas llamaban la circunspección, un elemento de la prudencia, que lleva a tener en cuenta las circunstancias en las actuaciones para poder discernir su validez. Así, sin circunspección, por ejemplo, no se puede captar el hecho de que el martirio (u otras acciones nobles que anteponen el bien espiritual al material), que en algunas ocasiones es sin duda un acto heroico, no siempre tiene porque ser la actuación más adecuada y, por ello, no puede convertirse sin más en un modelo a imitar en toda circunstancia. De hecho, la iglesia ha condenado la búsqueda intencional del martirio como una forma desordenada de deseo espiritual que no cuidad adecuadamente el valor de la vida.
Frente a la actuación del apocalíptico, la perspectiva escatológica cristiana buscará el seguir impulsando en la historia la plenitud de la vida, combatirá pues la enfermedad con los medios que la ciencia aporte atendiendo también a la dimensión ética (no todo es ético, aunque pueda ser propuesto por la ciencia) para que la vida siga desarrollándose en plenitud.
Su posición se preocupará en buscar el mayor bien para todos y evitar el mal en lo posible, no opondrá el bien espiritual al bien corporal sino que intentará salvar ambos bienes, sin caer en espiritualismos imprudentes que sacrifican el bien corporal al bien espiritual sin discernimiento adecuado.
La dimensión encarnacionista del cristianismo le llevará a preocuparse por el bien común, y por tanto, por la dimensión política y social de la crisis sin limitarse a dirigir su mirada a la dimensión personal o grupal, sin olvidarlas tampoco. Más que poner el foco en supuestos culpables de la situación, que también puede haberlos y conviene ponerles límite, buscará ver los problemas estructurales que hacen que puedan darse abusos o circunstancias poco cuidadosas con las exigencias de la ética al abordar la crisis. Tomará conciencia, por ejemplo, de las consecuencias de las políticas de aquellas ideologías que promueven desmantelar lo público, de modo que ante las crisis no se puede responder adecuadamente ni en el ámbito sanitario ni el educativo, por la ausencia de personal y de inversiones suficientes en áreas sociales fundamentales.
Su espiritualidad se alimentará de la oración y del compromiso social, no buscará refugiarse y salvarse al margen de todos, sino colaborar con todos en el cuidado de los bienes corporales y espirituales, sin sacrificar ni olvidar unos en favor de otros.
Su fe en un Cristo que ha vencido al mal, le mantendrá la mirada abierta para descubrir la luz diaria del amor, expresada en múltiples gestos de responsabilidad y humanidad, que brilla con creces en medio de la oscuridad; unirá su esfuerzo al de todos para cuidar el cuerpo y el espíritu, lo personal, lo grupal y lo social sin extremismos espiritualistas ni idolatrías que buscan cuidar solo las dimensiones materialistas o utilitaristas olvidando las dimensiones espirituales; intentará cultivar el discernimiento y la prudencia, a la vez que evitará sembrar más desorientación y alarma con discursos extremistas.
Será siempre sembrador de esperanza pues, como dice San Pablo: “Si Dios está con nosotros ¿Quién estará contra nosotros?” (Romanos 8,31)