La amistad espiritual
un camino para abrazar la luz que entra por el encuentro con los demás
| José Antonio Vázquez Mosquera
Una de las fuentes de sufrimiento de la existencia humana es su condición limitada e incierta, nacida de nuestra condición relacional. Somos seres llenos de posibilidades a la vez que vulnerables y frágiles. Experimentamos esta fragilidad especialmente en nuestras relaciones, que no pocas veces se convierten en fuentes de angustia y sufrimiento.
Cuesta mucho vivir abrazando esa vulnerabilidad que somos, vivir abiertos a la relación con los demás, con el mundo, con Dios o con nosotros mismos. Por eso, hemos desarrollado diferentes formas de evadir de modo insano la angustia relacional: la defensa del individualismo a ultranza de cierto pensamiento moderno, la negación de la individualidad mediante la fusión con el otro o con lo colectivo de las religiones e ideologías autoritarias, o la negación de la alteridad pretendiendo superarla mediante la fusión con el Misterio, que se promueve en algunos modos actuales de entender el nodualismo…
Muchas veces la espiritualidad se ha convertido en un modo de evitar o negar la angustia que produce la existencia relacional que nos es constitutiva; así algunas espiritualidades han promovido la sumisión a la autoridad religiosa para evitar la angustia de la propia responsabilidad, o han propiciado el aislamiento y el ensimismamiento como si fuera “más espiritual” que el compromiso con los demás, cuando no han interpretado la experiencia mística o nodual como una experiencia de superación de la dimensión relacional de la existencia, alcanzando supuestamente estados de conciencia plena e invulnerable, que son en realidad estados de narcisismo espiritual, con el que nos protegemos de vivir en la realidad de la existencia.
La espiritualidad de la amistad espiritual parte de la premisa de que existir es vivir en la relación, es ser relación. Por eso, aprender a vivir en la relación es la meta de un verdadero camino espiritual sano. Para ello, la amistad es una vía privilegiada, pues la relación de amor con el otro/ la otra se convierte en la llave para aprender a integrar sin negar la limitación, la vulnerabilidad que somos, así como la libertad fruto de la conexión que también nos es constitutiva.
La amistad espiritual es el mayor regalo que Dios nos puede dar en esta vida, decía Elredo de Rieval, monje del siglo XII que escribió un libro para ayudarnos a vivir relaciones de amistad que sean caminos de encuentro espiritual.
La meta de una amistad espiritual no es el amigo o la amiga, sino el caminar hacia la experiencia de comunión con Dios, con la naturaleza, con los demás y el/la amigo/a y con la persona misma.
La amistad espiritual es una escuela de vida, un camino para aprender a vivir abrazando nuestra vulnerabilidad y la de los demás, a la vez que experimentando nuestra indefinida capacidad de amor y conexión. Descubrirnos como comunión, como red de relaciones con todo y con todos los seres, de modo que cuanto más somos nosotros mismos más en comunión estamos y viceversa. Descubrir el amor como fundamento del ser.
Vivir una amistad espiritual con alguien supone un trabajo personal mutuo para salir del propio orgullo y egoísmo sin caer en la sumisión o la agresividad, a la vez que una serie de condiciones necesarias para que pueda darse entre dos personas este vínculo, condiciones entre las que destacan el compartir una visión espiritual y compasiva de la vida y de la amistad.
Supone aprender a escuchar y desarrollar habilidades de comunicación y asertividad para cultivar el diálogo como vínculo esencial. Supone también el cuidado mutuo sin olvidar el autocuidado y el compromiso con los demás. Todo para generar un clima de aceptación e intimidad, no autocentrado sino autotranscendente, que no se da en otro tipo de relaciones y que se convierte en un sacramento del amor incondicional y adulto de Cristo por los seres humanos.
Además, supone también ser capaces de incluir la alegría, las emociones y el cuerpo en el camino espiritual, así como abrazar las limitaciones, las heridas y las fragilidades de la existencia humana, que en la relación quedan evidenciadas con más transparencia que en un camino individual, de modo que puedan ser acogidas con la compasión y el amor afectivo y efectivo, y no solo las nuestras sino las de la humanidad en general.
Es difícil encontrar un camino espiritual que tenga tantas posibilidades de autenticidad y de humanización como el camino de la amistad espiritual por eso Elredo de Rieval, su descubridor, decía:
"... nadie puede sufrir el ser feliz careciendo de amigos… Ay del que está solo, porque si cae, ¡no tiene quien lo levante!... Y, ¡cuánta felicidad, seguridad y alegría si tienes alguien a quien te atreves a hablar como a ti mismo," a quien no temes confesar tus yerros, a quien no te sonroja manifestar tu progreso espiritual, a quien confiesas todas las cosas secretas de tu corazón y en cuyas manos pones tus proyectos!
¿Hay fuente de mayor júbilo que la unión de dos almas, que de dos se hacen una, de modo que no teman jactancia ni suspicacia alguna, ni se sientan heridas por la corrección que puedan hacerse, ni deban reprocharse adulación cuando una a la otra encomia?"
San Elredo de Rieval , De Amist . Esp . II.10 11