Acoso a "lo sagrado"
A mí, personalmente, este otro remonte regenerador y de progreso constituyente, cifrado en la liturgia del tercer domingo de la cuaresma cristiana, me lleva a otra cota –elevada también- del camino hacia el remonte final del Calvario y de la Cruz, antesala mesiánica de una inminente resurrección.
Si en el desierto, en el sequedal y con alacranes y sabandijas en torno, Jesús puso tres pilares al edificio de su misión en la tierra: que comer no lo es todo; que hacer volatines o cabriolas en el aire para convocar aplausos, tampoco es mucho; y que la “potestas” sin “auctoritas” -o buenas maneras que hagan el mando constructivo y oportuno- es aventura y nada más; y si en la cumbre del monte quiso Jesús bajar a los suyos de la nube y curarles de sueños y utopías -primero hay que morir para resucitar después, les vino a decir con la visión luminosa y la soledad siguiente-, hoy –este domingo- creo ver en la escena del tempo de Jerusalén, con Jesús armado de un látigo y en guisa de limpiar la casa de Dios de quehaceres de mercado -muy dignos por cierto en otros escenarios pero infames en la casa de Dios- otro pilar o pedestal del mismo edificio.
Otros aspectos de la evocadora liturgia del día son sugestivos también. Por ejemplo, lo de la “cruz” escándalo para los judíos y risotada de befa para la sabiduría de los griegos; o ese gran germen de las declaraciones de derechos humanos que es el Decálogo que, tallado en piedra, diera Dios a Moisés para que su pueblo transitara el desierto hasta la “tierra prometida”.
Mis énfasis reflexivos se ponen hoy sólo en algunos –dos o tres- interrogantes y algunas -dos o tres- evocaciones de actualidad que me sugiere ese “arranque”, más de celo y dignidad que de violencia, de un Jesús enojado y decidido a limpiar –látigo en mano- el santuario de Dios.
- ¿Desconcertante Jesús o coherente Jesús al obrar así?
El que manda poner la otra mejilla, devolver mal por bien y amor por odios ¿será el mismo que hoy pinta san Juan, látigo en mano, armando la gresca en aquel zoco, “rastrillo” o mercadillo en que se había convertido el Templo por mor de las conveniencias terrenales de loa propios sacerdotes del templo?
Este Jesús airado ¿será el mismo que, según veían los que seguían sus pasos, hacía las cosas bien y “todo lo hacía bien”?
¿No habrá tal vez “violencias” que son justas?. Mejor dicho, violencias que, por ser justas, ya no son violencias?
Amigos… Cuántas cosas evocan, ahora mismo, estos interrogantes y cómo da que pensar –al ver ciertas cosas de hoy- esa escena de Jesús con el látigo en la mano, barriendo la basura del Templo de Dios. Evocaciones de realidades y no se sueños o de imaginaciones o constructos de ficción…
- Aquel video del 1 de octubre, de una iglesia, con las naves llenas de gente cantando al son que modelaba con su batuta o mano un señor vestido de clérigo y el preste, con ornamentos verdes, al otro lado del presbiterio, y en medio, una mesa con la urna para votar el referéndum y otra mesa rodeada de afanosos chicos y chicas contando las papeletas de voto.
Me hizo llegar tan inefable video un alumno, abogado, con este solo comentario: “increíble”. Al visualizarlo y después de frotarme los ojos, dije entonces, y lo mantengo ahora, que era una profanación de “lo sagrado”, un “acoso a lo sagrado”, a manos de los propios servidores del templo de Dios.
Hoy lo evoco ante la escena de Jesús, látigo en mano, echando a los mercaderes del templo.
- Otra evocación, de parecido calado aunque menos aparatosa tal vez. Hace unos días, saltaba la noticia de que en algunos monasterios y casas religiosas –se citaban los capuchinos de Barcelona, los monjes de Montserrat- pedían o hacían el ayuno y oraban a Dios contra la represión del Estado español y a favor de los Puidemiont, sus cortesanos y demás protagonistas del estropicio catalán-español, que ahora o están huidos de la Justicia o en prisión provisional por sus hechos y no por sus ideas.
Otras evocaciones se pudieran hacer ante la escena del Evangelio de hoy. Porque “los acosos a lo sagrado” pueden no estar ya en vender ovejas en el templo ni en el negocio de los cambistas, sino en otras cosas más agrias por dentro aunque menos aparatosas por fuera
Es posible que, viendo por fuera y por dentro, ayer y hoy (porque el Evangelio no pasa de moda), la escena de Jesús airado y con el látigo en la mano, uno se consuele un tanto pensando que las oraciones de ”algunos” es imposible que lleguen más arriba de sus cabezas. El dicho popular dice eso mismo de otra forma más gráfica. Cada cual puede usar su idea para enjuiciar lo absurdo, como absurdo era el espectáculo del mercadeo del Templo, al que Jesús le quiso poner freno, al parecer sin éxito, con ademanes espectaculares seguramente para inculcar su absoluta falta de justeza.
Yo pienso para mí, ¡qué grueso debe ser ese pecado en la Iglesia que fue capaz de sacar al paciente y divino Jesús de sus casillas!!!
Y más aún pienso y profeso. Merece la pena creer, viendo al Hijo de Dios –nada menos- con un látigo en la mano, en lucha por barrer de su Iglesia el gran pecado de las profanaciones. Que es como meter lo sagrado en alforjas de ideologías, de intereses, de patologías, de mentiras y tergiversaciones y de juegos con la media, la cuarta o la nula parte de la verdad. Claro que estamos en la era de la pos-verdad. Otro día –pronto, si Dios lo quiere- reflexionaré sobre ello. Por hoy baste con la escena del látigo, sus interrogantes y sus evocaciones.
El “acoso” a lo “sagrado”, en estos tiempos de “acosos”, no es agua pasada. Jesús evangeliza a Dios con modos e imágenes, válidas, salvados los tiempos, para las circunstancias de hace veinte siglos y para las circunstancias de hoy. El látigo en su mano es un símbolo perenne. Ojo, pues!!!
SANTIAGO POANIZO ORALLO
Si en el desierto, en el sequedal y con alacranes y sabandijas en torno, Jesús puso tres pilares al edificio de su misión en la tierra: que comer no lo es todo; que hacer volatines o cabriolas en el aire para convocar aplausos, tampoco es mucho; y que la “potestas” sin “auctoritas” -o buenas maneras que hagan el mando constructivo y oportuno- es aventura y nada más; y si en la cumbre del monte quiso Jesús bajar a los suyos de la nube y curarles de sueños y utopías -primero hay que morir para resucitar después, les vino a decir con la visión luminosa y la soledad siguiente-, hoy –este domingo- creo ver en la escena del tempo de Jerusalén, con Jesús armado de un látigo y en guisa de limpiar la casa de Dios de quehaceres de mercado -muy dignos por cierto en otros escenarios pero infames en la casa de Dios- otro pilar o pedestal del mismo edificio.
Otros aspectos de la evocadora liturgia del día son sugestivos también. Por ejemplo, lo de la “cruz” escándalo para los judíos y risotada de befa para la sabiduría de los griegos; o ese gran germen de las declaraciones de derechos humanos que es el Decálogo que, tallado en piedra, diera Dios a Moisés para que su pueblo transitara el desierto hasta la “tierra prometida”.
Mis énfasis reflexivos se ponen hoy sólo en algunos –dos o tres- interrogantes y algunas -dos o tres- evocaciones de actualidad que me sugiere ese “arranque”, más de celo y dignidad que de violencia, de un Jesús enojado y decidido a limpiar –látigo en mano- el santuario de Dios.
- ¿Desconcertante Jesús o coherente Jesús al obrar así?
El que manda poner la otra mejilla, devolver mal por bien y amor por odios ¿será el mismo que hoy pinta san Juan, látigo en mano, armando la gresca en aquel zoco, “rastrillo” o mercadillo en que se había convertido el Templo por mor de las conveniencias terrenales de loa propios sacerdotes del templo?
Este Jesús airado ¿será el mismo que, según veían los que seguían sus pasos, hacía las cosas bien y “todo lo hacía bien”?
¿No habrá tal vez “violencias” que son justas?. Mejor dicho, violencias que, por ser justas, ya no son violencias?
Amigos… Cuántas cosas evocan, ahora mismo, estos interrogantes y cómo da que pensar –al ver ciertas cosas de hoy- esa escena de Jesús con el látigo en la mano, barriendo la basura del Templo de Dios. Evocaciones de realidades y no se sueños o de imaginaciones o constructos de ficción…
- Aquel video del 1 de octubre, de una iglesia, con las naves llenas de gente cantando al son que modelaba con su batuta o mano un señor vestido de clérigo y el preste, con ornamentos verdes, al otro lado del presbiterio, y en medio, una mesa con la urna para votar el referéndum y otra mesa rodeada de afanosos chicos y chicas contando las papeletas de voto.
Me hizo llegar tan inefable video un alumno, abogado, con este solo comentario: “increíble”. Al visualizarlo y después de frotarme los ojos, dije entonces, y lo mantengo ahora, que era una profanación de “lo sagrado”, un “acoso a lo sagrado”, a manos de los propios servidores del templo de Dios.
Hoy lo evoco ante la escena de Jesús, látigo en mano, echando a los mercaderes del templo.
- Otra evocación, de parecido calado aunque menos aparatosa tal vez. Hace unos días, saltaba la noticia de que en algunos monasterios y casas religiosas –se citaban los capuchinos de Barcelona, los monjes de Montserrat- pedían o hacían el ayuno y oraban a Dios contra la represión del Estado español y a favor de los Puidemiont, sus cortesanos y demás protagonistas del estropicio catalán-español, que ahora o están huidos de la Justicia o en prisión provisional por sus hechos y no por sus ideas.
Otras evocaciones se pudieran hacer ante la escena del Evangelio de hoy. Porque “los acosos a lo sagrado” pueden no estar ya en vender ovejas en el templo ni en el negocio de los cambistas, sino en otras cosas más agrias por dentro aunque menos aparatosas por fuera
Es posible que, viendo por fuera y por dentro, ayer y hoy (porque el Evangelio no pasa de moda), la escena de Jesús airado y con el látigo en la mano, uno se consuele un tanto pensando que las oraciones de ”algunos” es imposible que lleguen más arriba de sus cabezas. El dicho popular dice eso mismo de otra forma más gráfica. Cada cual puede usar su idea para enjuiciar lo absurdo, como absurdo era el espectáculo del mercadeo del Templo, al que Jesús le quiso poner freno, al parecer sin éxito, con ademanes espectaculares seguramente para inculcar su absoluta falta de justeza.
Yo pienso para mí, ¡qué grueso debe ser ese pecado en la Iglesia que fue capaz de sacar al paciente y divino Jesús de sus casillas!!!
Y más aún pienso y profeso. Merece la pena creer, viendo al Hijo de Dios –nada menos- con un látigo en la mano, en lucha por barrer de su Iglesia el gran pecado de las profanaciones. Que es como meter lo sagrado en alforjas de ideologías, de intereses, de patologías, de mentiras y tergiversaciones y de juegos con la media, la cuarta o la nula parte de la verdad. Claro que estamos en la era de la pos-verdad. Otro día –pronto, si Dios lo quiere- reflexionaré sobre ello. Por hoy baste con la escena del látigo, sus interrogantes y sus evocaciones.
El “acoso” a lo “sagrado”, en estos tiempos de “acosos”, no es agua pasada. Jesús evangeliza a Dios con modos e imágenes, válidas, salvados los tiempos, para las circunstancias de hace veinte siglos y para las circunstancias de hoy. El látigo en su mano es un símbolo perenne. Ojo, pues!!!
SANTIAGO POANIZO ORALLO