En l’Alcúdia, mi pueblo anegado Tristeza, solidaridad e indignación
"Con motivo de la situación catastrófica que viven los habitantes de las comarcas centrales del País Valenciano, quise volver a l’Alcúdia, mi pueblo, anegado por el río Magro"
"Sor Lucía Caram me invitó a viajar con ella en su furgoneta, cargada de alimentos para los damnificados"
"L’Alcúdia es una población de unos once mil habitantes, gravemente afectada por las lluvias del pasado 29 de octubre, con tres personas que han fallecido debido a este desastre. Un pueblo aún sin agua potable"
"Al día siguiente de llegar, cuando comencé a sacar el barro y al ver a mis amigos y vecinos, tuve tres sensaciones, unas sensaciones que comparten muchos alcudianos: tristeza, solidaridad e indignación"
"L’Alcúdia es una población de unos once mil habitantes, gravemente afectada por las lluvias del pasado 29 de octubre, con tres personas que han fallecido debido a este desastre. Un pueblo aún sin agua potable"
"Al día siguiente de llegar, cuando comencé a sacar el barro y al ver a mis amigos y vecinos, tuve tres sensaciones, unas sensaciones que comparten muchos alcudianos: tristeza, solidaridad e indignación"
Con motivo de la situación catastrófica que viven los habitantes de las comarcas centrales del País Valenciano, quise volver a l’Alcúdia, mi pueblo, anegado por el río Magro. Los monjes fueron los primeros que se ofrecieron a llevarme a l’Alcúdia. Pero, en una riada de solidaridad, también fueron diversos los amigos, como Pere y Josep Mª que me dijeron que, con su coche, me acompañarían a mi casa.
Sor Lucía Caram me invitó a viajar con ella en su furgoneta, cargada de alimentos para los damnificados, como también una postulante (valenciana) del monasterio de Sant Benet de Montserrat que iba a la ciudad de Valencià a ayudar a los que se han visto afectados por esta terrible DANA. Al final hice el viaje de Manresa a l’Alcúdia, con los amigos Pasqual y su esposa, Imma, los dos profesores de instituto en Manresa y él, nacido en mi pueblo.
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L’Alcúdia es una población de unos once mil habitantes, gravemente afectada por las lluvias del pasado 29 de octubre, con tres personas que han fallecido debido a este desastre. Un pueblo aún sin agua potable, con electrodomésticos y muebles destrozados y llenos de barro depositados en medio de las calles, con montañas de escombros a las salidas de la villa. Libros, fotografías, archivos personales, revistas y recuerdos que se han perdido para siempre. Durante días, algunas zonas de l’Alcúdia no tenían agua corriente, electricidad ni conexión a internet. Era un pueblo incomunicado.
Al día siguiente de llegar a l’Alcúdia, cuando comencé a sacar el barro y al ver a mis amigos y vecinos, tuve tres sensaciones, unas sensaciones que comparten muchos alcudianos.
La primera, la tristeza de la gente. Rostros llenos de tristeza, con las lágrimas que brotan de los ojos de manera espontánea. Muchos me dicen que el paisaje de l’Alcúdia es como después de haber pasado una guerra. Personas que lo han perdido todo. Una mujer que conozco ha de comenzar de nuevo su vida a sus 86 años. Ha sido acogida por una conocida suya, porque no tiene ni donde dormir. Mi hermana se ofreció a acoger en la casa donde vive a unos vecinos que habían sido desalojados del piso donde vivían, por precaución, debido a que el edificio quedó dañado. Una prima tenía más de un metro y medio de agua y barro fango. Y así, tanta y tanta gente que ha perdido lo que había estado construyendo durante una vida.
La segunda sensación es la riada de solidaridad: vecinos que nos hemos ayudado mutuamente y hombres y mujeres de los pueblos de alrededor, que no han estado afectados por la DANA y que han venido a l’Alcúdia con palas, cubos y escobas, para limpiar las calles y las casas. Y jóvenes, muchos jóvenes, como Mireia, de Girona, hija del amigo David Pagès o el hijo de la amiga Anna Riera, de Barcelona, que han venido a ayudar a los afectados por la DANA. O un joven de Vic, Kevin o la misma sor Lucía Caram que, con furgonetas cargadas de alimentos han venido al País Valenciano.
La tercera sensación que tengo es la indignación de mi pueblo (y de muchos otros municipios) por la pasividad del Gobierno valenciano, que reaccionó tarde y mal ante estas inundaciones. ¿Cómo es posible tanta descoordinación y tanta negligencia? ¿Cómo es posible que para alertar del desbordamiento del río Magro (cuando ya teníamos el agua en el cuello), alguien de la Generalitat telefoneara a la anterior alcaldesa de Algemesí, que les tuvo que decir que ella ya no era la máxima representante del municipio y que se pusiesen en contacto con el actual alcalde? Que la Generalitat no tiene un registro de los alcaldes del País Valenciano?
¿Cómo es posible que la consellera de Justicia e Interior (como ha reconocido ella misma) y responsable de emergencias, no supiese que existe un sistema de alerta para los móviles ante una situación de riesgo? Una alerta que llegó cuando mucha gente ya tenía más de un metro de agua en sus casas.
¿Cómo es posible que la Generalitat haya sancionado a unas sanitarias en Catarroja (por “saltarse el protocolo”), ya que organizaron, ante la gravedad del momento, un punto de atención a la gente? Por eso la alcaldesa de este municipio ha dicho que no hay protocolo que valga, ante una emergencia como la que se está viviendo en este pueblo de la comarca de l’Horta.
Si el CECOPI se planteó confinar a la población dos horas antes de la alerta, (con lo cual se habría evitado que la gente saliese de sus casas), ¿porqué no se hizo? ¿Porqué no se hizo caso de la alerta de AEMET, que anunció días antes que habrían lluvias intensas, extensas y generalizadas? Por eso la Universidad de València suspendió las clases para el día 29, porque, como anunciaban los meteorólogos en el espacio del tiempo de las televisiones, se nos caía el cielo encima, literalmente.
Son demasiados fallos y una falta de previsión total por parte de los gobernantes valencianos. El agua, evidentemente, no la habrían podido parar. Pero sí que podrían haber avisado a la población con antelación, para que la gente no saliese de casa y no muriese arrastrada por el agua.
Somos muchos los que tenemos las manos, los zapatos y la ropa, sucias de barro. Y los ojos llenos de lágrimas. Pero otros tienen las manos y la conciencia manchadas de sangre por su inacción y su indecisión, cuando el agua, con una fuerza brutal, entraba en nuestros pueblos y en nuestras casas.
Ahora hace falta reconstruir lo que el agua y el barro nos ha robado. Y también hace falta contagiar esperanza y consolar a los corazones doloridos, sobre todo al de los familiares de las más de doscientas víctimas mortales, para así afrontar un futuro que no será nada fácil.
La confianza en el Dios de la vida, que escucha el grito de los que sufren y el hecho de sentirnos siempre acompañados por Él, así como la fuerza que nos da la riada de solidaridad y de fraternidad, nos anima a rehacer lo que el agua y la negligencia de algunos políticos s ha llevado de nuestras casas y de nuestras villas.
Hemos de agradecer las palabras de consuelo del arzobispo Enrique Benavent, que está visitando los pueblos afectados por las inundaciones y de los sacerdotes, religiosas y laicos, que están ayudando a los que más sufren. Por eso, como ha dicho el obispo emérito de Lleida, Joan Piris: “Dios se encuentra en las manos y en los brazos del clero valenciano que saca el barro de las poblaciones afectadas por esta DANA”. Y también en las manos y en los brazos de todos aquellos que, independientemente de si van a misa o no, están, como el buen samaritano, al lado de los que han sufrido (y siguen sufriendo) los efectos devastadores de esta DANA y la ineptitud del gobierno valenciano, paralizado.
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