El buen samaritano Ve y haz tu lo mismo
La actitud de tener los ojos abiertos para que podamos reconocer esta necesidad del otro nos llevará a intentar imitar este buen samaritano que cuidó del pobre y desapareció luego, sin buscar tampoco el agradecimiento de quien había sido maltratado, humillado y abandonado.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
En la conclusión de la parábola del Buen samaritano, Jesús, después de haber señalado los rasgos más esenciales de cada uno de los hombres que en su camino hacia Jerusalén encuentran al hombre herido, invita al maestro de la ley que le había preguntado sobre quien era su prójimo, a que juzgue cuál de ellos ha obrado con verdadera solicitud para con el hombre sufriente, y que “haga lo mismo”.
No es necesario dar más explicaciones acerca de cada uno de los tres viajeros que recorren el camino hacia la ciudad santa, Jesús sabe que cuanto ha dicho es suficiente para que podamos ver cuál es la actitud que debemos tomar.
Nos es fácil reconocer que lo que los demás esperan de nosotros es un cuidado, una atención, una preocupación por su circunstancia especial..., no son necesarias palabras, sino tener listo el aceite y el vino para curar las heridas, estar dispuesto a ofrecer tiempo, fuerza y dinero para que el herido pueda recuperarse.
Sin embargo, no nos es fácil imitar esta actitud de cuidar al otro sin preguntar, sin querer saber el motivo de sus heridas ni la circunstancia de su debilidad. La actitud de tener los ojos abiertos para que podamos reconocer la necesidad del otro nos llevará a intentar imitar al buen samaritano que cuidó del pobre y desapareció luego, sin buscar tampoco el agradecimiento de quien había sido maltratado, humillado y abandonado.