Casaldáliga, verbo conjugado en gerundio Alberto Roselli: "Oír hablar de él era tener la intuitiva certeza de que ese era el camino"
"Vivió su vida sin separar la persona del servidor"
"La vida tiene sentido cuando se la vive –se la va viviendo- en clave de Evangelio"
| Alberto Roselli, diácono y periodista
Soy uno de tantos, de tantísimos, con seguridad lo digo, que venimos cargando con alegría, admiración y muchísima esperanza el legado de alguna vez haber escuchado de un tal Pedro Casaldáliga, obispo en medio de la selva brasilera que vivió su vida amando y sirviendo.
Estoy seguro también que a muchos nos ha pasado que fue oír de él y no poder resistirse a la intuitiva certeza de que “ese es el camino”. Cada vez que ese apellido resonaba, una luz se encendía, florecía una sonrisa leve y optimista. Con el tiempo fue adherir de corazón al ir entendiendo realidades tan suyas como sus francos enfrentamientos con quienes no respetaban la dignidad de los suyos, junto a la belleza mística de sus sonetos o la claridad envidiable de por dónde caminar, expresada en ese documento impreso en partes para no ser saboteado con el que comenzó su tarea de obispo.
Casaldáliga no pasa desapercibido. Creo que porque vivió su vida sin separar la persona del servidor, pero no teológicamente sino entregando su ser español y sacerdote, viviendo en medio de sus hermanos indígenas, trabajando por la dignidad de todos, arriesgando hasta la vida, celebrándola en la Eucaristía que le garantizaba la presencia real del Único que puede cambiar el dolor en gozo, el esfuerzo de la siembra en la certeza de la cosecha, la muerte en vida.
Viviendo. Trabajando. Arriesgando. Celebrando. Así se fue haciendo un Cristo para los suyos, y uno de los suyos para Cristo: en gerundio. Y cada día sabiendo que la vida tiene sentido cuando se la vive –se la va viviendo- en clave de Evangelio. Y cada día sabiendo que eso es vivir la Iglesia: teniendo la certeza de que estaba muy adentro de ella, porque obedecía al Maestro, a la Cabeza misma.
Y junto a la cabeza a miles de miles de miembros que en silencio y juzgados por la mediocridad de quienes adueñados de la doctrina pisotean el Evangelio, se la pasan entregando sus vidas quemándose por el pobre, por el que tiene hambre, el esclavo, el abusado, el preso, el enfermo.
Entonces, los enojos vaticanos y las correspondientes reconvenciones para con Casaldáliga, ¿no significaron que estaba fuera de la Iglesia?
Sabiamente y gracias al Espíritu Santo Casaldáliga entendió que esos no son la Iglesia pensada y entregada por Jesús, sino apenas gerentes perfumados que sin piedad viven de las mieles que les da el decirse Iglesia. En ellos no está Jesús. No están unidos a la Cabeza, Están literalmente descabezados. Nos pasa cada vez que ponemos la energía en cuidar nuestras quintitas.
Jesús está en los más necesitados. Cabeza y cuerpo. Y a ellos nos manda. Jesús está en cada palabra y en cada acción del Papa Francisco, que nos provoca para salir, tocar, sanar, curar. Y saber que necesitamos ser hallados, sanados, tocados, curados.
Cabeza y miembros. Únicos dos ingredientes de la Iglesia. Donde falte uno, faltará ella. Y cabeza y miembros en acción, en gerundio. Tanto la acción interior que renueva la entrega de uno mismo a Dios, como la exterior, que supone encontrar el sentido de la vida en trabajar, siempre trabajar, por la dignidad de todos. Y a esto lo entendió como nadie Pedro Casaldáliga. Como lo entendieron la Madre Teresa, Romero, Rutilio Grande, Angelelli y muchos otros.
Que la Virgen Madre de la Iglesia, San José y el padre Casaldáliga, nos alcancen la gracia de que nuestra vida sea viviendo, nuestro servicio sirviendo, nuestro amor amando. Sólo seremos semejantes a Jesús si nos dejamos conjugar en gerundio. Como se dejó Casaldáliga.