"La idea universalista de la reconciliación o salvación universal " Esperanza en la gran transformación: Desde el principio, llevamos dentro una vocación divina
"Cuanto más reflexionamos y tratamos de entender el misterio de la resurrección, más tenemos que dejar caer los brazos de la razón y admitir que nuestra esperanza es mayor que nuestro conocimiento"
"Para Teresa, el gusano de seda es el ser humano que ha tomado conciencia de su vocación divina y, creciendo en todas las virtudes, establece en su interior una morada amena para Dios"
"Las personas como Teresa ya experimentan aquí la transformación en una nueva existencia; como el gusano de seda, se convierten en una mariposa que vuela libre, con parresía profética y serenidad"
"La muerte, a la que Francisco llama su 'hermana', significa entonces cruzar el último umbral hacia el encuentro con ese Dios que es amor"
"Las personas como Teresa ya experimentan aquí la transformación en una nueva existencia; como el gusano de seda, se convierten en una mariposa que vuela libre, con parresía profética y serenidad"
"La muerte, a la que Francisco llama su 'hermana', significa entonces cruzar el último umbral hacia el encuentro con ese Dios que es amor"
| Mariano Delgado, Decano de la Facultad de Teología de Friburgo
¿Quién no conoce el libro infantil "Alicia en el País de las Maravillas" del autor británico Lewis Carroll, publicado por primera vez en 1865? En él, se habla mucho de la "transformación" y de las dificultades de Alice con ella. Así que le dijo a la oruga: "‘Quizá no lo hayas probado todavía, pero si vas a convertirte en crisálida –tendrás que hacerlo tarde o temprano, como sabes– y luego en mariposa, te sentirás rara, ¿no?’ ‘En absoluto’, dijo la oruga. ‘Probablemente te sientas diferente en la nueva forma de ser’, dijo Alicia ; ‘eso sí que me parecería muy raro.’ ‘A ti’, dijo despectivamente la oruga. ‘¿Quién eres tú?’"
Este diálogo literario puede ser también una buena ocasión para reflexionar sobre la resurrección, la mayor de las transformaciones y el destino del hombre. Cuanto más reflexionamos y tratamos de entender este misterio, más tenemos que dejar caer los brazos de la razón y admitir que nuestra esperanza es mayor que nuestro conocimiento. Nos damos cuenta de que intentamos abarcar más de lo que somos capaces: ¿quiénes somos nosotros para querer comprender este misterio?
Para nuestro anhelo de algo más que este mundo imperfecto, nos quedan entonces las imágenes poéticas con metáforas que se refieren a lo que nos es conocido y familiar: "vida abundante" (Jn 10:10); "unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia" (2 Pe 3:13); una morada junto a Dios que enjugará todas las lágrimas de nuestros ojos "y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido" (Ap 21:4).
Desde el principio, llevamos dentro una vocación divina. Dios ha "creado" nuestras entrañas y nos ha "tejido en el seno materno", como dice el Salmo 139 en la expresión bíblica más poética nuestra filiación divina. Sin embargo, cuando consideramos el curso de la historia con la enfermedad y el sufrimiento, la injusticia y la violencia, la culpa y la muerte, tenemos la tentación de clamar desde lo profundo de nuestro ser: "¿Dónde está ese Dios que dice que nos ama tanto?" Porque el mal en el mundo y en nosotros, e incluso la muerte, no pueden explicarse simplemente como una consecuencia de la libertad humana.
Las viejas respuestas del catecismo han perdido su ingenua plausibilidad. Bajo el impacto de los horrores de la tiranía del nacionalsocialismo, Walter Benjamin llegó incluso a aventurar la audaz idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo cuando éste salga victorioso: "Y este enemigo no ha dejado de vencer".
Esta es la sobria experiencia histórica para muchos, incluso 2000 años después de la resurrección de Jesús, de la que el apóstol Pablo dice que ha hecho que la muerte pierda su victoria y su aguijón (1 Cor 15:55). La historia ha continuado, y la historia de los cristianos, sí, sobre todo la de los cristianos, también está marcada por la codicia y la violencia contra el prójimo, por Mammón y Moloch.
En la historia de la teología, la idea universalista de la reconciliación o salvación universal (Col 1:20), según la cual Dios al final reconcialará "todas las cosas" en, por y para Cristo, ha estado siempre presente, pero a menudo ha sido también oscurecida por una teología eclesiocéntrica que enfatizaba demasiado el papel de la Iglesia como institución administradora de la gracia.
El Concilio Vaticano II se esforzó por volver a dirigir la mirada con claridad hacia el universalismo de la salvación, como hicieron siempre los verdaderos grandes teólogos y místicos. Por ejemplo, en la constitución "Gaudium et Spes" (n. 22) habla de la esperanza de los cristianos fundada en la resurrección de Jesús, que nos ayuda "a luchar contra el mal a través de muchas tentaciones y también a soportar la muerte".
Se dice allí que esta esperanza "vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual".
"En la forma de sólo Dios conocida": ¿Quiénes somos nosotros para querer indagar en el misterio entre Dios y cada ser humano o para poner límites al universalismo de la salvación del Dios que ya nos veía y amaba, cuando nuestro ser era "aún informe" (Sal 139:16)? Veamos más bien el ejemplo de los cristianos que han experimentado ya aquí la "transformación" mediante el fuego purificador de Cristo, una forma de resurrección en medio de la vida.
Uno de ellos fue el apóstol Pablo, que una y otra vez intentó comunicarnos esa transformación, en declaraciones paradójicas que prefiguran algo de la vocación divina de todos nosotros: " Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí" (Gál 2:20). O bien: "el que se une al Señor es un espíritu con él" (1 Cor 6:17). O bien: "Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios …Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios" (Col 3:1-3).
En un lenguaje diferente y al mismo tiempo similar, Teresa de Jesús expresó su propia experiencia de transformación (¡cada experiencia de conformación con Cristo es única!). Trescientos años antes de "Alicia en el País de las Maravillas", nuestra "santa andariega" por los caminos de Castilla también se maravillaba de la transformación de los gusanos de seda: "y allí con las boquillas van de sí mismos hilando la seda y hacen unos capuchillos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capucho una mariposica blanca, muy graciosa. Mas si esto no se viese, sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer?" (5M 2,2).
Para Teresa, el gusano de seda es el ser humano que ha tomado conciencia de su vocación divina y, creciendo en todas las virtudes, establece en su interior una morada amena para Dios (Jn 4:23), para ese Dios que nos ha "tejido en el seno materno" y se nos ha mostrado en Cristo: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14:9).
Las personas como Teresa ya experimentan aquí la transformación en una nueva existencia; como el gusano de seda, se convierten en una mariposa que vuela libre, con parresía profética y serenidad. Experimentan la resurrección en medio de la vida y saben que ya están junto a Dios, confortados en toda adversidad, pase lo que pase: "Porque en él vivimos, nos movemos y somos … ‘somos extirpe suya’" (Hechos 17:28). Saben que "tarde o temprano" morirán, pero para ellos la muerte ha perdido realmente su aguijón.
La muerte, a la que Francisco llama su "hermana", significa entonces cruzar el último umbral hacia el encuentro con ese Dios que es amor (1 Jn 4:8) y que, incluso más allá de la muerte, no dejará de cortejarnos hasta que, a través de la purificación que todos necesitaremos, disfrutemos con él de la prometida "vida abundante" (Jn 10:10); aunque pueda "parecernos muy raro" de tejas abajo, como a Alicia la transformación de la oruga en mariposa.
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