"Tu hija tiene razón. Tu muerte podrá cambiar el mundo" Frei Betto: "Gracias, George"
Desde aquí en Brasil, al sur del mundo, donde tiene lugar un genocidio por la negligencia del gobierno frente a la pandemia del Covid-19, le agradezco a Dios por el don de tu vida. Tu sacrificio no fue en vano
Ahora, George, tu dolor da valor. Las calles del mundo se ven inundadas por protestas que nos inducen a ser intolerantes con los intolerantes
Te agradezco, George, porque tu sacrificio obliga a los gobiernos a insistir menos en el aparato policial y más en políticas sociales
Quiera Dios que ninguna otra rodilla se doble sobre el cuello de un negro, un indígena, un refugiado o un excluido
Te agradezco, George, porque tu sacrificio obliga a los gobiernos a insistir menos en el aparato policial y más en políticas sociales
Quiera Dios que ninguna otra rodilla se doble sobre el cuello de un negro, un indígena, un refugiado o un excluido
Aprendí con el cristianismo, querido George Floyd, que la sangre derramada por los mártires riega la tierra y produce frutos en abundancia. Desde aquí en Brasil, al sur del mundo, donde tiene lugar un genocidio por la negligencia del gobierno frente a la pandemia del Covid-19, le agradezco a Dios por el don de tu vida. Tu sacrificio no fue en vano.
Como declaró Gianna, tu hija de 8 años, “mi papá cambió de mundo”. Golpeado, te levantaste; humillado, te engrandeciste; asesinado, vives para siempre en la memoria de todos nosotros, que gritamos indignados “basta” de racismo.
Antes que tú, millones de mujeres y hombres negros fueron esclavizados, violentados, colonizados y segregados, considerados seres despreciables, inferiores, abyectos. Ni la sangre de Zumbi dos Palmares y de Martin Luther King, cruelmente asesinados como tú, fue suficiente para callar a los racistas, reducir la extrema violencia de la policía usamericana y convencer a familias, escuelas y gobiernos de que adoptaran pedagogías eficaces contra el prejuicio y la discriminación.
Ahora, George, tu dolor da valor. Las calles del mundo se ven inundadas por protestas que nos inducen a ser intolerantes con los intolerantes. Clamar en público por derechos y respeto es más importante que mantener el aislamiento social para preservar vidas. Bien dijo Jesús que “todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida a causa de mí, la hallará” (Mateo 12,25).
Hasta en nuestros parlamentos, George, los políticos se arrodillan como señal de protesta y guardan 8,56 minutos de silencio en reverencia a tu memoria. Quiera Dios que ninguna otra rodilla se doble sobre el cuello de un negro, un indígena, un refugiado o un excluido.
Te agradezco, George, porque tu sacrificio obliga a los gobiernos a insistir menos en el aparato policial y más en políticas sociales. Ahora las academias de policía comienzan a revisar sus currículos para introducir clases de ética, de derechos humanos, de abordaje respetuoso de los sospechosos.
Tú no escogiste ser pobre y hacer milagros para sobrevivir. Nadie lo escoge. Fuiste empobrecido por el sistema que transforma derechos universales como la salud y la educación en mercancías al alcance solo de quien puede pagarlas. Los demás quedan sujetos a una vida precaria. Muchos, sin estudios, acaban en las cárceles; o por falta de acceso a servicios de salud, se ven precozmente condenados al cementerio, como ocurre ahora con la pandemia.
Tu hija tiene razón. Tu muerte podrá cambiar el mundo. Pero no tanto como querríamos. Seguirán existiendo supremacistas blancos, racistas empecinados y hasta negros que hacen una apología de la esclavitud y odian los movimientos negros, calificados de “escoria maldita” por Sérgio Camargo, indigno presidente de la Fundación Palmares, principal institución brasileña de preservación de la negritud.
Ahora, George, gracias a ti, esa gente sabe que, como canta Chico Buarque, “¡por favor, deja en paz mi corazón / que es un vaso hasta aquí de heridas / y cualquier agravio / no lo haga / puede ser la gota de agua”.
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