"La revolución de ir a las raíces" Francisco, el papa que tomó en serio la reforma de la Iglesia
"El 13 de marzo se cumple un nuevo aniversario de la elección de Francisco como obispo de Roma. Al igual que Juan XXIII, también Francisco contaba 77 años cuando fue elegido"
"De Juan XXIII se decía, en 'círculos romanos', que había sido elegido 'un papa de transición', sin sospechar los cambios profundos que introduciría en la vida de la Iglesia en tan solo cinco años"
"Francisco asumió con una agenda 'bastante consensuada' dentro del colegio de cardenales, específicamente en lo tocante a reforma de la curia romana, tarea 'pedida por el Concilio', aunque marginada en los 27 años de pontificado de Juan Pablo II y los 8 de Benedicto XVI"
"Francisco, a diferencia de sus antecesores, no estuvo en el Concilio. Tal vez, esto le dio distancia para medir su recepción y llevar adelante su orientación más profunda, sin enredarse en cuestiones de interpretación"
"Francisco asumió con una agenda 'bastante consensuada' dentro del colegio de cardenales, específicamente en lo tocante a reforma de la curia romana, tarea 'pedida por el Concilio', aunque marginada en los 27 años de pontificado de Juan Pablo II y los 8 de Benedicto XVI"
"Francisco, a diferencia de sus antecesores, no estuvo en el Concilio. Tal vez, esto le dio distancia para medir su recepción y llevar adelante su orientación más profunda, sin enredarse en cuestiones de interpretación"
El 13 de marzo se cumple un nuevo aniversario de la elección de Francisco como obispo de Roma. Al igual que Juan XXIII -que convocó el Concilio para una reforma de la Iglesia y para la unidad de los cristianos-, también Francisco contaba 77 años cuando fue elegido.
De Juan XXIII se decía en “círculos romanos”, que había sido elegido “un papa de transición”, sin sospechar los cambios profundos que introduciría en la vida de la Iglesia en tan solo cinco años. Francisco asumió con una agenda “bastante consensuada” dentro del colegio de cardenales, específicamente en lo tocante a reforma de la curia romana, tarea “pedida por el Concilio”, aunque marginada en los 27 años de pontificado de Juan Pablo II y los 8 de Benedicto XVI.
Ya el cardenal Franz König, arzobispo emérito de Viena, escribiendo en1999, casi treinta y cinco años después del Concilio, subrayó la urgencia de hacer algo a propósito de la centralización extrema que era característica de la Iglesia hasta ese momento. Y decía rotundamente: “Ahora bien, en realidad, “de facto” y no “de iure”, intencionadamente y no intencionadamente, las autoridades de la Curia, trabajando conjuntamente con el papa, se han apropiado de las tareas del colegio episcopal. Ellos son ahora los que desempeñan la mayoría de esas tareas” (Cardenal Franz König, “My Vision for the Church of the future”, The Tablet [27/3/1999], p. 434).
También los obispos de Nueva Zelanda, dirigiéndose al papa Juan Pablo II en una reunión celebrada en Roma, habían expresado algo muy parecido a lo afirmado por König: “Dentro de la familia de la Iglesia católica misma, los Dicasterios romanos dan a veces normas que se entrometen en el terreno del ministerio de los obispos, con escasa o nula consulta del episcopado como tal. Esto parece inconsecuencia”, (Peter James Cullinate, “A Time to speak out”, The Tablet, [22, november, 1998].
La revolución de ir a las raíces
Al hablar de reforma de la curia y de la Iglesia, pensamos en cambios significativos y eficaces que actuaran lo querido y celebrado en el Vaticano II. Francisco a diferencia de sus antecesores no estuvo en el Concilio. Tal vez, esto le dio distancia para medir su recepción y llevar adelante su orientación más profunda, sin enredarse en cuestiones de interpretación. De hecho, en su magisterio cita muy poco los documentos conciliares, aunque la dinámica de sus gestos y actos de gobierno se hayan en plena sintonía con la letra y el espíritu del acontecimiento eclesial más importante del siglo XX.
Francisco llegó a la catedra de Pedro “encarnando” rasgos del “rostro latinoamericano y caribeño de la Iglesia”, dimensiones esenciales para comprender muchos de sus pasos concretos de reforma. Puede decirse que la dinámica de la conversión misionera impulsada desde la periferia latinoamericana, hace una aportación sustancial a la reforma de la Iglesia. Esto confirma lo dicho proféticamente por Yves Congar en 1950, cuando señalaba que “las reformas provienen siempre de las periferias” (Y. Congar, “Vrai et fausse réforme dans l’Église, Paris, Cerf, 1950, p. 277).
En Evangelii gaudium, Francisco invita a esta reforma desde “la eterna novedad del Evangelio” (EG 11), en línea con el Concilio que presentó la conversión eclesial como la apertura a una permanente reforma en fidelidad a Jesucristo (EG 26; UR 6). A un año de su elección expresó: “para mí, la gran revolución es ir a las raíces de la Iglesia, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir al día de hoy”, (Cf. H. Cymerman, “Entrevista al papa Francisco”, L’Osservatore Romano 20/6/2014, p. 6).
Esta revolución de ir a las raíces, supone para la Iglesia no dejar de asombrarse por “la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios” (Rm 11,33). San Juan de la Cruz en un lenguaje místico -terreno donde hunde siempre sus raíces lo pastoral- supo expresar así la reforma que la Iglesia llevó adelante después de Trento: “esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro”, (Cántico Espiritual 36,10).
La voluntad reformista y renovadora del papa Francisco, se puso de manifiesto desde el primer encuentro con la prensa cuando explicó los motivos que le habían llevado a la elección del nombre “Francisco” y añadió: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Según esto, el nombre “Francisco” simboliza el programa de una Iglesia pobre para los pobres (Cf. Walter Kasper, “Papa Francesco. La rivoluzione della tenerezza e dell’amore”, Brescia, Queriniana, 2015, p. 95).
Si se repasa la historia de la Iglesia, se comprende que el papado desde la reforma gregoriana se había desarrollado bajo formas estereotipadas que no expresaron correctamente el modelo de ministerio de Pedro, que desde las raíces del evangelio conocieron las primitivas comunidades cristianas y los tres primeros siglos de la Iglesia (R.E. Brown – K.P. Donfried – J. Reumann (dirs.), “Pietro nel Nuovo Testamento. Un’indagine ricognitiva fatta in collaborazione da studiosi protestante e cattolici”, Roma, Borla, 1998; Klaus, Schtaz, “El primado del papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, Santander, Sal Terrae, 1996). Basta leer la carta de San Bernardo al papa Eugenio en el siglo XI o las denuncias de Antonio Rosmini en el siglo XIX en las “Cinco llagas de la Iglesia”, para darse cuenta de las deformaciones que sufrió este ministerio a lo largo del tiempo (C.M. Martini, “Un vescovo rilegge il libro, Delle cinque piague della Santa Chiesa”; en “Lettere, discorsi e interventi”, Bologna, EDB, 1997, pp. 659-670).
El nombre 'Francisco'
El nombre “Francisco”, estuvo acompañado de una multitud de gestos que acreditaba querer “despedirse” definitivamente de la era Constantiniana: despojo del “ajuar papal”, abandono del “palacio apostólico y séquito” para convivir con otros empleados en Santa Marta, renuncia el 29 de junio de 2013 (Solemnidad de Pedro y Pablo) al concierto “en honor” del “pontífice”, renuncia a pasar sus vacaciones en Castel Gandolfo, salidas espontáneas del Vaticano para pagar su cuenta de Hotel previo al conclave, o comprar él mismo sus propias “gafas”, renuncia a coches de alta gama para trasladarse en Roma, son algunas de las “desiciones” que introdujo en su propia vida cotidiana.
Por la magnitud del gesto, “dejar el palacio e ir a vivir en Santa Marta”, conviene recordar las palabras del teólogo benedictino Ghislain Lafont: “El palacio del Vaticano está ligado a una historia del papado y a una idea del papado, aquella de la cual algunos pontífices, desde Inocencio III (†1216) a Pío XII († 1958), han sido la exacta ilustración. Eligiendo no habitar en aquel lugar, Francisco tomaba espontáneamente distancia de una historia y de una idea: no sería más un “soberano pontífice”. En Santa Marta no existe todavía un “genius loci” (genio del lugar). Todo es nuevo, por lo tanto todo es posible, pero con discernimiento. No está lejos de la residencia de los papas precedentes, de su oración, de su actividad, de sus desiciones de gobierno. Ruptura sí, pero en continuidad” (G. Lafont, “Petit essai sur le temps du pape François, Paris, Cerf, 2017, pp. 16-17).
Es imposible no valorar el significado de estos gestos, sin intentar descubrir que su alcance no debería quedar ligado a la figura de Francisco, sino que han de pasar a configurar “definitivamente” una forma más evangélica del estilo y ejercicio del ministerio de Pedro (Cf. Juan Pablo II, “Ut unum sint”, n° 95); Francisco, “Evangelii gaudium”, n° 32).
"En un lenguaje inusitadamente directo, claro y metafórico, Francisco hacía abrir los oídos"
De los “gestos personales”, Francisco ha dado un paso firme hacia la reforma de la curia en el gran discurso que pronunció con motivo de la audiencia de Navidad a la curia romana el 22 de diciembre de 2014. Francisco analizó de manera precisa los factores “extracientíficos”, o para ser más exactos, “morales”, que resultan necesarios para un cambio de paradigma de la curia romana. Este discurso ha sido criticado a menudo. Sin embargo, el papa lejos de dar una “filípica” y vehemente diatriba, presentó a la curia un “modelo” de Iglesia, como “cuerpo de Cristo”, “pueblo de Dios” y en “servicio sinodal”. Le señaló el horizonte de acción, que es la diaconía genuinamente evangélica en el Espíritu de Jesús, y le recordó un “catálogo” de males siguiendo a los Padres del desierto. En un lenguaje inusitadamente directo, claro y metafórico, Francisco hacía abrir los oídos.
“Existe el mal de la ‘petrificación’ mental y espiritual, de los que, a lo largo del camino, pierden la serenidad interior, la vivacidad y la audacia, y se esconden detrás de los papeles, convirtiéndose en ‘máquinas de legajos’[…] El mal de la rivalidad y la vanagloria. Cuando la apariencia, el color de los atuendos y las insignias de honor se convierten en el objetivo principal de la vida, […] Es la enfermedad que nos lleva a ser hombres y mujeres falsos, y a vivir un falso ‘misticismo’ y un falso ‘quietismo’,[…] El mal de la cháchara, de la murmuración y del cotilleo. Es una enfermedad grave, que tal vez comienza simplemente por charlar, pero luego se va apoderando de la persona hasta convertirla en ‘sembradora de cizaña’ (como Satanás), y muchas veces en ‘homicida a sangre fría de la fama de sus propios colegas y hermanos. Es la enfermedad de los cobardes, que, no teniendo valor para hablar directamente, hablan a sus espaldas, […] El mal de la ganancia mundana y del exhibicionismo, cuando el apóstol transforma su servicio en poder, y su poder en mercancía para obtener beneficios mundanos o más poder. Es la enfermedad de las personas que buscan insaciablemente multiplicar poderes y, para ello, son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los otros” [Discurso].
Son intrépidas palabras de veracidad dirigidas a la propia curia e indirectamente a toda la jerarquía católica, palabras que hasta ahora ningún papa se había atrevido a pronunciar. Está claro que es necesario que los obispos, y más aún el obispo de Roma, posean una organización cualificada de auxiliares que les ayude en el gobierno de los diferentes ámbitos: gobierno, doctrinal, litúrgico, economía, misiones, clero, vida religiosa, ecumenismo, etc. Pero existe el riesgo de que la curia, concretamente la curia vaticana, se constituya en una autoridad superior al colegio episcopal y en una especie de muralla infranqueable entre los obispos y el papa.
Volver a soñar con una reforma
Con Francisco, fue posible volver a soñar con una reforma de la curia, tanto moral como económica. Con una curia, donde no se confiera el episcopado como honor y premio, como sucedió comunmente durante los dos pontificados anteriores: los nombres de Stanislaw Dziwisz, Piero Marini, Georg Gäswein y Guido Marini, secretarios y maestros de ceremonias pontificias de Juan Pablo II y Benedicto XVI, son buenos exponentes de los muchos “abusos” cometidos en este campo.
Es posible soñar con una curia internacional, con creciente presencia de las mujeres en los “clericales y machistas” dicasterios romanos. Soñar con una curia romana, donde los servidores no se eternicen en los cargos, sino que deban volver a su iglesias locales de origen. En esto, Francisco demostró tomar en serio la reforma y las reformas queridas por el Vaticano II.
Es lamentable que hayan sido los escándalos de abusos sexuales en la Iglesia, y los escándalos financieros, los que “detonaran” cambios de 180 grados. En lo primero, basta mencionar algunos ejemplos con repercución mundial: el “final” de décadas de “encubrimientos”, con la destitución del ministerio sacerdotal de Marcial Maciel (México), Karadima (Chile), y el cardenal McCarrick (EE.UU); en lo segundo, la quita de la administración económica a la Secretaría del Estado Vaticano y el paso a la Secretaría de Asuntos Económicos (Francisco, “Praedicate Evangelium”, VII, art. 212).
"El hecho que durante once años de pontificado, ningún teólogo o teóloga haya sido notificado, silenciado o expulsado de su cátedra, contrasta con la 'persecución' que debieron sufrir más de un centenar en décadas anteriores, donde no se respetaban derechos humanos elementales, se mantenía una metodología y procedimientos premodernos, que son hoy día insostenibles social y menos aún, eclesialmente"
En lo tocante al papel de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Francisco mostró también desde el inicio un cambio radical. El hecho que durante once años de pontificado, ningún teólogo o teóloga haya sido notificado, silenciado o expulsado de su cátedra, contrasta con la “persecución”que debieron sufrir más de un centenar en décadas anteriores, donde no se respetaban derechos humanos elementales, se mantenía una metodología y procedimientos premodernos, que son hoy día insostenibles social y menos aún, eclesialmente.
En la carta “personal”, con intención de que sea “conocida” por el mundo, que Francisco envió al cardenal Víctor Manuel Fernández en su nombramiento como prefecto de la CDF, lo dice con claridad: “El Dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teólogico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente” [La Nación].
Sería absurdo pensar que Francisco se refiere solamente a la “Inquisición Romana”, o a la “Congregación del Santo Oficio” que en 1616 condenó a Galileo como hereje, o que en tiempos de Pío XII y la “Humani generis” persiguió a los teólogos que “hicieron” luego la teología del Vaticano II (De Lubac, Chenu, Congar, Häring y otros). El mismo Yves Congar, acaso el eclesiólogo más importante del siglo XX, refiere que esta Congregación encarnaba un sistema “sordo y ciego” de control policial a la manera de una “Gestapo eclesial”, “prohíbe hablar a todo el que dice aquello que no se ajusta a las estrecheces y a las exageraciones romanas” (Cf. Y. Congar, “Diario de un Teólogo (1946-1956), Madrid, Trotta, 2004, pp. 222, 210).
Aún veinte años después del Vaticano II, pueden recogerse testimonios que delatan un “modus operandi” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que refleja involución más que avances. Como cuando Bernard Häring, uno de los más importantes teólogos de la renovación de la teología moral durante el Concilio, participante activo durante el mismo y “perseguido” una vez finalizado, acompañó en 1986 a la “audiencia” en el Palacio del Santo Oficio al teólogo Charles Curran, privado de la cátedra de teología moral en la Universidad Católica de Washington, y recibe del cardenal Ratzinger, esta advertencia: “Sepa que la decisión sobre este caso ya está tomada y no la cambiará esta reunión”, (Bernard Häring, “Mi experiencia con la Iglesia”, Madrid, Cavarrubias, 1990, pp. 72-73). Ejemplo de “implacable” incapacidad de diálogo teológico, tal como lo habría de denunciar en 1989 la “Declaración de Colonia” en la que suscribieron 485 teólogos y teólogas, que alcanzaron en un mes a 16000 adherentes en todo el mundo (Cf. Joaquín Perea, José I. González Faus, Andrés Torres Quieruga, Javier Vitoria, “Clamor contra el gueto. Textos sobre la crisis de la Iglesia”, Madrid, Trotta, 2012, p. 99).
Primavera
Con Francisco se salió del “invierno eclesial”. Hemos podido ver después de la última reforma tridentina, como la Congregación para la Doctrina de la Fe dejaba de ocupar el “primer lugar” entre los dicasterios, siendo ahora precedida por el Dicasterio para la Evangelización. La razón es teológica, lo primero en la Iglesia es el “anuncio del Evangelio”, no la “custodia de la doctrina” (Francisco, “Praedicate Evangelium”, art. 53).
Durante la conmemoración del 50° aniversario del Sínodo de los obispos en 2015, Francisco ha definido la Iglesia sinodal como “una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar, es más que oír. Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender, Pueblo fiel, colegio episcopal, obispo de Roma, uno en escucha de los otros, y todos en escucha del Espíritu Santo”. En la visión de Francisco, el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio.
Esta actitud de la escucha recíproca no siempre es cómoda, puede generar sorpresas y cambios: “Si la Iglesia está viva, siempre debe sersorpresa. Una Iglesia que no tenga la capacidad de sorprender es una Iglesia débil, enferma y muriente, y debe ser llevada cuanto antes a la sala de reanimación”, (Austen Ivereigh, “El gran Reformador. Francisco, retrato de un papa radical”, Buenos Aires, EB, 2015, p. 524).
Puesto que en este camino sinodal de reforma, la “conversión del papado” ocupa un lugar esencial para servir a la unidad de la Iglesia y de las iglesias, y que como expresa Francisco, “hemos avanzado poco” (EG 32), es posible soñar para que en un futuro, el obispo de Roma, deje de ser Jefe del Estado Vaticano, el cual, por pequeño que sea, se alinea con otros Estados y sigue fomentando una imagen de Iglesia de poder, más davídica que nazarena. Conocemos bien, todos los condicionamientos históricos del pasado y las tensiones existentes con motivo de la unificación de Italia que condujeron al Pacto de Letrán, pero soñamos con que desaparezca toda la parafernalia en torno al papa (honores de Jefe de Estado en sus viajes, himno y bandera del Estado Vaticano, Guardia Suiza…) y que el papa no tenga más protección que el primado de la Iglesia anglicana, o el patriarca de Constantinopla o de Moscú.
Con Francisco y un futuro sucesor “en este rumbo auténticamente evangélico”, es posible el sueño utópico del obispo, poeta y profeta Pedro Casaldáliga: “Deja la curia, Pedro, desmantela el sinedrio y la muralla, ordena que se cambien las filacterias impecables por palabras de vida temblorosas”, (P. Casaldaliga, ‘Deja la curia Pedro’, en “El Tiempo y la espera”, Santander, Sal Terrar, 1986, pp. 48-49).
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