San Pablo hubiese sido fan de la sinodalidad

Estamos en el mes del sínodo de la sinodalidad que tanto ha dado que hablar… y callar, más de la cuenta. El recorrido hasta aquí ha sido largo y con una inusual implicación del Papa Francisco en las diferentes etapas hasta llegar a este momento final. Mejor dicho,  estamos en el momento inicial ya que todo lo anterior ha sido la preparación para llegar a esta culminación que esperamos ponga las bases del recorrido que nos espera como Iglesia en adelante; con otro talante y actitud.

La Iglesia sinodal nos llama a un cambio profundo como institución, pero, sobre todo, a un cambio personal. Esto lo dice el Papa una y otra vez, y Cristina Inogés (teóloga laica y miembro de la Asamblea de este Sínodo 2021-2024) lo recalca en la primera frase de su último trabajo en Cristianisme i Justicia (cuaderno 238). Las personas y nuestras actitudes son el eje central, tal como lo fue en los primeros tiempos de los seguidores de Jesús cuando trabajaban duro por difundir la Buena Noticia con la palabra y los hechos.

El marco actual no es tan desabrido como entonces, pero Inogés recuerda que la Iglesia nació en un contexto de conflicto y persecución en donde fue creciendo entre divisiones y tensiones, entre avances y retrocesos. Que se lo digan a Pablo, que trató de vivir y compartir su experiencia evangelizando a la manera de Jesús de manera muy comprometida, aunque menos rígida que una religión. Esto le ocasionó graves disgustos a Pablo porque él primaba anunciar la Buena Noticia como tal, sin despreciar la Ley, pero sin otorgarle la primacía institucional sobre aquella. Los atenienses le ven muy espiritualista y lejano (un dios de madre humana que es denigrado en una cruz y resucita porque él es el Salvador…), y los judíos se enfadan en Corinto porque Pablo les hace la competencia.

Le difaman porque resulta poco convencional al centrarse en vivir el Mensaje por encima de la institucionalización del movimiento que se va formando; esto es importante, pero no lo esencial. Se rodea de mujeres de todo tipo, incluidas algunas inteligentes y de buena posición que incluso le financian alguno de sus viajes; ellas ceden sus casas para las reuniones de las incipientes comunidades. De tú a tú, sin diferencias entre mujeres y hombres. Pablo llama a Febe diakonos; a Pricia le menta por delante de su marido. A Junia, “apóstol de apóstoles”, aunque más tarde pasa a llamarse Junias, en masculino… (¿Quién lo hizo, por qué?).

En las pocas “cartas de Pablo” escritas por sus seguidores, no por él, es cuando aparecen signos de que se relega a las mujeres. Y después de Pablo, se las coloca de nuevo bajo la tutela masculina por influencias helenistas. Pablo entendió que el Mensaje cristiano (amar a todos siempre) era lo esencial, y quizá, la incipiente iglesia cristiana de Jerusalén con Santiago al frente, no lo veía como Pablo… Suena muy actual.

Claro que la Ley es importante, pero el aferrarse a ella como signo y esencia, a la vez, descentra la enseñanza de Cristo. Ocurrió con el Templo de Jerusalén y la deriva esencialista que vivió Jesús. Todavía estamos dando vueltas a si Jesús fundó la Iglesia, o le encomendó a Pedro hacerlo. Lo esencial es el estilo de vida, pues Jesús no nos dejó una estructura de Iglesia diseñada. En esto Pablo lo vio mejor que otros, y además lo hizo ejemplarmente, pues no dejó de trabajar mientras predicaba entendiendo el servicio de una manera radical.

Su testimonio tuvo que ser alucinante para el siglo I: Dios salva a quienes se tomen en serio amar, no a quienes escuchan palabras sabias, sino palabras “locas”. Y si buscas la sabiduría de otra manera te extravías. Que la esencia de todo está en ese Crucificado, escándalo para los judíos, y locura para los intelectuales. Que lo débil ha sido escogido para fortalecer, y lo herido, para sanar…

La fe hay que vivirla con autenticidad, aceptando las diferencias y las fricciones, porque si no nos escuchamos y aceptamos, es imposible vivir la comunidad eclesial que tanto defendemos, pero que tan mediocremente vivimos por la actitud poco predispuesta al cambio personal para lograr el cambio comunitario, que es a lo que el Papa nos alienta ahora para que el camino abierto sea fructífero. En el centro solo está Cristo (y quien dice Cristo, dice el prójimo); no los párrocos, los obispos ni tan siquiera el Papa. Mucho menos la estructura eclesial o los rituales, signos de lo verdaderamente esencial.

Bienvenido, Sínodo de comunión transformadora, donde la lógica del servicio acabe con la lógica del poder y todos y todas puedan sentirse acogido en la Iglesia, comunidad y casa de amor fraterno.

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