Ejemplos de resistencia, dignidad y esperanza Las mujeres santas, una presencia divina
En todos los casos que trato de acoger hay un gusto a derrota que siempre me incomoda pero que no cuestiono porque pienso que ya es suficiente con las imposiciones que sufren de otras manos. Su derrota es casi siempre clandestina; no pueden decir públicamente que su hombre la maltrata, que su jefe la explota o se aprovecha de ella, que la familia la minusvalora y la desprecia.
Aún con todo, estas mismas mujeres son las que mantienen con su vida, la vida en pie de milagro: la casa, los hijos, las cocinas, los supermercados y las oficinas, las ferias, las iglesias, las trastiendas, los negocios y las escuelas, todas las comidas y calores que alimentan y recrean.
Me sobra decir que los encuentros respirados en este tiempo son buena noticia, aún con todo, misteriosa y también dolorosa por cierto, pero buena noticia al fin, eso de que Dios me entregue su presencia de mujer sufriente y me enseñe a padecer por amor.
Las preguntas sin respuesta quedaron ahí sin más urgencia. Volverán seguro a rebotar un día golpeando mi conciencia pero ya estoy más atento para darles la batalla porque descubro que la fuerza está en cada mujer, en cada niño, en cada joven, en la vida que sostienen y en su terca esperanza frente al dolor y la muerte.
Me sobra decir que los encuentros respirados en este tiempo son buena noticia, aún con todo, misteriosa y también dolorosa por cierto, pero buena noticia al fin, eso de que Dios me entregue su presencia de mujer sufriente y me enseñe a padecer por amor.
Las preguntas sin respuesta quedaron ahí sin más urgencia. Volverán seguro a rebotar un día golpeando mi conciencia pero ya estoy más atento para darles la batalla porque descubro que la fuerza está en cada mujer, en cada niño, en cada joven, en la vida que sostienen y en su terca esperanza frente al dolor y la muerte.
| Jesús Herrero Estefanía
No sé cuál es el motivo. El caso es que las experiencias se van acumulando y van dejando un poso que en estos momentos puedo ya distinguir y pronunciar: Dios se me hace mujer en estos días.
Se vienen sucediendo encuentros que alimentan esta certeza porque lo que veo, lo que voy entendiendo, lo que sufro y experimento, son entrañas heridas en cada mujer que se va descubriendo ante mi corazón:
Un hijo no deseado, un intento de suicidio, un aborto clandestino, un hombre que golpea, un trabajo mal pagado, un abuso y un engaño, una violación de años, un abandono para siempre, una botella que interrumpe soledades, una plata por venderse, una herida que no cesa y una entraña que no sana, un psiquiatra que adormece y que retrasa, unos hijos que no entienden y no crecen, una madre que visita desde la tumba reclamando y hostigando, una máscara y un vestido prestados, una casa vacía, unas calles azules y húmedas que conversan y refugian cada noche, niñas sin padres, hambres y fríos, soledades, menosprecios, insultos y miedos...sobre todo el miedo.
En todos los casos que trato de acoger hay un gusto a derrota que siempre me incomoda pero que no cuestiono porque pienso que ya es suficiente con las imposiciones que sufren de otras manos. Su derrota es casi siempre clandestina; no pueden decir públicamente que su hombre la maltrata, que su jefe la explota o se aprovecha de ella, que la familia la minusvalora y la desprecia. Quisiera desnudar entera la ciudad y levantar paredes y colocar parlantes en todas las poblaciones para que todos vean y escuchen con claridad esos rituales de injusticias, sometimientos y violencias cotidianos.
Llueve ahora con esa fuerza y persistencia de los inviernos del sur. Esta lluvia también es violenta y de tanto desprenderse se ha vuelto nuestra: ya no hay sur sin lluvia ni mujer sin violencia.
Aún con todo, estas mismas mujeres son las que mantienen con su vida, la vida en pie de milagro: la casa, los hijos, las cocinas, los supermercados y las oficinas, las ferias, las iglesias, las trastiendas, los negocios y las escuelas, todas las comidas y calores que alimentan y recrean. Me cuestiona su paciencia, me subleva su silencio, pero admiro el pan que van haciendo y ese amor que van mostrando a quienes no son quiénes para merecerlo.
De dónde nace toda esa fuerza, cómo es posible que sigan alimentando la mano que las golpea, por qué limpian y construyen y amasan esos escenarios del odio. Limpian y ordenan y no pueden sacar sus fantasmas. Estoy cierto que hay un alma de mujer en este pueblo y que es un alma herida.
Aquí caminamos permanentemente en los límites de la tierra y de lo humano, algunos dicen incluso que Chile es palabra para decir: "donde la tierra termina".
Para muchas de ellas quedarán las ausencias como lo único presente y palpable, quedarán con los hijos del miedo, quedarán, tal vez, deambulando de error en error, exponiendo su corazón al desamparo. Quedarán huérfanas de calor y amistad hasta que el diablo de la locura o la resignación las entierre.
Me sobra decir que los encuentros respirados en este tiempo son buena noticia, aún con todo, misteriosa y también dolorosa por cierto, pero buena noticia al fin, eso de que Dios me entregue su presencia de mujer sufriente y me enseñe a padecer por amor. Y viendo moverse esas manos atrapando el vacío y compruebo que el amor es la razón última de la vida, por eso el desamor es su mayor infierno.
Me siento ahora más realistamente amado por Dios después de luchas y percibo que me rehace amamantándome de consuelo y de esperanza. Con esa gratuita paz de anocheceres, después de la lenta agonía de la tarde, la luna se ha presentado con presagios de otra vida y las mujeres tiernas y doloridas, volcanes apaciguados por el llanto, me han mostrado esa trastienda de la vida dispuesta solo para humanos:
Recuerdo que de su mano bajé al fondo de sus miserias, tuve presentimientos sudorosos y hasta a veces, me quebraron los tímpanos del alma... pero también aprendí a hacer del silencio un buen ungüento, a permanecer sintiendo hasta entrañar el corazón en la mirada, en el respeto y sospeché a Dios mismo en cada pliegue de sus lamentos.
Acogí sin más y hasta lo impropio y todo eso se ha hecho ya vivencia imborrable. Si no fuera por esas renovaciones misteriosas que el buen Dios de la Vida aproxima en cada Luna, tal vez mis hermanas y yo mismo, hubiéramos sucumbido ya ante aquel miedo.
Hoy recibo una flor y unos pancitos y descubro en ellos la luz de la mañana.
No me queda mucho que decir, tal vez que, solo una presencia y un silencio bastan para acercar un poco de futuro a tanto pasado amargo y a estos presentes muertos con tal que no te engañe tu propio miedo.
Las preguntas sin respuesta quedaron ahí sin más urgencia. Volverán seguro a rebotar un día golpeando mi conciencia pero ya estoy más atento para darles la batalla porque descubro que la fuerza está en cada mujer, en cada niño, en cada joven, en la vida que sostienen y en su terca esperanza frente al dolor y la muerte.
Mi tarea ahora se encamina más por esta senda de un servicio de frontera, ministerio del silencio, la escucha y la presencia... Porque Dios me ayudó a crecer en este Pueblo y en sus mujeres y a creer que El mismo se hace mujer en estos días...