El tiempo de vacaciones es un espacio familiar de gran importancia, porque se dispone de más oportunidades para una relación personal relajada y provechosa. Una de las mayores riquezas del ámbito familiar es la posibilidad de educar en valores y virtudes. Valores como la solidaridad, la transparencia, el sentido de la vida, la esperanza, la religiosidad, el trabajo bien hecho, el deporte, la alegría...
Se podría redactar una envidiable y prolija carta a los Reyes Magos. Lo importante y urgente es convencerse de que la escuela de formación en familia es insustituible y la más eficaz fuente de sabiduría y felicidad. En el tema religioso, por ejemplo, el comportamiento de los mayores podría ser la realidad más influyente en la formación de hábitos y actitudes: oración de la mañana, de la tarde y de la noche, improvisación de plegaria a la hora de las comidas, lectura energetizante de textos bíblicos o de autores espirituales, eucaristía dominical...
ESTOS NIÑOS QUE NOS MIRAN...
Iniciamos la antología de hoy con un breve pero importante poema de Gerardo Diego, “Niños nuestros”, que así comienza: “Estos niños que nos miran, / cuando nos miran ¿qué ven?...” Si los ojos son las ventanas del alma, ¿qué ven de nosotros, a través de la mirada, nuestros hijos? Si “ven los mundos de la fe”, la esperanza y el amor, sobre todo el amor..., deberíamos dar gracias y alabar al Padre de todos.
Reflexionad algo tremendo: que la imagen que tengan los hijos de Dios corresponderá, en gran medida, a la imagen que se hayan formado de nosotros... Un propósito, a partir de la lectura de los próximos versos, podría ser mirar a los ojos del hijo que nos habla, sabiendo que están conectados a su corazón y a su alma. Y, sobre todo, que Dios nos está contemplando a nosotros desde el iluminado palco de quien es imagen y semejanza, y sacramento, de su Creador...
NIÑOS NUESTROS
Estos niños que nos miran,
cuando nos miran ¿qué ven?
Nuestros ojos son anteojos
para mirar a través.
A través de nuestras niñas
ven los mundos de la fe.
Y hay que tenerlas muy limpias
para dejárselos ver
a estos niños que nos miran,
niños nuestros, nuestro bien.
Y SÓLO TÚ LA PODEROSA MANO...
En el soneto “El Hacedor”, José García Nieto nos entrega un bello canto de amor a la paternidad-maternidad humana y a la Paternidad-Maternidad Divina que muy estrechamente colaboraron en la generación del hijo. Así lo podíamos explicar: alguien como el deportista de la fotografía, retiró el peso de su cuerpo sobre la arena y quedó esculpida en bajorrelieve la huella de su figura. Subió la marea y se llenó el hueco de agua de mar... Así ocurre en la generación del hijo: llena Dios, el Mar, el enamorado surco de dos entregadas vidas, y allí permanece su presencia en el agua del hijo... Pero será mejor leer ya directamente al poeta:
EL HACEDOR
Entra en la playa de oro el mar y llena
la cárcava que un hombre antes, tendido,
hizo con su sosiego. El mar se ha ido
y se ha quedado, niño, entre la arena.
Así es este eslabón de tu cadena
que como el mar me has dado. Y te has partido
luego, Señor. Mi huella te ha servido
para darle ocasión a la azucena.
Miro el agua. Me copia, me recuerda.
No me dejes, Señor; que no me pierda,
que no me sienta dios, y a Ti lejano...
Fuimos hombre y mujer, pena con pena,
eterno barro, arena contra arena,
y sólo Tú la poderosa mano.
Y TÚ, SEÑOR, OCULTO, TE SOLAZAS EN ELLOS...
Un último poema sobre los niños, de Rafael Alfaro. El texto bíblico que da peso a estos versos es aquel de Jesús (Mateo 18,10): "Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo el rostro de mi Padre.” Nos facilita Rafael otra referencia importante en la vida del Maestro: Marcos 10, 13–16. Allí leemos entre otras maravillas: “En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” El Señor, oculto, se solaza contemplando cómo juegan, ríen, viven... los niños. El problema surgirá cuando los pequeños se hagan grandotes...
LOS NIÑOS. TODAVÍA VEN LOS ÁNGELES...
Los niños. Todavía ven los ángeles
el rostro de tu Padre en su mirada.
Tú los amas, Señor, pero los miras
desde dentro. Te escondes en su puesto
hecho de piedras, donde el cazador
oye cantar alegres sus reclamos.
Y los niños acuden a jugar
con el aro, el zumbel y la peonza,
Señor, y Tú los miras y los amas.
Los niños, los de siempre, los que anhelan
bien cerradas las puertas del colegio,
los que prenden su sueño a las mañanas
y llenan sus bolsillos de invenciones;
cansan las ruedas de sus bicicletas
y el delirio de sus monopatines,
y sueñan en el dardo
de su motocicleta por el aire.
Y Tú, Señor, oculto, te solazas
en ellos hasta que un día tropiezan
con tu mirada y vuelan, hechos hombres,
dejándote en la burla de sus ojos.
CULTURA DE LA VIDA
“Pero quiero destacar la importancia central de la familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida» (Francisco, Laudato si', 213).
LA MARCHA, de M. V. Atencia / AL EMPRENDER UN VIAJE, de J. Mauleón / DUELE LA TIERRA DE HERMOSA, de J. Mauleón / DIOS DE ALEGRÍA, de Jorge Carrera Andrade...
SI YA FLORECIÓ EL ALMENDRO, de M. Ángeles Gómez / COMO LAS BANDADAS DE PATOS..., de Ernesto Cardenal / SALOMÓN Y LA ROSA, de Fina García Marruz / ACABO DE VER, de Juan Ruíz Peña
