Los pobres y la pobreza - IV: Dignidad y Evangelio
«La vida es lucha y el que no lucha no vive.» (Séneca, Cartas a Lucilio)
Obligado es subrayar que la labor civilizadora de la Iglesia empezó sacudiéndonos de la indolencia (Mt 25, 14; Mt 25, 8-ss; 2 Tes 3, 10), arrancándonos las pústulas del egoísmo (Ef 4, 28; Mt 25, 29) limpiándonos las legañas de la envidia (Mt 20, 1 y ss). La Iglesia Católica se distinguió en enseñarnos superación, en recordarnos que los primeros responsables de nuestra biografía somos nosotros mismos, que nacemos con esa responsabilidad sea cuál sea la circunstancia, pobre o afortunada. De otro lado, ese enemigo, el diablo, cuya existencia niegan los que le construyen monumentos (Nuevo erigido en bronce, en 2004, Calle Milaneses 3, Madrid, sobrepasando cúpula basílica de San Miguel) nos tienta con una gama infinita de derechos que acaba en el engaño de la autocompasión. El verdadero Pecado Original; la vuelta a la Edad de Piedra.
Naturalmente, la solidaridad con el desgraciado exige examinar si lo será porque, como el paralítico de la piscina (Jn 5, 2 ss), nadie estuvo a su lado para educarle. Porque no es digno acostumbrarles a vivir de las dádivas, poniendo el esfuerzo los que dan la ayuda y poco o ninguno los que la necesitan. Esta situación es la más sibilina de las trampas.
Es lo que pasa en los Estados Unidos, para generalizar el ejemplo, entre no pocos inmigrantes, y en gran porcentaje de su población negra. Grupos de personas que viven uncidas a una noria de marginación puesto que para recibir la ayuda estatal tienen que demostrar un nivel de pobreza que la justifique. Sin embargo, todo cambia para quienes enfrentan la adversidad y la combaten. Los que quieren demostrar que pueden servir a la sociedad sacudiéndose, hoy mejor que mañana, el subsidio de supervivencia que se hace círculo vicioso. Salva el hambre de hoy pero atrapa en perpetua miseria.
Variaciones orteguianas. El vitalista José Ortega y Gasset nos dice que el contacto con la realidad es personal. Que somos, por un lado, nosotros mismos: "yo-soy-yo". Pero, a la vez, otra realidad muy poderosa: "la circunstancia". Ésta última de grado inferior, "Yo-soy-yo", es idea que nos acompaña toda la vida, pero la circunstancia es, como dice su nombre, “circunstancial”.
A "la circunstancia", soporte de nuestro protagonismo, que es lo que decía el filósofo, lo más corriente es que la interpretemos mal y tomemos lo encontrado como un determinante fatal.
Con esto vemos que la tesis "circunstancia" parece usarse para endosar a causas ajenas nuestra posible desgracia o a propias la "merecida" fortuna. Sin embargo, a mí me parece que en todo caso es más rentable y honrado pensar: "Yo, soy yo y mis consecuencias". Algo mucho más cercano a la enseñanza cristiana que nos califica según sean nuestros propios frutos. (Mt 7, 15-20) Subrayemos aquí qué error es convertir al cristianismo en una religión de conformistas o, peor, en el extremo opuesto, de “rebeldes sin causa”. La circunstancia encontrada, por adversa que sea no puede neutralizar la realidad superior que contiene, esto es, la suerte de haber aparecido en la vida. Justo por eso Ortega completa su afirmación destacando que nacer es “la realidad fundamental”, el punto de partida.
Por tanto, la segunda realidad vital tiene que ser sin duda "la consecuencia", la huella que cada cual puede dejar de haber vivido. Por supuesto, desde la circunstancia encontrada único punto de arranque. El mismo Dios ha dicho que nuestros frutos nos identifican ante Él más que el ADN. (Mt 7, 16-ss) Por el contrario, la fijación emocional en la circunstancia nos inclina hacia la apatía, el negativismo y el enflaquecimiento reivindicativos. Son lecciones del Evangelio.
Y hablando de lecciones es bien cierto que la vida - para mí, Dios - nos manda avisos desde todas partes. Les paso una muestra. En una película de poca taquilla James Caan encarna a un profesor de Instituto de Segunda Enseñanza, en Chicago. Una mañana saca unos papeles de su cartera y dice a sus alumnos: «Quiero que todos toméis nota de las estadísticas de esperanza de vida en vuestra clase media baja. [Saca unos folios] De este informe se desprende que la mitad de vosotros no terminará los estudios de este grado. De la otra mitad que sí lo haga, solamente un tercio irá a la Universidad, y la mitad de ellos logrará titularse. Sólo el 40% de los que consigan grado podrán trabajar en lo que elijan. Por tanto, de los que estáis aquí, aproximadamente sólo dos obtendrá una estabilidad económica. Todos los demás nos serviréis la mesa, nos haréis la comida, fregaréis los platos, barreréis las calles, etc.Según estas cifras al 10% de vosotros le toca pasar un año de su vida en la cárcel y el 2% la terminará entre rejas. Así que sólo os queda decidir, ahora, el lado de la sociedad en que queréis situar vuestro futuro. Esto es, qué dos de vosotros alcanzará la estabilidad financiera, qué cuatro de vosotros acabará en la cárcel y cuál de vosotros morirá en ella. Tenéis dos opciones: seguir durmiendo cuando hay que trabajar, es decir, ser la parte peor de la estadística; o tomaros en serio lo que estáis recibiendo gratis.» (“This is my father”, de Paul Quinn)
El jesuita Jaime Garralda, apóstol de las cárceles y de los terminales de SIDA, cuenta que en una catequesis a presos uno confesó que su error, el que le llevó a prisión, fue buscar siempre «hacer lo que le gustaba en lugar de lo que le convenía».
Seguiremos con “Los pobres y la pobreza” en la próxima entrega.