En su primer poemario (“Arte y parte”, Adonáis 1961) incluyó María Victoria Atencia dos poemas que hoy presentamos en nuestro escaparate de buena literatura. En primer lugar, muy oportunas en este tiempo navideño, las “Letanías de Nuestra Señora en la noche de Navidad”. Habiendo realizado sus primeros estudios en instituciones religiosas de Málaga, el Colegio de la Asunción (“Santa Clara”) y el Colegio de la Sagrada Familia (“El Monte”), estoy seguro de que más de una vez rezaría Victoria el rosario, incluyendo las letanías finales.
La artista que siempre ha sido, discurriría, desde su inagotable creatividad: ¿y no podría yo inventar algún piropo, algún requiebro a la Virgen? Y, lápiz y goma de borrar entre las manos, dejaría fluir la catarata de imágenes de su prodigiosa fantasía, los tiernos latidos de su emocionado corazón... ¿Por qué no nos asomamos ya al exquisito jardín de sus madrigales marianos?
LETANÍAS DE NUESTRA SEÑORA
EN LA NOCHE DE NAVIDAD
Espejo de la mañana.
Rosa descendida.
Llanura apacible.
Fuente de musgo.
Gracia de la desposada.
Semilla del Antiguo Testamento.
Brazo de la aurora.
Charco de rosas.
Orilla hermosa.
Callada expectación de los pastores.
Cinta de los cielos.
Lluvia en la ventana.
Dueña de los campos.
Puerta de las vírgenes.
Muralla de los tiempos.
Suelo donde aprendió el Niño los primeros pasos.
Arco del Espíritu Santo.
Niña de Dios.
Ojos de Dios.
Candela de los montes.
Adorada de arcángeles.
Hermosa catedral sobre el desierto.
Jardín nuestro de cada día.
Sueño de todo un Dios.
TE QUEDASTE EN CAPULLO SIN ABRIR...
El otro poema, más de tierra, es “Epitafio para una muchacha”. Tiene para Victoria un carácter singular; dice de él en “Conversaciones y poemas”: “Es el único poema mío que incluso me sé de memoria, absolutamente el único.” Y añade: “pero no sé por qué lo escribí”. Cuenta que visitaba con frecuencia el Cementerio Inglés y acaso le impresionase alguna inscripción para alguna niña o adolescente muerta a comienzos del siglo XIX. Bellos y enigmáticos versos, los más conocidos y populares de su abundante bibliografía; símbolo también, así lo creo, de la muerte literaria de la propia autora que, a partir de entonces, silenció su escritura poética a lo largo de quince años... Lo leemos y meditamos:
EPITAFIO PARA UNA MUCHACHA
Porque te fue negado el tiempo de la dicha
tu corazón descansa tan ajeno a las rosas.
Tu sangre y carne fueron tu vestido más rico
y la tierra no supo lo firme de tu paso.
Aquí empieza tu siembra y acaba juntamente
-tal se entierra a un vencido al final del combate-,
donde el agua en noviembre calará tu ternura
y el ladrido de un perro tenga voz de presagio.
Quieta tu vida toda al tacto de la muerte,
que a las semillas puede y cercena los brotes,
te quedaste en capullo sin abrir, y ya nunca
sabrás el estallido floral de primavera.
ERA ARBOLILLO BREVE Y YA CARGABA SUS FRUTOS
Expresivo y valiente poema sobre el drama, la injusticia de la muerte en la adolescencia. Estoy totalmente de acuerdo. Pero... si me diesen la noticia de que una hermana o una hija mía, jovencita, acaba de fallecer, de accidente o leucemia por ejemplo y, al tiempo, para consolarme, me acercaran estos versos, presiento que me deprimiría más. Siendo verdaderos, y maravillosamente escritos, hacen daño, creo (soy sicólogo colegiado, qué mala suerte): "te fue negado el tiempo de la dicha..., -tal se entierra a un vencido al final del combate-..., te quedaste en capullo sin abrir y ya nunca / sabrás el estallido floral de primavera."
Me gustaría cerrar el post con una breve nota muy personal, probablemente inconveniente: mi padre, algo poeta, que no firmó como autor ningún poemario de Adonáis pero durante más de treinta años fue el Suscriptor de Honor nº XIX, y admiraba fervorosamente a los que allí publicaban, mi padre, digo, escribió algún poema sobre la muerte prematura, pero desde la fe religiosa, abriendo su corazón y su esperanza al misterio de la trascendencia. Ahí va uno de ellos (se le murieron dos hijos recién nacidos y una ya mayor, en plena juventud):
SANTIDAD
Los Ángeles la trasplantaron con cautela
una mañana, silenciosamente,
depositándola sobre la tierra...
Se hizo arbolillo breve;
se fue cargando de luminosos frutos
que, como besos de Dios,
a todos alcanzaban en su llama
incendiándolos de amor y de virtud.
Apenas crecía, pero la carga
la iba doblando lentamente
hasta que un día...
un día se quebró
bajo la exuberancia de su fruto en sazón,
dejando la última mirada
fija, Allá Arriba,
en espera de los Ángeles
de la divina Recolección.
