Textos de Francisco y Poemas 10. TODAS LAS MAÑANAS, CUANDO LEO EL PERIÓDICO

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Hace unos días fallecieron ahogados en las costas de España quince africanos que buscaban desesperadamente un territorio de acogida para su futuro y el de sus familias. El pasado julio realizó el Papa Francisco, como primer viaje apostólico, la insólita visita de la isla italiana de Lampedusa, en cuyas cercanas aguas se estima que, en los últimos 25 años,perdieron la vida cerca de 20.000 náufragos.

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El discurso fue estremecedor:

"La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son lindas, pero no son nada, son una ilusión fútil, del provisorio, que lleva hacia la indiferencia hacia los otros, es más, lleva a la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, ¡no nos interesa, no es asunto nuestro!"

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El bastón en que ritualmente se apoyaba Francisco en esta ocasión, fue un humilde báculo hecho de madera de cayuco que tanto abunda en el próximo cementerio de naves para el desguace.Los colores azul y blanco del aspa horizontal de la cruz que portaba nos hablan del mar y las espumas, de los colores básicos de su escudo papal, de la señera argentina...

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Presentamos en el post de hoy dos solidarios poemas de Gabriel Celaya y Antonio Porpetta, escritores de hondo humanismo y generosa conciencia social. Coinciden ambos en el punto de partida, la lectura matutina de la prensa; y en el de llegada: la compasión y el compromiso fraternal.

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FUERA SUENA EL MUNDO, SUS NÚMEROS, SU PRISA...

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“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. Sabemos que Dios quiere la felicidad de sus hijos también en esta tierra, aunque estén llamados a la plenitud eterna, porque Él creó todas las cosas «para que las disfrutemos» (1 Tm 6,17), para que todos puedan disfrutarlas” (Evangelii Gaudium, 182).

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TODAS LAS MAÑANAS, CUANDO LEO EL PERIÓDICO

Me asomo a mi agujero pequeñito.
Fuera suena el mundo, sus números, su prisa,
sus furias que dan a una su zumba y su lamento.
Y escucho. No lo entiendo.

Los hombres amarillos, los negros o los blancos,
la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra:
largas filas de hombres cayendo de uno en uno.
Los cuento. No lo entiendo.

Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus

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dientes,
sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus

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vientres
y una belleza ofrece su sexo a la violencia.
Lo veo. No lo creo.

Yo tengo mi agujero oscuro y calentito.
Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo.
Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme.
El resto no lo entiendo.


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HAY UN NIÑO QUE LLEGA CADA DÍA...

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Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos” (Evangelii Gaudium, 183).

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EL NIÑO

Hay un niño que llega cada día
ofreciendo su mínima intemperie
sobre el claro mantel del desayuno.
Levemente se asoma
por la ventana gris de algún periódico,
sin lágrimas ni risas en su rostro:
sólo pura mirada
y un humilde cansancio de terrores
derramado en sus labios.
Viene desde muy lejos:
de las tierras del fuego y la tristeza,
de selvas y arrozales,
de campos arrasados, de montañas perdidas,
de ciudades sin nombre ni memoria
donde la muerte es sólo
una muda costumbre cotidiana.
Tal vez trae en sus manos
algún pobre juguete:
el fusil que encontró en aquella zanja
junto a un hombre dormido,
las inútiles botas de su padre,
el arrugado casco de aluminio
del hermano más alto y más valiente,
el trozo de metralla
que derrumbó su infancia en un instante.
Se sienta en nuestra mesa, quedamente,
como si no estuviera,
y contempla asombrado los terrones
de azúcar, las galletas,
la alegre redondez de las naranjas,
la taza de café, con su recuerdo
de humaredas oscuras.
Nunca nos pide nada: sólo mira
desde un viejo silencio,
con un largo paisaje de preguntas
remansado en sus párpados.
Y permanece inmóvil,
clavándonos el tiempo en su palabra
que nunca escucharemos.
Como si fuera un niño, simplemente.
Sin saber que en sus ojos
lleva la herida grande
de todo el universo.



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TEXTOS DE FRANCISCO Y POEMAS

Se hermana la palabra del Pontífice con poemas e imágenes

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1.La ciudad

ORACIÓN DE TODOS LOS DÍAS, de Pilar Paz Pasamar
SOBREVOLANDO MADRID, de Nicolás de la Carrera


2.Ciudad y evangelización

FADO DE LA LIMPIADORA, de Antonio Pereira
CANC. DEL POZO DEL TÍO RAIMUNDO, de R. Montesinos


3.Canción de la ciudad

LAMENTO PARA UN HOMBRE VIVO, de V. M. Arbeloa
TU PODER MULTIPLICA, de J. L. Blanco Vega
CANCIÓN DE LA CIUDAD. de Antonio Carvajal


4.Belleza tan antigua y tan nueva

LA IMAGEN, de Antonio Porpetta
TENGO SED, de Antonio Carvajal


5.Todas las expresiones de verdadera belleza

ORAC. POR LA BELLEZA DE UNA MUCH., de D. Alonso
EL ASTRÓNOMO, de Kahlil Gibran
HICISTE LA BELLEZA..., de Pedro Casaldáliga


6.¡Qué bello creaste el mundo!

DUELE LA TIERRA DE HERMOSA, de Jesús Mauleón
LA TIERRA ES TUYA, de Concha Zardoya
LA MUERTE COMO EL AMOR, de Victor Manuel Arbeloa


7.Me llamaré Francisco

RECADO A SAN FRANCISCO, de Pilar Paz Pasamar
CÁNTICO DEL HERMANO SOL, de José Luis Blanco Vega


8.Francisco y los animales

HERMANITOS PÁJAROS, anónimo
LOS MOTIVOS DEL LOBO, de Ruben Darío


9.El loco de Dios

YO LE DIJE A DIOS, de Jesús Mauleón
EL LOCO, de Antonio Porpetta


10.Todas las mañanas, cuando leo el periódico

TODAS LAS MAÑANAS, CUANDO LEO EL PERIÓDICO, de Gabriel Celaya y EL NIÑO, de Antonio Porpetta


11.Se desahoga Casaldáliga con San Francisco

ORACIÓN A S. FRANCISCO EN FORMA DE DESAHOGO, por Casaldáliga


12.Ya no lloramos

CULPA, de Ángela Figuera
ELOGIO DE LA IMPERFECCIÓN, de Miguel d'Ors



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