Se ha escrito mucha y buena poesía sobre el más allá y el más acá del morir, puerta abierta la Misterio. Sea creyente o no el que atraviesa el umbral, difícilmente se sentirá ajeno a la experiencia de su propia muerte; y, con seguridad, agradecerá un corazón cercano, unos oídos piadosos, una cálida mano que le conforte y acompañe en la partida. Hay todavía, acaso, tiempo de arreglar asuntos pendientes, de cerrar, con agradecimiento, la historia de una vida que mereció la pena, a pesar de todo.
Al nacer, junto a la madre, seguro, habilidosas manos recogieron la nueva vida que se confiaba al cuidado y la ternura del Cosmos conmovido y protector. Al morir, sería también hermoso que otro generoso corazón, otras fraternas manos, acaso también las invisibles de un Padre Bueno, acogieran la entrada en una nueva, desconocida, dimensión de Luz y Familia, de Amor y de Dicha.
QUE LE MIRE Y QUE APRIETE SU MANO
A nadie le gusta morir solo. Por eso, náufragos, por ejemplo, que estuvieron a punto de perecer, confiesan, rescatados, que el pensamiento que más les angustiaba, perdidos en el océano, era morir sin un testigo, sin una mirada tierna, sin una cálida mano, sin una lágrima... José Agustín de Goytisolo no se plantea si hay otra Vida después de la vida: modestamente reclama ojos de cariño, tactos de amor, humana presencia de amistad y afecto:
EL ROSTRO QUE CONJURA
Cuando llegue la hora de partir
que a su lado esté ella: que le mire
y que apriete su mano. No le asusta
regresar a la nada. Mas quisiera
llevar al otro lado su figura.
La eternidad no existe. Cuando supo
amar a esta mujer y cuando mira
a quien le mira sabe que el infierno
estuvo aquí; también su paraíso.
Al fin y al cabo nadie le invitó
a entrar en este mundo que sabía
no iba a durar por siempre para él.
Pero ha tenido el rostro que conjura
ver al final. El viaje no le importa.
TÚ ME COBIJARÁS EN TUS PUPILAS
Se pervive en el recuerdo. El corazón de la persona amada es paraíso donde seguir latiendo. Y los ojos –"nacidos en las fuentes de los cielos"– reflejan, ya para siempre, el rostro, los secretos, la ternura del amigo que se va pero se queda. Ricardo Paseyro se despide así de su gran amor, en hora de cariño y testamento:
ANNE MARIE
Mírame en el instante en que me muera
y mírame sin llanto: que tus ojos
-nacidos en las fuentes de los cielos-
protejan con su luz el alma mía
para darme la gracia que no tuve.
Muerto, seré la imagen que tú quieras:
tú me cobijarás en tus pupilas
y así podré ganar el paraíso.
MORIR CRISTIANAMENTE...
Se va abandonando, afortunadamente, la costumbre de ir a morir al hospital. Mejor en casa (bien atendido por una unidad de
dolor, si se precisa), rodeado de los tuyos. El soneto alejandrino que presentamos seguidamente, está redactado por un madrileño, Fernando Fortún, a comienzos del siglo XX. Nos habla, con solemnes, ampulosos versos modernistas, de la despedida final que le gustaría tener después de una existencia fecunda, longeva, al estilo tradicional... Lo curioso es que murió muy joven, con sólo veinticuatro años de edad (1890-1914):
VER LLEGAR LOS INVIERNOS...
¡Ver llegar los inviernos, pensando, junto al fuego,
si serán el final de nuestras quietas vidas,
estando rodeados de personas queridas
en las tibias estancias sahumadas con espliego!
Y teniendo el consuelo de las manos filiales
sobre nuestros dolores de viejos achacosos,
ver el fin melancólico de los días dichosos
cuando todo es enorme en las cosas triviales.
Y entonces, una tarde, en el antiguo lecho
donde yo fui engendrado y nacieron mis hijos,
que me rodearían llorando quedamente,
considerar mi vida y, fuerte y satisfecho,
en un Crucificado mis turbios ojos fijos,
cual mis padres morían, morir cristianamente...
AL MOMENTO DE LA MUERTE PPS
Texto de la doctora Elisabeth Kübler-Ross, autora del popular éxito editorial "Vida después de la muerte". En reposada y elegante realización, sugiere el contenido del montaje la posibilidad de otra existencia al otro lado del túnel. Pulsaraquí.