Nosotros los mayores, y la Poesía 33. NUESTRAS PRIMERAS LETRAS

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En tiempo de madurez, suele asomarse uno al pasado con nostalgia y ensoñación. Sería hermoso ordenar un poco los años vividos descubriendo sentido a todos ellos, y agradecer emocionado las huellas de amor y de ventura que todavía conservan rescoldo por el brasero del corazón. Algo de todo ello hemos escrito en: “3. El libro de la vida” (pulsar), “21. Eres lo que recuerdas” (pulsar) y “23. El álbum familiar” (pulsar).

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ME ENSEÑÓ SOR PILAR A LEER
A LOS TRES AÑOS

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Se rememora el pasado hasta edades tempranas (alguien ha referido incluso experiencias prenatales). Mi admirado amigo Jesús, de buena memoria, nos ha regalado un amplio poema, “De cuando Sor Pilar enseñó a leer al poeta niño”, donde registra con ternura su tempranísima experiencia de placer de la lectura. En su blog de RD, “Jesús Mauleón, poeta y cura”, nos sorprendió un día su fascinante relato del descubrimiento de la palabra escrita, que así nos introduce (pulsar):

Me enseñó Sor Pilar a leer a los tres años. Era un colegio muy parcamente subvencionado por el Municipio de mi pueblo (Arróniz, Navarra, en las últimas estribaciones de la falda suroeste de Montejurra). Nuestros padres pagaban por cada niño una cantidad irrisoria. El resto lo ponía la sobriedad de aquellas mujeres, Hijas de la Caridad y del buen sentido. La bendita sor Pilar, la de los más pequeños, por su edad, habrá muerto hace tiempo.

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Sor Consuelo, con la que aprendíamos después las tablas de multiplicar al compás de la "chasca", falleció hace muy poco con cerca de cien años. Sor Milagros me enseñó a ayudar a Misa en latín, Ad Deum qui laetificat iuventutem meam, al Dios que alegra mi juventud, y ahora mi vejez. Ella se fue al cielo con alas bastantes años antes. Pero, volviendo a Sor Pilar, que hacía el milagro de meter las letras en las molleras más tiernas, era una mujer tímida, de pocas palabras, pero de mucho empeño y voluntad en lo que emprendía con los alumnos.

Cuando hablo en el poema de "babero" quiero describir el pequeño delantal colgado del cuello sobre el pecho, con una letra. La monja, que colocaba y cambiaba a su gusto a niños y niñas, formaba palabras que, a menudo, provocaban sorpresa o regocijo. Puro juego y teatrito. Sabia y fácil pedagogía.”

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Antes de emocionarnos con el relato de quien, con solo tres años, se introducía ya, a través del juego de letras, en el milagro de la poesía, en la excelencia de la civilización, anticipemos una exuberante estrofa del poeta navarro: “Y a veces, como un premio / la fiesta de las letras, aquel juego / que empezó en los baberos / y que enseñaba todas / las letras de la Biblia o el Quijote...”

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DE CUANDO SOR PILAR ENSEÑÓ A LEER AL POETA NIÑO

Allá, casi en el alba
de mi propia memoria
va y viene sor Pilar, su blanca toca abierta
presta a volar, hábito azul, rosario inmenso
colgado a su cintura,
ave maría purísima, niños, dos sonoras palmadas
Y allí empezaba el juego
goloso de las letras, aquel cruce
de teatro y festín,
que llenaba la grada de sabores,
lances y sobresaltos.


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Su toca aleteaba
al entonar los nombres
de los cuatro elegidos, les ponía el babero,
su letra grande, clara, sobre el pecho,
a ver, niños, la b, fundidos en un grito,
la o, una pausa, y ahora las dos juntas, bo.
la b y la o otra vez y todos, bo,
vamos, las cuatro juntas, ¡bo-bo!,
de remate las risas, dos palmadas, atentos.
Tocaba el turno luego a cuatro niñas, sus baberos, sus

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letras,
m, a, ma, m, a, ma,
todos juntos mamá, risa, jolgorio.
Después juntaba niños, niñas y jugando ponía
palabras como rosa,
caballo, libro, fuego, padre, casa.
Cuando estaban cansados, niños, dos palmadas,
basta por hoy, todos a vuestros bancos.



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La escuela era casi sólo
de jugar y jugar, sin medidas ni horario
cantar las oraciones a compás,
hacia atrás y adelante nuestros cuerpos,
a golpes de oleaje y cabeceo,
oh María sin pecado concebida,
casi sólo jugar, también reñir, hablar a voz en grito,
rogad por nosotros, rogad por nosotros
que recurrimos... a Vos.
Y a veces, como un premio
la fiesta de las letras, aquel juego
que empezó en los baberos
y que enseñaba todas
las letras de la Biblia o el Quijote...


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Y aquella monja seria que a la usanza de tiempo
tiraba de la oreja a los “borricos”
va y me llama a su mesa. Yo tenía
poco más de tres años,
a ver, aquí el catón, empieza.
Y voy y leo, leo golpeando las sílabas
con toda la firmeza de mi cuerpo:
Mi ga-to se lla-ma Ca-re-to.
Es pe-que-ñi-to..., y Sor Pilar de pronto cubre
con sus manos la página,
sonríe por los ojos, por la boca,
sorprendida, feliz, se ríe, grita,
pero Jesús, si ya saber leer,
y otra vez grita,
si ya sabes leer,
y repite, repìte,
si ya sabes leer...

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Y va y me estampa un beso
igual, igual que un beso de mi madre.
Luego cerró aquel libro, hala, vete
a jugar, a reñir, a hablar a gritos,
a esperar el final, las dos palmadas, niños, manos

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juntas,
Os damos gracias, Señor,
porque nos habéis asistido con vuestras luces...
para ir a casa
y contarlo a mis padres,
a fin de que
las cosas
que hemos aprendido
nos sirvan
para nuestro bien
espiritual y corporal,
como una historia más de aquella infancia
ignorante, dichosa,
arbolillo creciendo, cada día más alto,
sin sospechar entonces que aquel día
me había dado un estirón el alma,
y el saber, el sabor de aquellas letras
me hacían más feliz, y en adelante
más dueño de la vida.


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SIEMBRA EL MAESTRO
PARA FUERA DEL AULA Y PARA DESPUÉS

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En 1992, cerraba mi poema de profesor de Enseñanzas Medias que inicia un nuevo curso, con los siguientes versos: “Rom– / peré las semillas / de mi fruto en sazón por vuestra huerta. / Seré chirriante noria, humilde y centenaria, / de verdes cangilones y agua nueva.” Pretendía comunicar a los estudiantes la voluntariedad del educador de entregar lo mejor de sí, como semilla viva. Pero tantas y tantas veces, como le ocurriría a Sor Pilar si viviera hoy entre nosotros, el niñito Jesús juguetón y espabilado de entonces, que aprendía a leer, medio siglo después alcanzaría la satisfacción de descubrirse poeta y autor fértil de reconocidos versos.

Estoy leyendo un sugerente artículo de Olga Belmonte (Sal Terrae, diciembre de 2014), donde, bajo el epígrafe “La vida en el aula”, anima al docente a sembrar su palabra y testimonio con esperanza y generosidad: también la vida se encuentra fuera del aula, más allá del ayer y del hoy... “La acción creativa –escribe–, el gesto auténtico se cumple al final, en la madurez del alumno, de la que el maestro no siempre es testigo. En esto coincide la educación con el arte, que trata de apresar la belleza sin lograrlo.”

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YOU TUBE

Vídeo “EDUCAR” de Rubem Alves. Reflexión sobre la educación basada en el pensamiento del admirado intelectual brasileño, Doctor en Filosofía. EDUCAR: youtube (pulsar).

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NOSOTROS LOS MAYORES,
y la Poesía

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24.Bendita memoria, bendito olvido

EL QUE TIENE MALA MEMORIA, por Manuel Mantero
TAMBIÉN HAY MUERTOS QUE MATAN, de José Bergamín
ÍNDICE DEL 13 AL 24


25.Nicanor Parra, Centenario Vivo

ENLACE A NUEVE PÁGINAS SOBRE PARRA


26.678 monjas y un científico 1.

EL LARGO CAMINO HACIA LA SERENIDAD, de A. Daigneault


27. 678 monjas y un científico 2.

EPITAFIO PARA UNA MONJA ANCIANA, por Carlos Murciano


28.678 monjas y un científico 3

MISIÓN, de Nicolás de la Carrera


29. 678 monjas y un científico y4.

PARA DAR ALEGRÍA, por Ernestina de Champourcin
A UN PÁJARO QUE CANTABA..., por E. de Champourcin


30. Vivir sin parar

PEREGRINO, de Luis Cernuda
SUEÑOS Y AMBICIONES, de Kahlil Gibran


31.Moverse es cuidarse

RECOMENDACIÓN DEL CUERPO, de Gabriel Celaya


32.Lo tengo en la punta de la lengua

HOY HE NACIDO, de Amado Nervo


33.Nuestras primeras letras

DE CUANDO SOR PILAR ENSEÑÓ A LEER AL POETA NIÑO, de Jesús Mauleón


34. Dos poemas de sol y de sueños

AHORA, de Eloy Sánchez Rosillo
LAS ESTRELLAS Y UN SUEÑO, de Eloy S. Rosillo


35.Los ojos de aquel niño...

VIEJAS HISTORIAS, de Eloy Sánchez Rosillo
CUANDO MIRAS DESPACIO, de Eloy S. Rosillo
PERDICIÓN, de Eloy Sánchez Rosillo


36. Regresar a ese limpio manantial

EL MANANTIAL, de Eloy Sánchez Rosillo
LA ESCONDIDA FUENTE, de Eloy Sánchez Rosillo
EL VIAJE, de Eloy Sánchez Rosillo


37. Miro mis manos...

MEDITACIÓN SOBRE UNAS MANOS, de Eloy S. Rosillo
CERTIDUMBRE QUE QUEMA, de Eloy Sánchez Rosillo
ÍNDICE DEL 37 al 48



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